Cosa triste querer sonreír –ya no se diga reír, menos
aun a carcajadas- y no poder hacerlo por falta de dientes, debiendo así
reprimir cualquier manifestación de alegría por parte de desdentados y
chimuelos. Gravedad maquillada, seriedad indebida.
¡Ay, los dentistas! ¡Tan temidos y tan necesitados! porque
como dice Wimpi “hay dos cosas que hacen posible la sonrisa: la buena educación
de quien la ofrece y el dentista que asiste a quien sonríe” porque para él los
dientes hacen posible que la sonrisa sea publicable.
Tal vez por ello afirma que “una dentadura postiza olvidada en cualquier parte,
sin cara alrededor, parece una sonrisa autónoma. Una sonrisa que el tipo se
hubiese descalzado y dejado en casa para ir a un velorio.”
Ahora bien –siempre al parecer de Wimpi- el dentista
debe tener un alto grado de capacitación porque “hace puentes como los
ingenieros, coronas como los floristas, extrae raíces como los matemáticos,
perfora como los mineros, hace esperar como las novias y hace sufrir como los
gerentes de Banco”. El trabajo no les falta debido a que
(…) lo que más tiene el cuerpo humano son dientes. Los
órganos que reclaman la atención del médico, excepción hecha de algunos pocos
que vienen de a pares, les han sido dados al hombre de a uno.
Si el médico le cura al tipo el órgano enfermo,
termina en seguida; y si no se lo cura, termina antes.
En cambio el tipo tiene 32 dientes. (…) Se dirá que no
todos tienen todos los dientes, pero si no los tienen es porque se los sacaron
los dentistas. Podrá argüirse, aun, que a muchos los dientes se les caen solos
–o que los pierden en una discusión- pero, después van al dentista para que se
los ponga.
Siempre hay un dentista de por medio.
Todo un tema el de los altos honorarios que suelen
cobrar, lo que genera mucho enojo entre los pacientes; tan es así que Rius
define al dentista como aquel “que nos pone en la boca el metal que nos sacó
del bolsillo”. Además uno estaría dispuesto a pagar de buena gana por un viaje,
una buena cena, darse cualquier otro gusto, pero gastar tanto por ir a sufrir
al reino del torno y las fresas…
Wimpi subraya que en el pasado remoto el tema ya tenía
mucha vigencia. “Cuando el Derecho Penal todavía no había salido de la esfera
de la venganza privada, imperaba la Ley del Talión: ‘Ojo por ojo y diente por
diente’. De modo que se le daba tanta trascendencia al diente como al ojo.” Y
alude al origen del extraño vínculo de los dientes de los niños con el ratón
(en algunos lugares apellidado Pérez).
En la época del pensamiento mágico se valoraba tanto
al diente que cuando al niño se le caía uno de ellos –y esto ocurre, todavía,
en las Islas Raratonga, del Pacífico- se le hacía dedicar el diente al ratón
con una oración que decía: -“Señor ratón: aquí te entrego mi diente de huesto,
para que tú me lo cambies por tu diente de hierro”.
De ahí se originó la costumbre de poner dientes debajo
de la almohada por lo que los ratones daban un peso. Ahora, a causa de la
inflación, se ven obligados a dejar cien pesos.
Ahora bien, no hay que ser ingratos por lo que debemos
reconocer la enorme contribución de los dentistas al bienestar social que –al decir
de Ramón Gómez de la Serna- ha hecho posible que ya no se vean “aquellas gentes con dolor de muelas que se
cubrían la cara con un pañuelo negro y que parecían eclipses de luna cuando no
estaba anunciado ningún eclipse”.