jueves, 27 de octubre de 2016

Dentistas


Cosa triste querer sonreír –ya no se diga reír, menos aun a carcajadas- y no poder hacerlo por falta de dientes, debiendo así reprimir cualquier manifestación de alegría por parte de desdentados y chimuelos. Gravedad maquillada, seriedad indebida.
¡Ay, los dentistas! ¡Tan temidos y tan necesitados! porque como dice Wimpi “hay dos cosas que hacen posible la sonrisa: la buena educación de quien la ofrece y el dentista que asiste a quien sonríe” porque para él los dientes hacen posible que la sonrisa sea publicable. Tal vez por ello afirma que “una dentadura postiza olvidada en cualquier parte, sin cara alrededor, parece una sonrisa autónoma. Una sonrisa que el tipo se hubiese descalzado y dejado en casa para ir a un velorio.”
Ahora bien –siempre al parecer de Wimpi- el dentista debe tener un alto grado de capacitación porque “hace puentes como los ingenieros, coronas como los floristas, extrae raíces como los matemáticos, perfora como los mineros, hace esperar como las novias y hace sufrir como los gerentes de Banco”. El trabajo no les falta debido a que
(…) lo que más tiene el cuerpo humano son dientes. Los órganos que reclaman la atención del médico, excepción hecha de algunos pocos que vienen de a pares, les han sido dados al hombre de a uno.
Si el médico le cura al tipo el órgano enfermo, termina en seguida; y si no se lo cura, termina antes.
En cambio el tipo tiene 32 dientes. (…) Se dirá que no todos tienen todos los dientes, pero si no los tienen es porque se los sacaron los dentistas. Podrá argüirse, aun, que a muchos los dientes se les caen solos –o que los pierden en una discusión- pero, después van al dentista para que se los ponga.
Siempre hay un dentista de por medio.
Todo un tema el de los altos honorarios que suelen cobrar, lo que genera mucho enojo entre los pacientes; tan es así que Rius define al dentista como aquel “que nos pone en la boca el metal que nos sacó del bolsillo”. Además uno estaría dispuesto a pagar de buena gana por un viaje, una buena cena, darse cualquier otro gusto, pero gastar tanto por ir a sufrir al reino del torno y las fresas…
Wimpi subraya que en el pasado remoto el tema ya tenía mucha vigencia. “Cuando el Derecho Penal todavía no había salido de la esfera de la venganza privada, imperaba la Ley del Talión: ‘Ojo por ojo y diente por diente’. De modo que se le daba tanta trascendencia al diente como al ojo.” Y alude al origen del extraño vínculo de los dientes de los niños con el ratón (en algunos lugares apellidado Pérez).
En la época del pensamiento mágico se valoraba tanto al diente que cuando al niño se le caía uno de ellos –y esto ocurre, todavía, en las Islas Raratonga, del Pacífico- se le hacía dedicar el diente al ratón con una oración que decía: -“Señor ratón: aquí te entrego mi diente de huesto, para que tú me lo cambies por tu diente de hierro”.
De ahí se originó la costumbre de poner dientes debajo de la almohada por lo que los ratones daban un peso. Ahora, a causa de la inflación, se ven obligados a dejar cien pesos.
Ahora bien, no hay que ser ingratos por lo que debemos reconocer la enorme contribución de los dentistas al bienestar social que –al decir de Ramón Gómez de la Serna- ha hecho posible que ya no se vean  “aquellas gentes con dolor de muelas que se cubrían la cara con un pañuelo negro y que parecían eclipses de luna cuando no estaba anunciado ningún eclipse”.

martes, 25 de octubre de 2016

El peso de la derrota


Entre los escritores que se han interesado por la vida de boxeadores, encontramos a Norman Mailer en relación a Muhammad Alí y Ricardo Garibay con Rubén, el Púas, Olivares. Por su parte, Gay Talese se interesó -entre otros- por el campeón Floyd Patterson (de reconocida trayectoria en los años cincuentas y sesentas del siglo pasado) quien confirmó el declive de su reinado en la segunda derrota ante Sonny Liston. El mismo Patterson, citado por Talese, evoca aquel momento.
No tiene usted idea (…) de cómo es el primer asalto. Estás allí, con toda la gente alrededor, y las cámaras, y todas las personas que te ven, y el movimiento y la excitación, y el himno nacional, y la nación entera, incluido el presidente, que esperan que alguien gane. ¿Y sabe usted qué produce esto? Lo ciega a uno, te ciega. Y cuando suena el gong y te diriges hacia Liston y él viene a  tu encuentro, no te das cuenta siquiera de que en el ring también está el árbitro.
Luego ya no recuerdas nada más, porque no quieres... Todo lo que recuerdas es  haberte levantado de pronto y la pregunta del árbitro: "¿Te encuentras bien?" Y dices: "Claro que estoy bien".                                                                    
Y cuando él pregunta: "¿Cómo te llamas?", entonces tú contestas: "Patterson".
Y de repente, en medio de un griterío imponente, estás otra vez en el suelo, y sabes que tendrías que levantarte, pero estás embotado y el árbitro te empuja hacia abajo y el entrenador está allí con una toalla, y todo el mundo se ha puesto de pie, y los ojos no se fijan en nada, y estás como flotando.
Llegado a este punto del relato, Floyd Patterson describe la sensación inmediata al noqueo.
No es una sensación desagradable cuando has sido noqueado. En verdad es una sensación placentera. No se siente dolor, sino tan sólo un agudo atolondramiento. No se ven ángeles o estrellas, pero te encuentras flotando sobre una agradable nube. Cuando Liston me noqueó en Nevada, durante unos cuatro o cinco segundos tuve la sensación de que todo el público estaba en el ring conmigo y me rodeaba como una familia. Sentía como una oleada de afecto hacia todo el mundo. Querrías besar a todo el mundo -hombres y mujeres-, y después de la pelea con Liston alguien me dijo que, efectivamente, envié un beso a la muchedumbre desde el ring. Yo no me acuerdo. Pero supongo que es cierto  porque es así como te sientes durante cuatro o cinco segundos después del noqueo...
Esa inesperada sensación placentera en medio de la derrota –continúa Patterson citado por Talese- llega a su final y viene el duro encuentro con la realidad.

Pero después (…) esta agradable sensación desaparece. Te das cuenta de dónde estás y de lo que estás haciendo allí. Y lo que sigue es dolor, un dolor confuso -no un dolor físico-, una mezcla de dolor y rabia; es un dolor por “el qué dirán”; es un dolor de vergüenza por haber fallado... Y deseas únicamente que se abra una  trampilla en medio del ring y te deje caer en el vestuario para no tener que salir y enfrentarte con toda esa gente...
Anteriormente Patterson ya había tenido una amarga derrota en su primer pelea (tendría otras dos más) con el sueco Ingemar Johansson. Gay Talese refiere que su vergüenza fue tanta que optó por recurrir a un disfraz.
Precisamente después de haber sido noqueado por Johansson en su primer   encuentro, fue cuando Patterson, aquejado de profunda depresión, escondió su humillación durante meses en un remoto pabellón de Connecticut y pensó que no tendría valor para enfrentarse de nuevo con el público en caso de derrota. Así que compró barba y bigotes postizos para utilizarlos al salir de los vestuarios si se daba el caso. Había proyectado también mezclarse durante unos momentos con la muchedumbre al salir y tal vez quejarse en voz alta de la pelea. Luego se deslizaría en la noche, sin que nadie lo reconociera, hasta un coche que le estuviera esperando.
A pesar de que no fue necesario recurrir al disfraz en los sucesivos encuentros con Johansson, ni en otro combate en Toronto contra un desconocido peso pesado llamado Tom McNeeley, Patterson siguió llevándolos consigo. Y, después  de la primera pelea con Liston, no sólo los llevó durante el viaje en coche de Chicago a Nueva York, sino que continuó  disfrazado en el avión que lo llevaba a España.
"-Cuando subí al avión usted no me hubiera reconocido –dijo-. Llevaba esta barba, bigote, gafas, sombrero, y, además, cojeaba para aparentar ser más viejo. Estaba solo. No me importaba qué avión tomaría. Y cuando miré y vi en la terminal el letrero que decía Madrid, compré el billete y me fui hacia allí.
“Al llegar a Madrid me registré en un hotel con el nombre de ‘Aaron Watson’.  Estuve cuatro o cinco días. Durante el día me paseaba cojeando por los barrios más pobres de la ciudad. Miraba a la gente y la gente me miraba a mí, y, por el aspecto que tenía y por moverme tan despacio debían pensar que estaba loco. Comía en mi habitación, aunque una vez fui a un restaurante y pedí sopa. Odio la sopa, pero pensaba que era lo que pediría un anciano. Así que me la tomé. Al cabo de una semana, empecé realmente a pensar que era otra  persona. Empecé a creerlo. Y es agradable, de vez en cuando, ser otra persona”.
Patterson no entró en detalles de cómo logró inscribirse en el hotel con un nombre que no correspondía al de su pasaporte. Tan sólo me dijo:
-Con dinero se logra cualquier cosa.
Actualmente hay muchos políticos y empresarios que andan por el mundo disfrazados pero ya no como Floyd Patterson para ocultar su vergüenza sino tan solo para escapar de la justicia.

jueves, 20 de octubre de 2016

El purgatorio


A quienes en esta vida se han conducido conforme a las tablas de la ley, en la otra les espera el paraíso. Los pecadores que hayan cometido faltas de consideración sin dar señales de arrepentimiento alguno, están destinados a las tribulaciones del infierno. Asimismo hay quienes no ameritan ni tanto ni tan poco, son los candidatos al purgatorio.  

A falta de fuentes directas, las especulaciones no se han hecho esperar. Dante Alighieri, por su parte, lo describió como una montaña con siete terrazas ascendentes (cada una de las cuales corresponde a uno de los pecados capitales) que conducen al paraíso y en las que sitúa respectivamente a: soberbios, envidiosos, iracundos, perezosos, avariciosos, glotones y lujuriosos.

El tema ha dado lugar a célebres y vehementes controversias entre teólogos pero también entre laicos cuyas conjeturas al respecto son muy variadas. Ricardo Lesser, sitúa su origen entre los siglos IV y V.

El nacimiento del purgatorio es más o menos conocido. San Agustín, que de mozo supo de malas compañías, encontró que no había sólo justos y pecadores, sino también aquellos que han partido de esta vida no tan mal como para no merecer misericordia, ni tan buenos como para merecer la felicidad inmediata. Estaba bien, la dicotomía paraíso o infierno era todo o nada. No admitía instancias intermedias. Como el arrepentimiento. O la negociación.
Los concilios de Lyon, Florencia y Trento abrieron una posibilidad de expiación para los que morían en gracia de Dios pero no estaban libres de pecados veniales o de pecados mortales que ya hubieran sido perdonados. Era un espacio separado del infierno; abierto hacia lo alto, hacia el paraíso. (...)
Tenebroso o no, la novedad trascendental del purgatorio consistía en que instalaba la posibilidad de un acontecer después de la muerte. La jurisdicción de la muerte ya no pertenecía a Dios. Ahora era asunto de la Iglesia, la Iglesia purgante. Porque las oraciones, las buenas acciones, los sacrificios en tierra firme podían ayudar a las almas suspendidas. Y, a su vez, éstas podían interceder por la salvación de los vivos. Estaban dadas las condiciones para el intercambio entre los vivos y los muertos.
Si había buenos, malos y no tanto, entonces había cristianos justiciables en diferentes grados. Cada pecado era pesado en la balanza. Casi linealmente, la aguja marcaba una pena adecuada a esa valoración. Y una tarifa.

En opinión de Manuel Vicent su origen es posterior, lo sitúa entre los siglos IX y X adjudicándolo a un fraile italiano del que no da más datos.

El purgatorio es reciente, es un negocio relativamente reciente. Lo inventó un fraile italiano del siglo IX o X. Es un impuesto de peaje y corresponde a la época en que se inventaron los impuestos de peaje en el Rhin. Cada castillo del Rhin pertenecía a un señor feudal al que había que pagar un derecho por navegar por su tramo del río. Si mueres en gracia de Dios vas al cielo: ya no hay nada que rascar puesto que es un estado definitivo, estás en el cielo para toda la vida. Si mueres en pecado mortal, vas al infierno, donde tampoco hay escapatoria. El negocio consistió en crear un estadio intermedio, un gran depósito de almas benditas en tránsito del que se pudiera salir pagando los familiares que se habían quedado en este perro mundo. Se inventó el impuesto de peaje entre el purgatorio y el cielo: pagar misas por las almas benditas, rezar novenas y dar óbolos a la Iglesia.

En la instrucción religiosa se proporcionaban imágenes del purgatorio y Manuel Vicent evoca sus recuerdos de infancia.

Cada semana se hacía una saca de almas benditas. De niños nos explicaban que la virgen María bajaba los sábados al purgatorio. Recuerdo unos dibujitos con unas llamas no tan fuertes como las del infierno. Eran casi azules, como de un hornillo de alcohol. En medio de las llamas había almas benditas con los brazos levantados clamando: “¡A mí, a mí!”. Y arriba estaba la Virgen realizando la selección según el estado de cuentas que le mostraba un ángel en un libro.

En fin, que no sólo hay que estar atentos a la contabilidad del más acá sino también a la del más allá.

martes, 18 de octubre de 2016

La visita de Saturno


Es probable que el sentimiento de melancolía haya acompañado desde siempre a los seres humanos. Eso sí –tal como lo señala Facundo Manes- las explicaciones en relación a su origen han ido variando
(…) nuestro cerebro puede darnos una señal de tristeza en ausencia de un evento que lo justifique. Esta tristeza sin causa ha sido abordada desde la antigüedad. La melancolía, por ejemplo, era definida por la medicina hipocrática como “bilis negra proveniente del bazo que penetra en todos los órganos incluyendo el cerebro, produciendo síntomas depresivos” (…)
En algún momento se consideró que los dioses no eran ajenos a estos padecimientos de los mortales; a ello se refiere Thomas Moore.
(…) hubo una época, hace quinientos o seiscientos años, en que se identificaba la melancolía con el dios romano Saturno. Estar deprimido era estar “en Saturno”, y a quien estaba crónicamente predispuesto a la melancolía se lo llamaba “hijo de Saturno”. Como se identificaba la depresión con este dios y con el planeta que lleva su nombre, se la asociaba también con las otras características de Saturno. Por ejemplo, a éste se lo conocía como el “anciano”, que presidía la edad de oro. Cada vez que hablamos de los “años dorados” o de los “buenos tiempos de antaño”, estamos invocando a Saturno, que es el dios del pasado. La persona deprimida cree a veces que los buenos tiempos pertenecen al pasado, que ya no queda nada para el presente o el futuro. Estos pensamientos melancólicos están profundamente arraigados en la preferencia de Saturno por los días pasados, por el recuerdo y por la sensación de la fugacidad del tiempo. Tristes como son, estos pensamientos y sentimientos favorecen el deseo del alma de estar a la vez en el tiempo y en la eternidad, y así, de una manera extraña, pueden ser placenteros.
Según Facundo Manes el concepto de depresión se difundió a mediados del siglo XIX “cuando algunos diccionarios médicos ingleses la definieron como ‘el abatimiento anímico de las personas que padecen alguna enfermedad’.” Con el paso del tiempo –prosigue Manes- los síntomas se han identificado con mayor precisión.
Actualmente se reconocen como síntomas típicos de la depresión (no es necesario que estén presentes todos) el estado de ánimo decaído, tristeza o sensación de vacío la mayor parte del tiempo y en forma persistente, pérdida de interés en las actividades habituales y en la capacidad de experimentar placer, insomnio o, por el contrario, muchos deseos de dormir, agitación o el enlentecimiento motor, la fatiga y la pérdida de energía, falta o exceso de apetito, disminución del interés social y sexual, sentimientos inadecuados de culpa, inutilidad o preocupaciones económicas excesivas, pensamientos sobre la muerte, fallas de memoria y dificultades para pensar y concentrarse.
La industria farmacéutica ha desarrollado una amplia gama de medicinas que alivian esta sintomatología, lo que –claro está- es de agradecer. Sin embargo ello también podría implicar contraindicaciones de consideración, tal como lo describe Thomas Moore.
Si persistimos en nuestra manera moderna de tratar la depresión como una enfermedad que se ha de curar por medios mecánicos y químicos, es probable que nos perdamos los dones del alma que sólo la depresión puede proporcionar. En particular, la tradición enseñaba que Saturno fija, oscurece, concreta y consolida todo aquello que esté en contacto con él. Si nos libramos de los estados anímicos saturninos, es probable que nos resulte agotador el intento de mantener la vida brillante y cálida a toda costa. (…)
Saturno localiza la identidad en la profundidad del alma, y no en la superficie de la personalidad. (…)
Si convertimos la depresión en algo patológico y la tratamos como un síndrome que es preciso curar, entonces a las emociones saturninas no les queda otro lugar adonde ir que el comportamiento y la acción.
Y es que en opinión de Moore no es conveniente dejar este padecimiento solamente en manos de la medicina, hay que dar su lugar a Saturno.
El cuidado del alma requiere un cultivo de ese mundo más vasto que representa la depresión. Cuando hablamos clínicamente de depresión, pensamos en un estado emocional o una conducta, pero cuando nos imaginamos la depresión como una visita de Saturno, entonces se hacen visibles las múltiples cualidades de su mundo: la necesidad de aislamiento, la coagulación de la fantasía, la destilación de la memoria y la acomodación con la muerte, por no nombrar más que algunas.
Cuando Saturno llama a la puerta de nuestras vidas –prosiguiendo la argumentación de Thomas Moore- hay que “invitarlo a entrar y darle un lugar apropiado para estar” tal como sucedía en el pasado cuando “algunos jardines renacentistas tenían una glorieta dedicada a Saturno: un lugar oscuro, sombreado y apartado donde una persona podía retirarse y ponerse la máscara de la depresión sin miedo de que la molestaran”. Moore propone que la existencia de este tipo de espacios esté contemplada en nuestras ciudades.
Podríamos tomar este tipo de jardines como modelo para nuestra actitud y nuestra manera de tratar con la depresión. A veces la gente necesita retraerse y mostrar su frialdad. Como amigos y consejeros podemos brindar el espacio emocional necesario para tales sentimientos, sin tratar de cambiarlos ni de interpretarlos. Y como sociedad, podríamos dar cabida a Saturno en nuestros edificios. Una casa o un edificio comercial bien podrían tener una habitación o incluso un jardín donde una persona pudiera retirarse para meditar, pensar o, simplemente, quedarse sentada a solas. (…) A menudo en hospitales y escuelas hay “salas comunes”, pero les sería igualmente fácil tener “salas no comunes”, lugares para la soledad y el retiro.
Muchos autores han hecho énfasis que en la sociedad actual la felicidad no solo es un derecho sino una obligación. De ahí que sean tantos los espacios públicos y privados que trasmiten una sensación de felicidad artificial, de diseño, dado que todos estamos obligados a ser felices, exitosos, triunfadores de tiempo completo. En este entorno no hay lugar para la depresión que –de acuerdo con Moore- “va acompañada de una gran angustia: el temor de que jamás terminará, de que la vida nunca volverá a ser alegre y activa”. Y no es infrecuente que aquellos que así se sienten con la visita de Saturno, pretendan ser alentados con las mejores intenciones pero con los peores procedimientos tal como lo ejemplifica Marcial Fernández
La frase más impertinente que suele escuchar a menudo un deprimido clínico es:
-Échale ganas.

Esto en el entorno de la cultura en que el querer es poder.

Solo que hay ocasiones en que -al decir de Nikito Nipongo- “querer es poder, cuando se puede”.

jueves, 13 de octubre de 2016

El espectáculo de los tribunales


De un tiempo a esta parte los especialistas locales han considerado el tema de los juicios orales, tanto que se han dado pasos muy firmes hacia su implementación en algunas regiones. En otros países esa tradición se ha conservado a lo largo del tiempo. Gay Talese no entra al debate jurídico de su conveniencia o no sino que se ha interesado por aquellos “profesionales vocacionales” que concurren habitualmente a los juicios en vivo.   
Los tribunales de Foley Square en Nueva York cada día están llenos de un  extraño grupo de espectadores cuya ubicuidad (y habilidad para encontrar  asiento) les ha lanzado a una carrera de adivinanzas sobre lo que dictaminará el juez. Estos individuos son llamados “aficionados a los tribunales” y se les puede  ver cada día ir de sala en sala examinando a los jurados, sojuzgando a los abogados, citando disparatadamente a Cardozo y emitiendo dictámenes.
“Los ‘aficionados a los tribunales’ somos jubilados que no tenemos nada que  hacer -explicaba uno de ellos, de 77 años, llamado William Higgins-. Así que  asistimos a los juicios. Es entretenido y educativo. Impide meternos en  dificultades. Tan sólo un tonto va al cine; nosotros vamos a los juicios y vemos a los actores en carne y hueso.”
Los colegas de este oficio participan en actividades comunes para socializar y compartir estudios de casos pero aceptando que cada quien opta por ramas específicas del Derecho.
Hay un centenar de asiduos en Foley Square. Muy a menudo se conocen entre sí, cenan juntos y son expertos en procedimientos. Pero los asiduos raramente van  todos a la misma sala.
Unos aficionados prefieren las causas federales y no tienen nada que ver con los procesos ordinarios sobre casos de asesinato, violaciones y hurtos.
Otros son aficionados al Tribunal Supremo y hay incluso subdivisiones de adictos  a los procesos de divorcio, adictos a las vistas por accidentes, y por negligencia.
“Solía haber muchos aficionados a los casos de robos de vehículos -dice otro  anciano observador-. Acostumbraban a ser casos muy buenos. Pero la Oficina Federal de Investigaciones ha hecho limpieza y ya no hay más.”
Para algunos la predilección –siempre siguiendo a Talese- no se decide tanto por una línea jurídica en particular sino por un impartidor de justicia o fiscal destacado.
Aparte de los interesados por ciertos tipos de casos, los hay seguidores de la labor  de cierto abogado o de cierto juez.
Dicen que van a oír al juez Sidney Sugarman por su elocuencia, a Irving R.  Kaufman por su bonita voz de barítono y a Thomas F. Murphy por sus suspiros. El  juez Mitchell J. Schweitzer tiene incluso una peña de aficionados, encabezada por Louis Schwartz, que tiene un asiento reservado en la sala del Tribunal desde hace muchos años.
Claro está que como la práctica hace al maestro nadie -en legítimo derecho consuetudinario- desconoce la pericia que han ido desarrollando estos personajes que hasta podrían llegar a influir en el jurado oficial que atiende el caso.
Tratándose de una clase privilegiada, los aficionados de los tribunales -que a veces son llamados “abogados de pasillo”­ no dudan en imponer su influencia en tribunales supremos y ordinarios. Incluso han logrado alguna vez que el juez Ed Weinfeld cerrara la ventana, a pesar de ser conocido entre ellos como “el juez aire fresco”, por consiguiente abierto a las críticas de los que sólo quieren resguardarse del frío exterior.
Pasiones son pasiones por lo que Gay Talese concluye: “Y la actividad nocturna de los aficionados, ¿cuál es? La contestación es sencilla: sesiones nocturnas de los tribunales.”

martes, 11 de octubre de 2016

Viudez masculina


Con frecuencia se escucha que por lo general los hombres la tienen más difícil a la hora de enviudar. La ausencia de la persona amada no es fácil de llevar para nadie pero el saber popular sostiene que la mujer tiene más recursos a la hora de enfrentar la desolación.
Hace algún tiempo Ferran Bono publicó la reseña de un libro acerca del intercambio epistolar de Gonzalo Sobejano y Miguel Delibes a lo largo de sus vidas. En respuesta a la carta de condolencia que en 1974 Sobejano envió a su gran amigo con motivo de la muerte de su esposa Ángeles, Miguel Delibes le escribe:
Llevo una vida pasiva y a base de estabilizadores. Quiero decir de química de las boticas que te hacen ver menos negro lo que decididamente es negro. Es un engaño piadoso que te permite dejarte de vivir. Ni humana ni literariamente puedo anticipar lo que será de mí. La muerte de Ángeles es una idea parasitaria -y amarga- que de momento no me deja concentrarme en nada. Dios dirá.
Quince años después –siempre citando la nota de Ferran Bono- los papeles se invierten y ahora es Delibes quien procura consolar a Sobejano por la defunción de su esposa, Helga.
Detente lo menos posible en tu actividad; no te pienses. Procura no compadecerte y vivir hacia fuera. Así comprobarás que uno no olvida -como el pueblo dice que sucede con el tiempo- pero se acostumbra y llega un momento en que goza del recuerdo del ser querido.
Por su parte Sobejano contesta que “cambiar de medicación a un antidepresivo le deja dormir ‘algo mejor’. Y añade: ‘Me ayudan también mucho los amigos, y tú fuiste para mí el primero en infundirme, no ya ánimo, sino clarividencia y comprensión fraternal’.” Sabido es que la presencia de los amigos no elimina pero sí acompaña en el dolor.
Otro caso reciente es el Fernando Savater, tal como lo refiere Víctor Usón en una nota de El País de 16 mayo 2016.
Fernando Savater no vive. Sobrevive. Lo repite entre lágrimas. Se ha marchado la persona para la que escribía, su gran apoyo en los años de más ardua batalla política. Sara Torres, su mujer, murió en 2015 y desde entonces el filósofo se refugia en su San Sebastián natal. Pero estos días ha salido de su guarida para presentar en México su último libro, Aquí viven leones (Debate). La primera obra en la que comparte autoría con su esposa se ha acabado “convirtiendo en el signo de la desgracia”, confiesa.
Lo comenzaron juntos y lo concluyó a solas. La muerte le arrebató a su compañera de vida, la persona que había cuidado con tesón cada uno de sus libros. Junto a ella se marchó el motivo por el que escribía y por eso el autor de Ética para Amador advierte que ésta es su última obra. Se despide de la literatura. (…)
P. Reitera que este es su último libro. ¿Dejará de rugir ese león que es Fernando Savater?
R. Soy un león que está desdentado y al que le quedan pocos rugidos que dar. Seguiré con artículos en la prensa y dejaré los libros. Los escribía para que Sara me leyera. Quizá haga algo sobre nuestra relación pero no sé si me gustaría publicarlo o tenerlo para mí. (…)
P. ¿Terminar el libro le ayudó a superar el duelo?
R. El problema es que no creo en la idea de superar el duelo. La gente insiste en que deje de estar triste. Incluso, hay quien me regaña. Es como si me hubieran cortado una pierna y a la semana fuera extraño que siguiese cojeando.
P. ¿Cómo encara el futuro?
R. Sólo tengo pasado, no hay futuro. Cuando murió Sara dejé de vivir. Y ahora simplemente sobrevivo (se emociona).
Las despedidas de Savater continuaron, tal como lo refiere una nota de Mitxel Ezquiaga publicada en El Diario Vasco a comienzos de este mes de octubre de 2016.
Los organizadores estaban avisados, pero la mayor parte de los asistentes terminó sorprendida y emocionada. “Es la última charla sobre filosofía que doy en mi vida”, dijo Fernando Savater al terminar la conferencia que cerraba el congreso de Ontología celebrado en San Sebastián.
Había sido una charla “corta, pero deliciosa, con algunas de las cuestiones de pensamiento que han marcado su vida”, explicaba después el también filósofo Víctor Gómez-Pin, organizador del congreso y viejo amigo de Savater. “Es una de las pocas veces que Fernando ha leído la conferencia”, añadía Pin.
Consultado por este periódico el propio Savater quitaba hierro al anuncio (“no creo que sea tan importante para el mundo”, ironizaba) aunque lo confirmaba. “Este mes cierro el capítulo de mis actuaciones ante el público, ya sean charlas, presentaciones o seminarios. Tengo una charla el día 25 en el Instituto Cervantes de Milán y una presentación de mi último libro el día 27 en Bilbao. Pero el resto es silencio, como dijo otro en una situación más dramática”, agrega el escritor.
Al anunciar que no publicará nuevos libros ni dictará conferencias –según la misma nota- Fernando Savater deja planteadas algunas posibilidades. “Seguiré con los artículos, que es una rutina agradable. (…) Si tengo fuerzas haría eso. Pero lo demás, no. Se acabó. Ahí están mis libros, y si sirven para algo, bien, y si no, qué le vamos a hacer.”
Lo dicho al principio. Para los varones –y quizás en particular para escritores, críticos y filósofos, como queda de manifiesto en estos casos- el camino se hace muy difícil en ausencia de la mujer amada.

jueves, 6 de octubre de 2016

Los bandos de Enrique Tierno Galván: higiene


Desde 1979 hasta su fallecimiento a comienzos de 1986, Enrique Tierno Galván –destacado intelectual y docente universitario- fue Alcalde de la ciudad de Madrid. Junto a otros muchos aspectos de su gestión, destacaron los célebres bandos de gobierno a los que Fernando Lázaro Carreter identificó como nuevo género didáctico-lúdico  
Enrique Tierno ha creado un minúsculo pero grato género de discurso: el del bando didáctico-lúdico. (…) Por “nuevo” no se entiende, en el oficio de escribir, la creación ex nihilo: entre los tratadistas, corre como doctrina común que lo nuevo es sólo lo viejo reelaborado, traído a combinaciones, circunstancias y fines que sí son nuevos.
Es así que para Lázaro Carreter la innovación estuvo en la lúcida combinación de dos géneros que hasta ese momento eran lejanos –por no decir, opuestos- entre sí.
Andaban, por un lado, el bando, género discursivo con normas retóricas bien definidas; por otro, las parodias, en manos de escritores de humor. La novedad ha consistido, en este caso, en que un Regidor, al que la tradición de los estilos sólo permite el primer tipo de discurso, asume el de la parodia, y confía a ésta una misión que es sólo propia de aquél: la de persuadir, exhortar u ordenar.
Tan arriesgada acción no sólo puede ser explicada –siempre siguiendo a Fernando Lázaro Carreter- por el gusto personal de Tierno Galván sino por la búsqueda de formas novedosas que permitieran a las exhortaciones de gobierno abandonar un lenguaje que, por reiterado y desgastado, había devenido en inútil. “Y ello, porque la premática ha sufrido el achaque tiempo, como todo género, y se ha hecho cansada y, por tanto, ineficaz. Infundiéndole nuevos rasgos, capaces de extrañar, de chocar, se reanima, se activa, aguija otra vez la atención.” Concluye el autor citado afirmando que
El Alcalde aparece en ellos como un ciudadano más que juzga la Villa, que comunica a los vecinos las preocupaciones que le “atosigan”, o les invita a “recapacitar con fundamento”, casi como en coloquio familiar. (…)
La personalidad del autor –ironía, gracia, sutileza, bondad, agudeza, fe en la razón, afán de convivencia, escepticismo, llaneza- empapa los textos, y apenas deja espacio a la frialdad del discurso municipal.
Una vez caracterizado el marco conceptual de los bandos de Enrique Tierno Galván, citemos algunos de ellos que tienen como objetivo convocar a la ciudadanía a mejorar la higiene de la ciudad.
El Alcalde Presidente del Excelentísimo Ayuntamiento de Madrid.
Madrileños:
La Villa de Madrid ha sido siempre ejemplo de convivencia cortés en un ambiente limpio. Circunstancias que todos los madrileños conocen han ido estropeando nuestra Ciudad hasta el extremo que los propios vecinos de Madrid se han hecho  desidiosos en cuanto atañe al cuidado de su Ciudad y, en algunos casos, en cuanto a dar buen ejemplo y mantener honestas costumbres. Los vecinos debemos contribuir con nuestro esfuerzo a que la Villa recobre la limpieza y el decoro que siempre tuvo y siempre se le ha reconocido.
El trabajo que esto requiere, y para el que pido la ayuda de cuantos en Madrid viven, debe principalmente orientarse, por ahora y hasta que el Ayuntamiento dé nuevas normas sobre calles y fachadas, a procurar que nuestros parques y jardines sean modelos de lugares limpios y apacibles, propios para el esparcimiento, el paseo tranquilo y el sosiego del espíritu. Por lo cual, requiero a los madrileños para que estén al cuidado y eviten dejar caer papeles y restos de cualquiera clase en los caminos y praderas de los parques y jardines, y que a la vez cuiden de no pisar el césped, que se pierde y estropea con facilidad por la falta de humedad ambiente y por no estar a nuestro alcance regarlo con tanta frecuencia como su mantenimiento requeriría.
Por consiguiente, y para que el cumplimiento de este Bando sea efectivo, se advierte que quienes lo infrinjan serán amonestados por los guardas públicos, y si insistieran en la infracción habrán de abonar la cantidad mínima que prevén las Ordenanzas vigentes, por su imperdonable descuido y falta de educación cívica.
Madrid, 31 de julio de 1979.
La falta de higiene era uno de los problemas que más preocupaba a Tierno Galván quien observaba que la respuesta ciudadana no llegaba con la premura necesaria; de allí su insistencia en exhortar al cambio de hábitos que contribuiría al bienestar colectivo, tal como lo muestra este otro bando emitido pocos meses después que el anterior.
El Alcalde Presidente del Excelentísimo Ayuntamiento de Madrid.
Madrileños:
Una de las mayores preocupaciones que atosigan a esta Alcaldía es la de la falta de educación cívica. Hay algunos madrileños que no tienen conciencia clara de que convivir significa tener respeto a la ciudad y a quienes viven en ella.
Merece especial mención, en cuanto a la educación cívica se refiere, el tema de la limpieza urbana: la falta de respeto mutuo, en algún sector del pueblo madrileño,  está dejando la ciudad fea, triste y sucia. Aumentar la limpieza de Madrid es un quehacer de todos, y también lo es que cada uno de nosotros se convierta en censor de los demás, advirtiéndoles que no ensucien o dañen. Nada conseguirá la Alcaldía en este aspecto si no cuenta con sus convecinos. (…)
Nada disculpa una desidia que puede llegar a dañar la salud pública. No se olvide que no deben colocarse las bolsas en recipientes que contienen las basuras antes de una hora del paso del vehículo que las recoge, cuando la recogida se hace durante el día, ni antes de las diez de la noche, cuando sea nocturna. (…)
Advierto también a los convecinos que quien sea propietario de un animal doméstico debe cuidarlo, para que la satisfacción de su compañía no implique molestias a nadie. (…)
Como Alcalde, acudo a los vecinos de la Villa y Corte de Madrid pidiéndoles  ayuda, tanto para que cumplan lo que la buena crianza y la educación cívica requieren, como para que inciten a que lo hagan quienes no cumplan como  deben. Todos debemos contribuir, en nuestro cotidiano vivir, en el círculo de nuestros conocidos, amigos, familiares y, en general, convecinos, para que Madrid se convierta en una ciudad limpia y tranquila.
El Alcalde agradece la buena voluntad y la ayuda de todos.
Madrid, 10 de octubre de 1979.
Los bandos de don Enrique no han perdido vigencia al paso de los años dado que son tan necesarios hoy como lo fueron ayer. Y no sólo en Madrid.

martes, 4 de octubre de 2016

Saludar con sombrero propio


Al momento de encontrar o despedir a alguien existen muy diversas maneras de saludarse. De acuerdo con el diccionario son formas de cortesía y amabilidad que expresan interés y consideración, tal como lo sugiere la palabra: desear que el otro goce de salud.

Una parte del saludo tiene que ver con lo no verbal: apretón de manos; abrazo; uno, dos, tres o … besos en la mejilla, la boca, la frente; dar la mano, luego un abrazo, volver al apretón de manos; hacer un complejo y largo juego de dedos, mano, codos, pecho, etc. como acostumbran algunos jóvenes; frotar narices como dicen acontece por otros rumbos; sacarse el sombrero; agitar la mano o un pañuelo; bendecirse y tantos etcéteras.

Los saludos también se manifiestan con palabras que han ido cambiando en el transcurso del tiempo, tal como lo comenta Homero Alsina Thevenet

En épocas más gentiles y menos ateas, los seres humanos se despedían entre sí con la frase "A Dios te encomiendo". Con el paso de los siglos tuvieron menos tiempo de conversar, así que abreviaron la frase a su comienzo, diciendo "A Dios..." y después "adiós". Esto ocurrió no sólo en español sino también en francés e italiano, que promulgaron así las palabras "Adieu" y "Addio".
En inglés ocurrió algo similar pero menos conocido. La frase original era "Dios sea contigo", dicha como "God Be With You". Después fue abreviada a "Goodbye". Cuando los ingleses y norteamericanos tienen poco tiempo, la abrevian aun más, a "Goodby", tesis que el diccionario Webster’s convalida.

Hay personas –así como también acontece con ciertos pueblos- que son más saludadoras e incluso llegan a extremos como el citado por Noel Clarasó.

[Anatole] France iba un día por la calle, pasó un entierro y él se quitó el sombrero. Un amigo que le vio, le dijo:
-Me gustaría saber a quién ha saludado. A los curas es de suponer que no, puesto que no sois partidario; a los enterradores es de suponer que tampoco, puesto que no les conocéis; y al muerto es de suponer que tampoco, puesto que está muerto y no os puede devolver el saludo. ¿A quién saludaba, si se puede saber?
-He saludado a la muerte, y la saludo siempre que la veo. Me gusta estar bien con aquellos que un día u otro, fatalmente, serán mis compañeros.

También existen saludos por encargo que responden al dicho habitual de “ahí me lo saludas” (no confundir con el albur que con otra entonación recurre a las mismas palabras) como el que narra Juan José Arreola.

El barco, me dijeron, partía en unos días, de modo que mi salida de París fue muy precipitada. Pude hacer ya muy pocas cosas. Por ejemplo, mi padre me había pedido que fuera a Los Inválidos, para visitar en su nombre la tumba de Napoleón. Mi padre lo admiraba, y yo recuerdo mucho un libro que él tenía y que ilustraba a Napoleón en su lecho de muerte en la isla de Santa Elena y, a un lado, la muerte que le tendía los brazos. Por la premura, tuve que tomar un taxi a Los Inválidos y pedirle al taxista que me esperara unos minutos. Corrí al sepulcro y, frente al cenotafio, bajo la cúpula gigantesca, tuve un recuerdo para mi padre. Creo que incluso me santigüé. Señor Napoleón Bonaparte, Felipe Arreola Mendoza, de Zapotlán el Grande, Jalisco, le manda a usted sus saludos y homenajes y reza por mis labios una oración. Salí corriendo.

Sin pretender agotar el tema, ¡ni mucho menos!, algunos saludos de carácter religioso son: “Paz y Bien” (Franciscanos), “(…) que Dios guarde por muchos años. Amén”. (Artemio de Valle-Arizpe); “señor que tenga buena tarde y que Dios lo acompañe” (un taxista); “y, como usted dice, ‘que Dios nos proteja en todo y siempre’. Amén” (Clarice Lispector); “que la bendición del Dios de la Vida nos acompañe y guarde. Brille la Luz en nuestras opciones” (Mauro Morelli); “que Dios los bendiga y se curen pronto” (al despedirse una señora se dirige a todos los que están en la sala de espera del consultorio médico). Y en este mismo rubro están –entre tantos otros- los clásicos: “¡Dios nos bendiga!”, “¡que Dios lo acompañe!”, “¡vaya con Dios!”, “¡sea por Dios!”, “¡hasta mañana si Dios quiere!”, “¡que Dios me los bendiga!”, etc. Cierta ocasión en una Central Camionera dos conductores se despedían con el siguiente intercambio:

-¡Que tengan muy buen viaje!
-¡Eso espero!
-Con la decisión del Primerísimo es suficiente para que así sea.

En el ámbito laico además de los saludos habituales existen otros que tienen perfil propio; veamos algunos: “¡salud y fortuna!” (León Felipe); “deseo que en tanto volvamos a vernos, gocen ustedes de cabal salud” o “que entre tanto gocen ustedes de todos los privilegios de la vida” (Ernesto de la Peña); “que larga vida tenga y yo la vea” (dicho popular); “goce puerto el navegante y de salud el enfermo” (dicho popular); “suerte, buen viento y buena caza” (Arturo Pérez-Reverte); “hasta luego y ¡qué se alivie!” (señora se despide de un enfermo); “¡ándele!, nos estamos mirando” (dicho popular). Por otro lado están los saludos gremiales como el clásico: “¡buen vuelo!” con que se despiden los pilotos en el aeropuerto.

Entre los muchos saludos en distintos idiomas indígenas es posible citar “tanesque” (náhuatl) al que se adjudican traducciones como “que se haga la luz en tu vida”, “nuevo amanecer” o “luz de un nuevo día”.
Para culminar digamos que tal como están las cosas no conviene perder de vista los saludos que tienen que ver con la invitación al cuidado: “ahí te cuidas”, “te me cuidas”, “y por favor, ¡cuídenseme mucho!” (Enrique Galván Ochoa); porque como decía Germán Dehesa “(…) te pido que salgas bien arropado, porque el tiempo está muy cambiante y no me parecería nada bien que se te resfriara el alma”.