jueves, 29 de noviembre de 2018

La vaca y la psicología a domicilio


Hace ya unos cuantos años que ha cobrado gran difusión la llamada psicología a domicilio. Libros, revistas, radio y televisión tienen espacios dedicados a aconsejar al ciudadano común que enfrenta tal o cual problema. Las opciones son muchas y la calidad variable: van de lo sensato (que representa un apoyo de consideración para quienes no están en condiciones de acudir con un especialista) a lo disparatado; de un genuino deseo de ayudar a otros, al simple propósito de explotar un interesante nicho de mercado con fines exclusivamente comerciales. Como dice Wislawa Szymborska: “El negocio de la psicología a domicilio consiste en aportar buenos consejos. Es una manera de proceder que utilizamos prácticamente todos cuando tratamos con nuestros amigos. Por lo general, con la mejor de las intenciones y de un modo del todo desinteresado.”

Dale Carnegie fue uno de los autores más destacados en este rubro hace unos años y Szymborska publicó una reseña de su libro Cómo dejar de preocuparse y empezar a vivir.

Sin embargo, no a todo el mundo se le pasa por la cabeza que todos esos consejos pueden ser compilados y publicados. Pero al Sr. Dale Carnegie sí se le ocurrió y, por eso, tenemos entre las manos esta guía sobre cómo luchar contra esas preocupaciones que, no hace falta ni decirlo, nos arrebatan la salud, turban nuestros sueños y emponzoñan nuestro ánimo. Los consejos son bastante benévolos. A algunas personas, en circunstancias muy determinadas, hasta cierto punto y durante algún tiempo, pueden incluso llegar a serles útiles.

Aun reconociendo lo anterior, Wislawa Szymborska cuestiona dos aspectos en la citada obra de Carnegie. El primero tiene que ver con la contundencia del autor para referirse a situaciones complejas, desconociendo todo asomo de duda, incertidumbre o matiz.

Pero en el vocabulario del autor no encontraremos expresiones como “puede”, “parcialmente”, “algunas veces” o “si”. Su optimismo no desfallece en ningún momento y, en ocasiones, adopta un aspecto orgiástico. Creencias tan férreas como esas refuerzan de inmediato mi escepticismo y me llevan a pensar que la ausencia de toda inquietud es aún peor que la angustia. Pone de manifiesto una carencia de imaginación, sensibilidad y una cierta vulgaridad espiritual.

La segunda objeción apunta a los ejemplos cotidianos con que el autor pretende ilustrar sus consejos. “(…) Lo cierto es que debería dejar en paz a esta guía y desearle al menos que tenga algo de éxito con sus lectores, esos a los que les resulta más sencillo mantener el semblante serio. Yo tuve problemas. Sobre todo, mientras leía ‘los ejemplos cotidianos’ con los que el autor adorna sus reflexiones.” Y Szymborska escoge una muestra para argumentar su reparo: “Por ejemplo (…) Carnegie sugiere que la vaca es un buen ejemplo a seguir por las esposas que han sido engañadas, dado que ‘la vaca no enferma solo porque el toro se interese por otra vaca…’.”

Imposible no coincidir con la crítica de la escritora polaca.

martes, 27 de noviembre de 2018

Prólogos


Desconozco cuando se originó la costumbre. Hay prólogos del propio autor pero  también los que son a pedido y en este último caso en el supuesto de que cuanto más reconocido sea el prologuista, mayor será la expectación por la obra. De allí la continua demanda para que escritores destacados escriban unas líneas acerca del trabajo de un amigo, conocido, saludado o –incluso- ilustre desconocido. Hay quienes aceptan todas las invitaciones y están también los que de plano las rechazan, sin entrar en consideraciones de ninguna índole.

Entre los primeros seguramente se encontraba Antonio Castro Leal, en alusión a quien Carlos León (citado por Rodolfo Coronado) dijo: “Después de tantas veces en que don Antonio Castro Leal le puso prólogo a un libro, es cosa de ir pensando en obsequiarle un prólogo, para ver si le pone libro.” El problema para quienes siempre acceden es que –tal como apunta José Luis Melero- no tienen tiempo para leer las obras.

Además, los prologuistas suelen ser abordados un poco aquí y allá, comprometidos por unos y otros, y acaban escribiendo sus textos sólo porque se sienten halagados de que se les reconozca magisterio o por no atreverse a desairar al solicitante. Por eso muchos de los prólogos que uno ha leído están escritos un poco a la diabla, todo lo más para salir del paso, con buena voluntad en el mejor de los caso pero con escaso sentimiento y entusiasmo. Y en bastantes ocasiones uno tiene la sensación de que el prologuista ni siquiera se ha leído el libro y de que apenas le ha dedicado una pequeña ojeada. 
Algunos prólogos dicen algo del libro del que son antesala, otros dan rienda suelta a cualquier tipo de consideraciones (tanto es así que Andrés Neuman los define como: “Texto ocasionalmente referido al texto al que precede”). En muchos casos su finalidad consiste en demostrar que el libro tiene unidad, cierta lógica en su contenido. Y si no la hay se la inventa, que al fin eso es lo de menos; a ello se refiere Augusto Monterroso.

[A manera de fórceps]
Recuerdo que todavía hace pocos años, cuando algún escritor se disponía a publicar un libro de ensayos, de cuentos o de artículos, su gran preocupación era la unidad, o más bien la falta de unidad temática que pudiera criticársele a su libro (como si una conversación -un libro- tuviera que sostener durante horas el mismo tema, la misma forma o la misma intención), y entonces acudía a ese gran invento (sólo comparable en materia de alumbramientos al del fórceps) llamado prólogo, para tratar de convencer a sus posibles lectores de que él era bien portado y de que todo aquello que le ofrecía en doscientas cincuenta páginas, por muy diverso que pareciera, trataba en realidad un solo tema, el del espíritu o el de la materia, no importaba cuál, pero, eso sí, un solo tema. En vez de imitar a la naturaleza, que siente el horror vacui, eran víctimas de un horror diversitatis que los llevaba invenciblemente por el camino de las verdades que hay que sostener, de las mentiras que hay que combatir y de las actitudes o los errores del mundo que hay que condenar, ni más ni menos que como en las malas conversaciones.
Es del caso señalar que José Luis Melero no les ve mayor utilidad. “Los prólogos siempre me han parecido una costumbre bastante absurda: si los libros son buenos no precisan el aval de nadie (…) y si son malos ningún proemio adulador va a salvarlos del rápido olvido a que los condenarán los lectores.” Y concluye que los prólogos constituyen un género muy aburrido debido a su alta carga de previsibilidad y ausencia de sorpresas. “Son también, como sucede con las necrologías, absolutamente previsibles: en ambos casos todos sabemos antes de leerlos que nos van a hablar bien del libro y del difunto.”

jueves, 22 de noviembre de 2018

El taxi, un espacio en otra dimensión


Seguramente alguien ya habrá realizado un estudio comparativo del servicio de taxi en diversos países, lo que debe haber arrojado conclusiones significativas en campo como la economía, psicología, sociología, etc. Muchos pasajeros hemos vivido en ese transporte público alguna anécdota que merece relatarse y todos los taxistas deben tener muchas acerca de pasajeros que han subido a su vehículo. 
Y es que según Juan José Millás –citado por Fernando Díaz de Quijano- allí se vive en una dimensión diferente.
Cuando entras en un taxi, sobre todo para quien no lo usa de manera excepcional, es como entrar en otra dimensión, porque la situación que se crea dentro de él, si lo piensas, es muy rara: un desconocido se pone en el asiento de atrás y se deja guiar por otro desconocido del que solo ve la nuca y parte de la cara. Es una situación muy, muy, muy extraña. 
Ahora bien, continúa Millás, hay que aprovechar esas vivencias extrañas que pueden mejorar en mucho nuestra existencia. “Las situaciones extrañas son las que explican la vida porque son las que nos obligan a ver la realidad desde una perspectiva diferente, nos desfamiliarizan de la realidad (…)” 
Cuando se sube al taxi con colegas, amigos o familiares debe cuidarse el tenor de la conversación dado que va a tener un testigo obligado. Entonces es más que comprensible que se suspendan confidencias así como detalles escabrosos, que se utilicen códigos solo comprensibles para los interlocutores y que los diálogos se vuelvan más superficiales, aunque sin exagerar la nota como sucedió –de acuerdo a lo que relata Simon Leys- con dos reconocidos escritores.
El encuentro de genios no siempre propicia intercambios sublimes. El único encuentro entre James Joyce y Marcel Proust es un buen ejemplo: estos dos gigantes de la literatura moderna compartieron en una ocasión un taxi, pero se pasaron todo el trayecto discutiendo sobre si abrir la ventanilla o no. (Esta anécdota tiene que ser cierta, porque la inventó Nabokov).

Es rumor de dominio público que en muchos lugares los taxistas son orejas que responden a los sistemas de seguridad de la localidad y en algunos casos no se contentaron con mantener una actitud pasiva, tal lo que narra Miguel Gila de un sucedido en tiempos del franquismo.
En la dictadura se cuidaba mucho la moral. La Iglesia había hecho causa común con el Gobierno, o a la inversa, y si la policía sorprendía a una pareja de novios besándose, podía pasar de una multa a una denuncia por inmoralidad. Y lo más triste es que muchos españoles hacían causa común con la dictadura; era frecuente que si ibas en taxi con tu novia o tu mujer y se te ocurría darle un beso, el taxista, mirando por el retrovisor, dijera:
-Eso en la cama, en mi taxi, no.

De aquellos tiempos procede también lo que relata Román Gubern. “Y un taxista me contó que acompañó a una pareja joven hasta un meublé y, mientras el chico le pagaba, ella le preguntó con aire sorprendido: ‘¿Es aquí donde vive tu madre?’.”

Finalmente digamos que no es extraño que en algunos viajes, y guiados por la mutua confianza que les marca su intuición, pasajero y taxista tengan conversaciones sumamente profundas y confidenciales que posiblemente no la mantengan con gente mucho más allegada. Esto se explica porque al decir de Juan José Millás –nuevamente citado por Fernando Díaz de Quijano-: “Además el taxi es un espacio fantástico para las confidencias porque se dan entre personas que no se van a volver a ver.”

martes, 20 de noviembre de 2018

El primo Robert John, un observante del sabbat


Quien lee a Oliver Sacks siempre encuentra historias muy interesantes, sea de su campo profesional o de la vida cotidiana. A este último rubro corresponde la que ahora citamos.

Durante la década de 1990 conocí a un primo y coetáneo mío, Robert John Aumann, un hombre de aspecto impresionante, de complexión robusta y atlética,  y con una barba blanca que ya a los sesenta años le otorgaba un aspecto de sabio venerable. Es un hombre de una gran capacidad intelectual, pero también provisto  de gran ternura y calidez humanas, y de un profundo compromiso religioso; de hecho, “compromiso” es una de sus palabras favoritas. (…) 
Insistió en que yo colocara una mezuzá sobre mi puerta, y me trajo una de Israel. “Sé que no eres creyente”,  me dijo, “pero de todos modos deberías tener una”. No le llevé la contraria.

Comenta Sacks que en su primo se da una confluencia poco frecuente porque “aunque en su trabajo defiende la racionalidad en la economía y en los asuntos humanos, para él no existe ningún conflicto entre la razón y la fe”.

En una extraordinaria entrevista que concedió en 2004, Robert John habló de su vida académica, que había dedicado al estudio de las matemáticas y la teoría de  juegos, pero también de su familia: que iba a esquiar y a hacer alpinismo con algunos de sus casi treinta hijos y nietos (los acompañaba un cocinero de comida  kosher cargado de cacerolas), y que para él el sabbat era muy importante.

Y es que para Robert John –citado por Sacks- el respeto al sabbat va mucho más allá del cumplimiento de la norma. “La observancia del sabbat es algo en extremo bello (…) y es imposible si no eres religioso. Ni siquiera es una cuestión de mejorar la sociedad, sino de mejorar la propia calidad de vida.” Cuando recibió lo que seguramente fue el mayor premio en su vida académica, puso condiciones.

En diciembre de 2005,  Robert John recibió el Premio Nobel por su valiosísimo trabajo durante cincuenta años en el campo de la economía. No fue un invitado  especialmente cómodo para el Comité del Nobel, pues viajó a Estocolmo con su familia, acompañado de muchos hijos y nietos, y hubo que proporcionarles a todos platos, utensilios y comida especial kosher, y ropa de etiqueta especial que no  tuviera ninguna mezcla de lana y lino, algo prohibido por la Biblia.

Su observancia llega a tal extremo que si las circunstancias lo hubiesen obligado a elegir entre el sabbat y el Nobel, no habría tenido duda alguna. Continúa Oliver Sacks

(…) Ese mismo mes descubrí que padecía cáncer en un ojo, y al mes siguiente, mientras me encontraba en el hospital para seguir el tratamiento, Robert John  vino a visitarme. Me contó un montón de entretenidas historias sobre el Premio  Nobel y la ceremonia de Estocolmo, pero también insistió en que, de haberse visto obligado a viajar a Estocolmo en sábado, habría rechazado el premio.

Concluye Sacks: “Su compromiso con el sabbat, con esa sensación de paz absoluta y alejamiento de las preocupaciones mundanas, era más importante incluso que un Nobel.”

jueves, 15 de noviembre de 2018

¿Por qué?


Mucho más fácil no preguntar nada. Vivir sin ver lo que sucede o aun viéndolo suponer que todo responde a un orden impuesto frente al que debe guardarse silencio, sumisión. No hay de otra, ni modo, es lo que hay. El miedo a rebelarse suele ganar en combate tan desigual. 

Manuel Rivas retoma la historia de alguien que se animó a preguntar (El País, 5 de julio de 2015).
Un guardián, joven y fornido, patea en el suelo nevado a un prisionero anciano que se ha caído exhausto. No tiene fuerzas ni para quejarse. Y nadie se atreve a protestar porque se juega la vida. Están en un campo de exterminio. Pero aun así hay una palabra indómita, que se abre paso en el castañeteo de los dientes.
–Warum?
 Alguien ha hecho una pregunta. La pregunta.
–¿Por qué?
 El guardián nazi se revuelve. También está adiestrado para eso. Tiene una respuesta terminal.
Hier ist kein warum (Aquí no hay ningún porqué).
Lo cuenta Primo Levi en Si esto es un hombre.

El mismo Primo Levi fue quien se atrevió a formular la pregunta cuestionando aquella barbarie. Prosigue Manuel Rivas
Y la respuesta del guardián equivale a todo un tratado sobre la historia dramática de la cultura. La primera medida de todo poder autoritario es hacerle la vida imposible a los porqués. La arbitrariedad no soporta ese interrogante. Ni en un palacio imperial, ni en una empresa, ni en una escuela, ni en una iglesia, ni en una choza. Al privarlo del porqué, se convierte al otro en un subalterno, en un prescindible. Un espacio sin porqués acaba siendo siempre lo que César Vallejo llamó “tierra indolente”: donde cavar un adiós.

Hay momentos en que la sola pregunta expresa resistencia, inconformidad, protesta, subversión, coraje, deseo de que las cosas no sigan como están. Pero no es fácil porque como apunta Rivas: “Tal vez es verdad que hay gente que vive feliz en la ignorancia. Que prefiere no hacerse preguntas. Preguntar, igual que recordar, a veces duele.”

El tema no es de ayer. Son muchas las situaciones que hoy exigen el imperioso y urgente: ¿por qué? Y no sólo quedarse en la pregunta sino rebelarse ante la injusticia y la barbarie impuesta desde el poder porque –como alguien ha dicho- conviene no olvidar que lo que hay no es lo único que puede haber.

martes, 13 de noviembre de 2018

Las dos Pilar y los dos Javier


A menudo nos invade el sentimiento de que ya es más que suficiente con ser uno mismo, sin embargo no son pocos los casos de quienes en su vida tuvieron que ser dos. Ello sucedió a Pilar Bardem tal como lo contó en entrevista realizada hace unos años por Rosa Montero.

(...) cuando mi madre me tuvo, me tuvo porque murió la otra hermana a los ocho años. Por eso yo soy mucho más pequeña que mi hermano. Juan Antonio me lleva 17 años. Mi madre siempre decía en broma que yo era el último polvo de mi padre, que había supuesto un gran esfuerzo de don Rafael y que por eso no había salido tan guapa como la otra. (...) 
Trato de quererme. Estoy descubriéndome a mí misma. Por ejemplo, ahora veo fotos mías de antes y me digo: anda, pero si era muy mona. No me había dado cuenta. Yo he pasado por mi misma sin darme cuenta. No tenía tiempo para ello.
No tenía tiempo y además supongo que estaba demasiado aplastada por la imagen de la hermana muerta... Llevar esa presión debe de ser difícil.
Lo llevé bien porque mi hermano intervino. En realidad, yo no me daba cuenta de la presión. Porque yo montaba en la bicicleta de mi hermana, yo llevaba un traje puesto y me decían: “Cuidado, que era de tu hermana...”.       

Aun con todo lo que ello significara, Pilar Bardem –con una mirada de comprensión hacia el dolor de sus padres- fue abriendo lugar a su hermana.

(…) los padres no se daban cuenta de esas cosas, los pobres. Y sí recuerdo que, siendo muy niña, un día metí la mano en la sopa y dije: “En esta casa no soy nadie”. De eso sí me acuerdo. Supongo que era una especie de protesta. Y oí que mi hermano decía: “Hombre, por Dios, no le hablemos a la niña de la otra...”. Pero luego lo fui asumiendo porque yo me lo pasaba muy bien con mi hermana, me hacía grandes cuentos con ella. Eran dos princesas, ella era la buena y la guapa, por supuesto, y yo era un poquito más mala... Y luego mi padre me acostumbró a decir que yo era dos. Mi padre siempre decía que yo era dos.

Así fue como ella se fue convirtiendo en dos; las dos Pilar habitaban su vida.

Y mi tía me llamaba Pili-Pili. Pili por la otra y Pili por mí. Porque yo me llamaba Pilar por mi hermana. Y vi la tumba de mi hermana cuando yo tenía ocho años. O sea, vi: “Aquí yace Pilar Bardem, muerta a los ocho años de edad”.
-¡Qué horror!
-Lo vi y me dije: ¡uuuuuuuuh...! Pero siempre he tenido esa sensación de ser dos. Mi padre decía que mi hermana estaba a su lado. Y luego son cosas que se hereda, o que son verdad, porque yo siempre he tenido la sensación de que a mi madre la llevo aquí, conmigo. Y siempre que salgo a escena le digo: “Vamos, Matilde”. Y hay compañeros que me preguntan: “¿Le puedo yo también decir algo?”. Y lo dicen con todo el respeto del mundo.

Según el testimonio de la actriz Pilar Bardem entrevistada por la escritora Rosa Montero, la historia se repite con su hijo. “Y da la puñetera casualidad de que la vida es así. A mí se me murió un niño que se llamaba Javier y nació otro niño corriendo que se llama Javier. Y, efectivamente, yo también le he dicho a Javier que es dos.”

Y aun en este tipo de situaciones aparece el lado positivo por lo que cuando Rosa Montero señala “que ser dos es una estupenda cualidad para ser una actriz o un actor...”, Pilar Bardem coincide: “Sí, sí, sí, claro. Porque eres tú y los demás personajes.”

Extrañas circunstancias en la vida de Pilar y Javier Bardem, dos grandes figuras de la actuación.

jueves, 8 de noviembre de 2018

Difícil seguir viviendo con tanta muerte encima


Hay personas que cargando grandes dolores del pasado no quieren, ni pueden, dejar de ser testigos permanentes del horror vivido. Claro está que para quienes tales tragedias únicamente constituyen referencias más o menos lejanas –tanto en el tiempo como en el espacio- convivir con ellos no resulta nada fácil.

Amos Oz evoca una situación que ilustra el punto. “[En Jerusalén] había también refugiados e inmigrantes clandestinos, supervivientes, tizones salvados del fuego con quienes normalmente nos relacionábamos con piedad y algo de aversión: atormentados y afligidos, pobres del mundo (…)”. En ocasiones la compasión cedía su lugar al cuestionamiento, cuando no al enjuiciamiento por supuesta ingenuidad: “(…) ¿quién tenía la culpa de que con toda su sabiduría se hubiesen quedado sentados esperando a Hitler en vez de venir aquí en el momento oportuno? ¿Y por qué dejaron que los llevasen como ovejas al matadero en vez de organizarse y luchar?”

Llegaba el momento en que niños y jóvenes –continúa Amos Oz- se resistían a tener que escuchar una y otra vez aquellos testimonios desgarradores del pasado.

Que dejasen de una vez por todas de hablar aquí su patético yiddish y que no empezasen a contarnos todo lo que les habían hecho allí, porque aquello no nos dignificaba ni a ellos ni a nosotros. Aquí nos dirigíamos hacia el futuro y no hacia el pasado, y si hubiera que rescatar el pasado, bastaba con el pasado gozoso, hebreo, bíblico, asmoneo, no había necesidad de afearlo con un pasado judío deprimente donde sólo había grandes desgracias (la palabra “desgracias” en casa siempre se decía en yiddish, tzures, y con una mueca de disgusto y sarcasmo, para que el niño supiera que esas tzures eran una especie de lepra y que tenían que ver con ellos, no con nosotros).

De entre muchas historias que poblaban este desencuentro generacional, Amos Oz evoca la del señor Licht.

Entre los refugiados supervivientes estaba, por ejemplo, el señor Licht, a quien los niños del barrio llamaban “un millón de niños”. Tenía un cuarto alquilado en la calle Malaquías, por las noches dormía en un colchón y durante el día enrollaba el colchón y llevaba allí mismo un pequeño negocio que se llamaba “Limpieza en seco, planchado al vapor”. Las comisuras de sus labios siempre estaban caídas hacia abajo, como con desprecio o un profundo desdén. Se sentaba a la puerta de su lavandería esperando a los clientes y, si pasaba por delante algún niño del barrio, siempre escupía hacia un lado y mascullaba entre dientes: “¡Un millón de niños asesinaron! ¡Niños como vosotros! ¡Degollados!”. No lo decía con tristeza sino con odio, con repugnancia, como maldiciéndonos.      

De esta manera el encuentro entre quienes sentían la obligación de dar presente a su pasado (y como acabamos de ver, en ocasiones acompañado con gran carga de amargura personal y culpabilidad hacia quienes no lo habían vivido) con aquellos que sólo buscaban caminar hacia un futuro esperanzador, resultaba sumamente conflictivo.

Ayer como hoy.

martes, 6 de noviembre de 2018

Alfred Hitchcock: contra ejemplo de lo saludable



Por estos días la Cineteca Nacional presenta la exposición “Hitchcock, más allá del suspenso” y exhibe sus películas que siguen concitando la atención de numerosos espectadores de todas las edades. La trayectoria del considerado maestro del suspenso ha sido ampliamente estudiada por muchos autores desde muy diferentes aristas. Wislawa Szymborska, por su parte, aborda un aspecto de su vida que es mucho menos conocido.

Hitchcock debió de ser una pesadilla para todos los dietistas. Vivió hasta una edad provecta, pese a cargar durante toda su vida adulta con muchos quilos de sobrepeso. Consumía cantidades ingentes de carne grasienta, espesas salsas y dulces. El alcohol le acompañaba desde primera hora de la mañana hasta que ya era noche cerrada.

Pero ahí no terminan sus desarreglos en cuantos a usos y costumbres personales. “Además, vivía en un constante estrés. Se enfrascaba tercamente en conflictos con los productores, los guionistas y los actores.” En síntesis –considera Szymborska- “era un ejemplo andante de cómo no se debe vivir si uno quiere estar sano y ser productivo” pero…

Sin embargo, trabajaba, trabajaba como pocos dentro del mundo de los directores de cine. Rodó cincuenta y tres largometrajes, de los cuales algunos pasaron a formar parte de la historia viva del cine, y lo que es más, siguen hoy cortando el aliento de los espectadores. Añadamos a todo ello sus numerosos trabajitos para televisión y las películas que no llegó a realizar, pese a haber invertido muchos meses en ellas.

Concluye Wislawa Szymborska con una de sus frases cargadas de esa amigable ironía que tanto disfrutamos sus lectores: “Finalmente murió, pero –si la memoria no me engaña- cosas como esa también les suceden a las personas que se cuidan…”

jueves, 1 de noviembre de 2018

Epitafios / 2


Varios autores –entre ellos Eulalio Ferrer, Edmundo Valadés, Omar López Mato, Edmundo González Llaca y Noel Clarasó- se han dedicado a coleccionar epitafios. A continuación enunciaremos una muestra que incluye a varios que resultan ser más que dudosos.


Comencemos con los que trazan un perfil de la persona

  • Yace aquí el hidalgo fuerte,/ que a tanto extremo llegó/ de valiente, que se advierte/ que la Muerte no triunfó/ de su vida con la muerte. (Miguel de Cervantes Saavedra)
  • Aquí reposa un hombre que hizo fortuna por haber tenido la inteligencia para servirse de hombres más inteligentes que él. (A. Carnegie)
  • Bastó una tumba para aquel a quien no bastó el mundo. (Alejandro el Grande)
  • Pasajero no llores su suerte, porque si él viviese tú serías el muerto (en relación a Marat).

Algunos se convierten en plegaria

  • Jesús mío, misericordia. (Al Capone)
  • Sólo le pido a Dios que tenga piedad con el alma de este ateo. (Miguel de Unamuno)
  • Aquí yazgo yo, Martín Elginbrod,/ Ten piedad de mi alma, Señor Dios,/ Como habría hecho yo, si fuera Dios/ Y Tú Martín Elginbrod. (epitafio en la Catedral de Elgin, citado por Adolfo Bioy Casares)
  • Se dice también que  Miguel Delibes tenía que elegir un epitafio para su tumba, y que uno de ellos era "Espero que Cristo cumpla su palabra." (autor desconocido)

También está el poético

  • Y cuando me vaya, quedarán los pájaros cantando... (Juan Ramón Jiménez).

Varios cargan nostalgia y pesar

  • Dejadme en paz. (Giacomo Leopardi)
  • Yo nací un día que Dios estaba enfermo. (César Vallejo)
  • Yace aquí el gran cardenal que hizo en vida mal y bien; el bien que hizo lo hizo mal; el mal que hizo lo hizo bien. (Richelieu)
  • Fue. (anónimo, en los jardines de Vrosliget)
  • He sido. Ya he dicho bastante en mi vida. (anónimo)
  • Viajero. Sigue tu camino. Hay cosas más importantes que la muerte. (anónimo, citado por Edmundo González Llaca)
  • Qué mudos pasos traes, muerte fría, pues con callados pies todo lo igualas. (Quevedo)

Aparece la crítica social

  • Aquí yace media España; murió de la otra media. (Mariano José de Larra)
A este respecto Eulalio Ferrer narra un caso peculiar

Antes de morir, y como señal de arrepentimiento de sus pecados, los ricos europeos se aseguraban una buena muerte y un destino trascendente, al ceder parte de su herencia a las obras de beneficencia, orfanatos, monasterios, hospitales, conventos, refugios, etc. Un epitafio de la época refleja, con simpática ironía, tal comportamiento: "Aquí yace Marco Antonio Polifemo, mercader genovés, natural de Fremura, que primero hizo los pobres y después el hospital".


Están los que expresan enojo hacia el médico

  • Les dije que estaba enfermo. (John London)
  • Fallecido por la voluntad divina y la ayuda de un médico imbécil. (anónimo)
  • Yo les decía que este médico no era de fiar. (anónimo)
  • La operación de próstata fue un éxito. Ya no me levanto para orinar. (anónimo)

El cruel

  • ¡Marianita! Nos dejaste a los cinco meses. ¡Qué pronto empezaste a darnos disgustos! (cementerio de la Almudena, Madrid)

Los matrimoniales

  • Aquí yace mi marido, al fin rígido. (anónimo)
  • Señor recíbela con la misma alegría con la que te la mando. (anónimo)
  • Aquí yace mi mujer, fría como siempre. (anónimo)
  • Aquí yace Carolyn Sheffield de Mac Tevish./ La he perdido después de cuarenta y tres/  años de matrimonio./ Más vale tarde que nunca. (en el cementerio de Southampton, citado por Noel Clarasó)

Los que seguramente no son ciertos pero están bien contados

  • Perdónenme por no levantarme. (Groucho Marx)
  • Aquí yace Moliere, el rey de los actores./ En este momento hace de muerto/ y de verdad que lo hace bien.(Moliere)

Los que anuncian vacantes

  • Jared Bats. Su viuda, de 24 años, que vive en la calle Elm, No. 7, tiene condiciones para ser buena esposa y desea volver a ser feliz.

Las mascotas también reciben el homenaje merecido

  • Aquí reposan los restos de un ser que poseyó la belleza sin vanidad, la fuerza sin la insolencia, el valor sin la ferocidad y todas las virtudes de los hombres sin sus vicios. (Lord Byron a su perro Botswain)

Desde un dejo de humor hasta el sarcasmo

  • Aquí yace el autor de todos los impuestos que en el presente abundan en Francia. En absoluto roguéis por su descanso, puesto que él se lo impedía a todo el mundo. (Jean-Baptiste Colbert)
  • Aquí yace Piron, que no fue nada, ni siquiera académico. (Alejo Piron)
  • Truman Capote lamenta profundamente su desaparición física. En la eternidad todo es lo mismo. (Truman Capote)
  • Aquí yace un hombre que ha sabido beber mucho vino y lo ha soportado siempre sin perder la cabeza. (en relación a Amado Nervo)
  • Aquí se acabaron los dolores. (Dolores del Río)
  • Aquí yace Vasco Figueira, muerto en contra de su voluntad. (encontrado en el cementerio de Santarem)
  • Groodfrey Hail. Falleció a los 40 años. Hasta aquí llegué en mi viaje. Lector. ¿Quieres decirme que ocurrió después?
  • Aquí yace un honesto abogado. Lo que es extraño. (anónimo)
  • Víctima de mujeres rápidas y caballos lentos. (Mel Mc Pail)
  • Aquí yace en profunda paz cierta dama voluptuosa que, para mayor seguridad, hizo de este mundo su paraíso. (Condesa de Verrue)
  • Si queréis los mayores elogios, moríos. (Enrique Jardiel Poncela)
  • Aquí yace N; iba perdiendo la memoria hasta que se olvidó de despertar. (Macedonio Fernández)
Un caso singular es el que narra Ramón Gómez de la Serna. “Don Adelardo López de Ayala, que era un gran tosedor, dijo un día a sus amigos, que en vez del ‘Yace en Paz’ pusiesen en su lápida ‘Cesó de toser’.”

Hay quienes llevan sus aversiones hasta el final de la vida, tal lo que cuenta Rafael Barajas, El Fisgón. “El cómico norteamericano W. C. Fields detestaba la ciudad de Filadelfia al punto de que solicitó que su epitafio dijera: ‘Prefiero estar aquí que en Filadelfia’.”

Hasta aquí con este recorrido por el mundo de los epitafios.