viernes, 15 de octubre de 2010

Homenaje a Magdalena

Los primeros tiempos de nuestro exilio voluntario fueron difíciles. Junto a mis amigos-hermanos, Fernando y Nelson, constituíamos una masa de extrañares. Nos sentíamos muy solos entre tanta lluvia cronometrada (como es la de ciudad de México en cierta temporada), entre tanto exiliado con justos títulos. Esos días se hacían eternos y vagábamos en busca de trabajos, amigos, lugares (¿para dónde quedará la rambla?). Alguien nos llamó los mormones de a tres. Nos movíamos simbióticamente unidos, teníamos miedo a perdernos. Como a las dos semanas se produjo la primera separación: yo me quedé en la Universidad Iberoamericana y ellos siguieron. La despedida constituyó un trance difícil, cuasi traumático.

Ilustración: Margarita Nava
En esas circunstancias conseguimos alojamiento. Dos compatriotas nos abrieron la puerta de su departamento y las compuertas de sus corazones. Se transformarían en entrañables amigos: Rubén (“El Canario”) y Julito. Ellos no tenían mucho tiempo en México, pero sin duda eran los iniciados. El departamento quedaba en el centro histórico (quinto piso por escalera) y en él fuimos conformando una comunidad -no exenta de discusiones y líos- que nos dejó huella a todos sus integrantes. 

Nelson bautizó a nuestro hábitat como la ameba tiñosa. La dieta era en base a Ron, Coca Cola, huevos fritos, milanesas -presumiblemente de carne de caballo- y plátanos. La vida en aquel entorno se puede definir como la vida de cinco damnificados. Había solamente una cama en buenas condiciones que indiscutiblemente pertenecía a Rubén por derecho de antigüedad pero que, como por lo general él trabajaba en las noches, eventualmente admitía nuevo inquilino. Otra joya de su mobiliario residía en un sillón de color inescrutable (al cual muchos años después Doña Perla arrancó su tonalidad original), en el cual dormía y permanecía Julio viendo televisión. Por último, en una cama desvencijada en la que se respetaba religiosamente el turno (que sólo era alterado por razones humanitarias en caso de enfermedad) dormíamos cada tercer día Nelson, Fernando o yo.

El orden y la pulcritud dejaban mucho que desear: si hubieran pasado las autoridades sanitarias sin duda nos hubieran clausurado el local y habrían procedido a la fumigación inmediata del mismo. A quienes nos tocaba dormir en el suelo nos tapábamos literalmente con diarios; los platos -sin lavarse, por supuesto- eran reusados en una suerte de mito del eterno retorno; la ropa (y me declaro precursor del método) era sumergida en una cubeta con agua y jabón, después de darle cinco vueltas para un lado y cinco para otro, se dejaba en remojo toda la noche; al otro día se colgaba y al secarse ya estaba pronta.

Se puede decir que cuando escaseaba el alcohol, abundaba la depresión y la nostalgia.Y un buen día se produjo el milagro. Magdalena tocó a la puerta del departamento. 

Ella había sido amiga de un uruguayo que vivió antes que nosotros en el mismo departamento y que ya se había regresado. Magdalena vivía con su hija y su padre en una vivienda muy humilde en las proximidades de La Lagunilla, por un rumbo que se las traía. Se decía que en su vida productiva, hasta no mucho tiempo atrás, alternaba el trabajo de prostituta con el de artesana (bueno, tal vez la prostitución también sea una rama de la artesanía). Hacía unas muñecas hermosas que vendía principalmente a extranjeros en la puerta de los hoteles de lujo en la Zona Rosa.

Ya había concluido su duelo por la partida de nuestro compatriota. Al ver nuestras condiciones de vida se impresionó tanto que decidió echarle una mano a estos cinco uruguayos en situación límite. Y es así como comenzó a hacerse presente con regularidad: un día barría, otro ordenaba, al siguiente lavaba los platos y finalmente -en lo que ya resultó una sofisticación- trajo unas plantas. Al concluir su trabajo que metamorfoseaba a la ameba y a nuestro estado de ánimo, se sentaba con nosotros a tomar mate y a escuchar a Gardel. Con el paso del tiempo le perdimos la pista.

Cada vez que paso por La Lagunilla o por la Zona Rosa voy observando rostros de mujeres intentando dar con ella. Hasta el momento no he tenido suerte.

¡Salud, Magdalena y gracias!

1 comentario:

rinderk dijo...

Felicitaciones a Margarita Nava por la ilustración de Magdalena, me parece buenísima.
Rodolfo