martes, 10 de enero de 2012

Cuando el amor riñe con la solidaridad

El proceso previo al derrocamiento del dictador Anastasio Somoza, el triunfo de la Revolución Sandinista, así como los enfrentamientos que tuvieron lugar posteriormente con los contras (respaldados por el gobierno de los Estados Unidos), fueron seguidos en México con mucha atención. Muchos mexicanos se alinearon con el sandinismo tanto en su aparato armado como en el apoyo a los diversos programas sociales llevados a cabo luego del triunfo de la Revolución.

Ilustración: Margarita Nava

Las brigadas solidarias estuvieron conformadas en forma destacada por varios integrantes de la comunidad académica y estudiantil quienes no dudaron en arriesgar su vida al ir tras sus ideales. Las universidades públicas (y también las privadas, aunque en menor escala) organizaron campañas solidarias para recaudar fondos y reunir aquellos materiales requeridos por el proceso de alfabetización impulsado por la dirigencia sandinista y considerado como fundamento de todo proceso de cambio.  

Según Gonzalo Celorio el mundo de las letras (en particular la poesía) ocupa un lugar muy importante en esa nación centroamericana. 

Los poetas de Nicaragua se llaman poetas. Es decir se llaman poetas los unos a los otros, vocativamente: Poeta, dame fuego; poeta, servime un trago. Es un oficio que no le tiene miedo a su nombre. En México, al menos, rara vez usamos esa palabra. Como si fuera demasiado pequeña o demasiado grande —tertulia decimonónica o excelencia artística—, la sustituimos por alguna acaso más general: escritor, o por otras que le dan la vuelta: escribe poesía. En Nicaragua, en cambio, se le llama poeta al poeta y como tal se le presenta: El poeta Gutiérrez, el poeta Lobo. Y casi todos son poetas en Nicaragua. Como en Chiapas: hasta que no demuestren lo contrario.
—Es una mierda alfabetizar a estos jodidos —dice, cariñosa, irónicamente, un poeta que participó en la ingente campaña durante la cual la Nicaragua que sabía leer y escribir enseñó a la que no sabía—. Lo primero que hacen los jodidos cuando los alfabetizás es escribirte un poema.
Gonzalo Celorio anduvo en aquellos años por Nicaragua. A la hora de la despedida, el amor de madre hizo un exhorto a la solidaridad del hijo.

Evocando, sin saberlo, el bolero Despedida de Pedro Flores, Mamá me dijo:
—Cuando estés en Nicaragua, no por hacerte el muy valiente te vayas a asomar a la guerra— como si la guerra se concentrara en un estadio de futbol.
La guerra está en cada casa, en cada escuela, en cada fábrica, en cada corazón, en cada biografía, en cada tierra de labor. Atrás de cada ventana, atrás de cada mirada, atrás de cada poema. En cada hora de trabajo y en cada trago de ron. Debajo de la almohada —si la hay—, debajo de la cama —si la hay—, debajo de la tierra —que es tierra de volcanes.
—Acuérdate que tienes hijos —dijo. Y sin poder ocultar la ascendencia de su ascendencia, remató: —y sobre todo madre.
No fue el único caso. Otro tanto sucedió a Marco Aurelio Carballo quien refiere su propia vivencia.
Hace varios sexenios conocí a una mujer chula. Nunca me convencí de que ella me quisiera, escéptico que es uno. Se trataba de una chica dura, digamos. Hasta que no me fui a la guerra en Nicaragua porque entonces ella, reblandecida a punta de besos, dijo:
         —No te me vayas a morir porque te mato.

Es así como en ocasiones el amor mira de reojo, y con cierta carga de celos, a la solidaridad.

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