jueves, 3 de enero de 2013

La educación familiar: problemas de ayer y de hoy


Entre los temas actuales en relación a la educación familiar es posible encontrar los de libertad y límites, pérdida de autoridad por parte de madres y padres, exceso de satisfactores en los hijos de familias acomodadas, derechos y obligaciones de los hijos, educación ética y ciudadana, etc. Cometemos el error de pensar que se trata de un conjunto de nuevas problemáticas ocasionadas por las características propias de la sociedad en que vivimos. Muchos son los padres y maestros que se refieren al pasado como un paraíso perdido en el que estas situaciones estaban muy lejos de presentarse.

Sin embargo hay malas noticias para ellos porque las cosas están muy lejos de haber sido así. En relación a la cuestión de la libertad y los límites, un destacado cronista del siglo XIX como lo fue José T de Cuellar escribe en 1871:

Abolida (y con justicia) la disciplina y los gol­pes como método racional de enseñanza, ha habido después muchos papás y mamás que han tocado el extremo opuesto; hoy están en mayoría absoluta los muchachos consentidos, los niños son más formal­mente malcriados y terribles; las mamás querendo­nas y consentidoras están también en mayoría.
Temblad ante los niños, especialmente de los riquitos. Muchos dicen que es porque nacen más des­piertos, que es el progreso y exclaman, parodiando al libro santo:
—Dejar que los niños hagan lo que les dé gana.
En cuanto al exceso de bienes (y los males que de ellos se derivan) del que disponen los hijos de familias más adineradas, tema muy recurrente en nuestros días, ya se presentaba indicios muy claros hacia mediados del siglo pasado. El periodista Roberto Blanco Moheno en un artículo titulado “Los juniors” y publicado en la revista Siempre en agosto de 1956 narra el siguiente caso.
… Naturalmente los culpables son los padres. Creo haber relatado ya la actitud de un psiquiatra amigo mío al que cierto pistolero de un cierto “senior” llevó al correspondiente “junior” porque “su papá ya no lo aguanta”. El doctor humano hasta el cielo de enfrente empezó el interrogatorio de costumbre. Y se enteró, horrorizado, de que el muchacho era desobediente, lépero y hasta relativamente delincuente… por aburrimiento!
-Usted, joven, ¿tiene coche?
-Dos; uno claro para las mañanas; otro, oscuro, para después. Me los regaló papá.
-¿Y ese anillo?
-Vale quince mil pesillos. Me lo dio papá, de cuelga.
-¿Cuánto trae usted en la bolsa?
-¿Y a usted qué le importa? Lo que quiera yo, para eso está papá…
El doctor suspendió la consulta, dolido del alma, y dijo al pistolero:
-Diga usted al señor don Fulano que curaré a su hijo después de haberlo curado a él.


En lo que respecta al ejercicio de la ciudadanía y las obligaciones que ello supone será el mismo Roberto Blanco Moheno quien refiera otro caso, en su columna de la revista Siempre en enero de 1959.
En Córdoba –me contaba mi padre, nativo de esa linda ciudad veracruzana- se dio un caso con gracia y con miga; cierto muchacho de “buena sociedad” empezó a descarriarse, a beber, a jugar. El padre que era un hombre de trabajo hecho en la dura brega diaria, lo llamó a cuenta. Y entonces ese precursor de nuestros copetones actuales se engalló:
-¡Usted, papá, olvida que soy ya un ciudadano! –gritó.
-¡Ah! –contestó el viejo socarrón-: con que eres ciudadano ya, ¿verdad? ¡Y yo, tonto de mí, que no había caído en la cuenta! Te estoy ofendiendo, hijo, al darte todo lo que necesitas y hasta lo que no es necesario… de aquí en adelante, en la calle, podrás actuar libremente. Porque supongo que tu condición ciudadana no te permitirá vivir como niño bonito, a mi costa, y bajo mi techo. Un hombre es un hombre…
El muchacho, gallito, dio un portazo. Y el viejo calmó las lágrimas cómplices de su atribulada esposa:
-Espera. Es por su bien…
No hay ríos de leche, ni árboles de tortillas. Ocho días después, por la tarde, cuando el viejo estaba leyendo algún buen libro en la sala de la casa, llamaron tímidamente a la puerta. Fue el jefe de la casa quien personalmente abrió para encontrarse con su hijo, que ya no parecía, ni remotamente, un gallo:
-Vengo, papá –dijo el muchacho con los ojos húmedos- … a renunciar a la ciudadanía…
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Eso fue en Córdoba, a principios del siglo (XX). Pero ¿qué vamos a hacer cuando no son los hijos, sino los padres, los que renuncian a la ciudadanía?

Por último es importante hacer notar que muchos educadores hoy día ven con envidia y nostalgia la estrategia empleada por el padre de este adolescente que reclamaba sus derechos, al tiempo que se formulan la misma pregunta con que Blanco Moheno finaliza su artículo.

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