martes, 5 de febrero de 2013

Distintos modelos de curas

Todas las profesiones y oficios son factibles de ser ejercidos de muy diversas maneras. No todos los electricistas, médicos, carpinteros y abogados desempeñan su actividad de la misma manera. Y aun aceptando sus especificidades, lo mismo sucede con los sacerdotes. A los efectos de ilustrar el punto, recurriremos al libro “¿Por qué a mí? Diario de un condenado” de Víctor Hugo Rascón Banda (México, Grijalbo, 2006).

El título tiene que ver con la pregunta que se formula Rascón Banda cuando luego de unos análisis de rutina recibe una muy mala noticia en forma de diagnóstico probable: leucemia linfocítica crónica. “Muchos años después, ante mi pregunta ¿Por qué a mí?, mi madre me diría ¿Y por qué no? ¿Te crees privilegiado? ¿Quién eres tú para estar a salvo de una enfermedad grave?, rompiendo mi soberbia.”
Tuvo mucha fuerza para encarar la adversidad y a partir de allí su vida se verá transformada: tratamientos, estudios, internaciones, tratamientos, estudios, internaciones… Atravesó por momentos muy difíciles tanto en lo físico como en lo espiritual. “¿Dónde está Dios?, me he preguntado muchas veces en el hospital, en momentos difíciles, en noches de insomnio y camino del quirófano, a la hora de someterme a alguna intervención.” En esas estaba cuando una amiga le envía un sacerdote.
Hoy recibí la visita de un sacerdote, moreno, de estatura mediana, de cuarenta años. (…)
Este día yo estoy muy triste, necesitado de un consuelo, de una oración, de fe y de esperanza.
Le pido que recemos por mi salud, que nos encomendemos a los santos y vírgenes que él considere más influyentes para que intercedan ante Dios por mi salud.
Me mira sorprendido, molesto.
De ninguna manera, me dice, Dios no pierde el tiempo en esas cosas. ¿Se imagina que Dios va a poder escuchar y atender los millones de peticiones de salud, amor y dinero?
¿Y los milagros de Jesús?, le digo. ¿No le dio la vista a los ciegos, curó a los leprosos, hizo caminar a los paralíticos? ¿No resucitó a Lázaro?, le rebato.
Eso fue en aquel tiempo. Jesucristo no era conocido y se le ocurrieron esos actos populistas para darse a conocer, me responde.
¿Entonces era demagogo?, pregunto.
Digamos más bien que era un buen publicista. Mire, yo vengo a prepararlo para que goce la presencia de Dios. ¿O no quiere usted gozar la vida eterna?, me dice.
No todavía, le respondo. Yo quiero vivir en la tierra por muchos años. Yo tengo muchas cosas que hacer.
¿No quiere gozar de la presencia de Dios?
No todavía. Él es eterno y me puede esperar. Necesito salud…
Eso pídaselo a los médicos, no a Dios, dice, y se va enojado.
Me quedo sorprendido, no, encabronado es la palabra.
Ante situaciones como estas no es difícil concluir en que la pastoral hospitalaria y de acompañamiento a los enfermos tiene aun mucho camino por recorrer.
Las semanas en aquel hospital transcurrían en forma muy lenta. Los días y las noches se confundían al igual que las fechas, porque en esas condiciones ¿qué caso tiene saber el día y la hora?  Los muchos amigos de Rascón Banda no cesaron en su empeño de enviarle tanto sacerdotes como laicos que pudieran apoyarlo.
Recibo la visita de un jesuita enviado por el director teatral Luis de Tavira. Es un hombre de mediana edad, que iba a llegar una hora antes. Perdón por el retraso, me dice. Es que vengo de un ensayo con Margarita Sanz.
¿La actriz?
Fui a darle una clase de tango en el Círculo Teatral, porque Margarita va a estrenar una obra de Darío Fo y necesita bailar tango.
Perdón, le digo. Pensé que era sacerdote, Luis me dijo que iba a mandar un sacerdote.
Soy sacerdote.
¿Y qué tiene que ver el tango en esto?
Es que me gusta mucho el baile, el danzón, el rock, la salsa. Voy a bailar todos los jueves a La Ciudadela, de 7 a 10.
¿Y no ha tenido problemas con sus feligreses?
¿Por qué? responde. Nunca lo hago con mujeres menores de cuarenta años, para evitar chismes.
Víctor Hugo Rascón Banda hace una síntesis de aquella singular visita. “Hablamos de baile, de teatro, de libros y paso una tarde feliz. Creo que hasta rezamos un poco. Y ese día, yo quedo en paz.”

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