Con innumerables ejemplos la historia muestra que tanto las revoluciones
como los movimientos rupturistas y de vanguardia luego que triunfan y pasan a ser
oficialistas, se ven amenazados por su propia decadencia. Para el caso puede
ser ilustrativa la anécdota que narra Leopoldo Zincunegui
(Durante la Revolución Mexicana) el famoso capitán
Trujillo, de las fuerzas del general Diéguez, en cierta ocasión se presentó a
su Jefe indicándole que pensaba marcharse para su tierra.
-Pero hombre –le dijo Diéguez en tono paternal- ¿qué paso
contigo? ¿Es que no te gusta andar en la bola?
-¡No, Jefe! no es que no me guste el “borlotito”, pero la
verdad es que esto no tuvo chiste… ¡Ya esta Revolución degeneró en Gobierno!
Revoluciones sociales, artísticas, educativas después de pasar por su momento
de auge fueron portadoras de su propio declive. Elie Wiesel (Retratos y leyendas jasídicos) afirma
que no hay nada que corrompa tanto a los movimientos revolucionarios como los
éxitos. En su análisis intenta comprender este proceso degenerativo mediante la
identificación de diversas generaciones de revolucionarios “(…) luego de la
primer guardia, la de los puros, viene, en segundo término, la de los pioneros.
La tercera, combate por costumbre, la cuarta, por inercia.” De esta manera. lo
que en un momento fue innovador se transforma en costumbre y poco a poco se va
perdiendo la fuerza de los inicios. Tomando una expresión que proviene del
mundo empresarial, es posible afirmar que los procesos revolucionarios también son
afectados por su zona de confort y es cuando de acuerdo con Wiesel
Lo esencial cede a lo superficial, el fin a los medios.
Ya no se combate en las alturas, ya no somos portadores del impulso. Es combate
por un título, por una posición. Se reemplazan las ideas por celebridades, los
ideales por fórmulas. Es el destino de toda aventura, ninguna sorpresa es
eterna, ninguna pasión dura. Al alba, la noche habrá tragado a sus profetas.
Ninguna escuela ha conseguido mantener vivo el soplo y la primera visión de sus
precursores, la rigurosa exigencia de sus fundadores. Nada es más difícil que
salvaguardar el sueño una vez que ha dado impulso a la materia. Nada tan
peligroso para la victoria, comprendida la del espíritu, que la victoria misma.
El entusiasmo que concita la revolución triunfante anticipando un horizonte
de cambios y transformaciones esperanzadoras es tal que, con frecuencia, inhibe
el juicio crítico haciendo que la mirada pierda rebeldía y se vuelva
complaciente. Así lo innovador deviene en conservador y la vitalidad se
burocratiza. Y es que tal como concluye
Wisel: “No se gana impunemente. Hay que pagar por las batallas ganadas, y
nuestra inocencia es a menudo el precio. Cualquiera sean los triunfos, terminan
siempre por engendrar situaciones que los ponen en duda.”
A nivel teórico (donde el concepto de revolución permanente se impone al de
revolución institucionalizada) el tema adquiere una claridad que se encuentra
muy distante del acaecer.
Tal vez haya algo de razón en el viejo aforismo que –con aire conservador-
sostiene que es más fácil ser oposición que ser gobierno.
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