No es cosa sencilla asumir
la propia responsabilidad en estos tiempos en que a la hora de las atribuciones
siempre queda el recurso de esgrimir atenuantes, cuando no sea posible declinar
la responsabilidad directamente en otro. A ello se refiere Pascal Bruckner en su
libro La tentación de la inocencia (Barcelona,
Anagrama, 3ª. Ed., 1999), en su opinión Estados Unidos es líder en lo que
identifica como victimología, que allí
se está convirtiendo en plaga nacional.
Para ilustrar el punto presenta una serie de casos.
Los
anales judiciales rebosan de anécdotas tan pasmosas como grotescas: ¿que el
autor de unos asesinatos en serie tiene que responder de sus crímenes? Se
defiende aduciendo una sobreexposición a la televisión y a su cascada de
imágenes violentas. ¿Que un padre mata a su hijita? Se lo tenía bien merecido:
de hecho, era ella la que le estaba matando con su carácter insoportable. ¿Que
una mujer desarrolla un cáncer de pulmón tras cuarenta años de tabaquismo
impenitente? Demanda a tres compañías tabaqueras por falta de información sobre
los peligros del tabaco. ¿Que otra por despiste mete a su perro en el
microondas para secarlo? Denuncia a los fabricantes culpables, en su opinión,
por no haber indicado en el manual de instrucciones que el aparato no es un
secador. ¿Que el asesino del alcalde de San Francisco trata de explicar su
crimen? Se habría estado alimentando de forma inadecuada (“Junk food”) y
eso, momentáneamente, lo habría sumido en un estado de demencia. ¿Que una madre
liquida a su hijo? Su abogada aduce un desequilibrio hormonal que impone la
absolución inmediata. ¿Que una vidente ha perdido su talento adivino? Denuncia
a su peluquero que la habría tratado con un champú causante de la desaparición
de sus facultades. ¿Que sorprenden al rector de una universidad persiguiendo
con llamadas telefónicas obscenas a unas muchachas? Lamentablemente, está
aquejado de unas dosis anormales de ADN en sus cromosomas que ocasionan estos
arrebatos de inusitada turpitud. Por no hablar de los asesinos de
personalidades múltiples que nunca se reconocen en el ser que ha asestado las
puñaladas o de esos malhechores que denuncian su detención como una forma
particularmente aviesa de discriminación: ¿por qué yo y no los otros?
Sin embargo, esta situación
no es exclusiva de Estados Unidos ni de años recientes. Hace ya mucho tiempo
que el español Rafael Azcona propuso demandar a Frank Sinatra.
Hace
años yo proyecté reunir en una asociación a todos los novios perjudicados por
Frank Sinatra; fue cuando las parejas de novios se acariciaban en un local con
poca luz y de las tinieblas salía la voz de Sinatra, tan hormonal, cantando Strangers in the night, y las parejas,
enloquecidas de amor, iban y se casaban. Luego, ya casados, ponían a Sinatra en
el tocadiscos y ya no era lo mismo, claro.
Entonces se originaban
problemas, desavenencias, incompatibilidades y desencuentros, lo que refuerza
los argumentos de Azcona: “Estoy seguro de que esa asociación, contando con un
abogado americano de los buenos, le hubiera sacado a Sinatra una pasta.”
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