jueves, 6 de agosto de 2015

Singulares peregrinos


Hacerse al camino con la intención de lograr el enriquecimiento espiritual es  tradición de larga data. Una de las rutas más importantes es la del camino de Santiago, recorrido por todo tipo de personas en cuanto a edad, condición social, ocupación, etc. Entre tantos peregrinos, hubo uno muy especial cuya apariencia distaba mucho de poder ser caracterizada como especialmente atildada; en relación a él, afirma Gerardo de la Concha

A San Benito Labre, el vagabundo, los piojos le formaban una especie de corona. (…) Este San Benito, quien como un acto de desapego no se bañaba, merodeaba por los templos de la Provenza y su prédica, precedida por su fama de santidad —y la susodicha corona piojosa— era motivo de arrepentimientos y conversiones entre quienes lo escuchaban a pesar de su figura andrajosa (…)

Pero al mismo tiempo seguramente no deben haber faltado quienes al ver el aspecto desagradable de aquel hombre -nacido en Améttes el 26 de marzo de 1748- percibieran la ausencia de Dios. A ellos responde Camilo José Cela

Ese hombre –suele decirse ante el desvalido– va dejado de la mano de Dios. Se acierta, sí, cuando tal se dice y cuando, ingenua y reverenciosamente, se toma la mano de Dios por el próvido cuerno de la abundancia. Pero sucede que los designios de Dios –los modos que tiene Dios de dar la mano– son infinitos como las arenas de la mar, innúmeros, como no llegan a serlo, siendo tantas, las mismas arenas de la mar.
Aquel hombre desvalido, Benito José Labre, no iba dejado, sino guiado por la mano de Dios, conducido por su andadura clemente y amorosa, providencial y tierna. (…)
Si los vagabundos tuviéramos un santo patrono, Benito José Labre lo sería. Con alas en los pies, Benito José Labre devoraba las leguas y los caminos en busca de la huella de Dios, que en todas partes se presenta.

Tiempo después el poeta mendicante Germain Nouveau (1851-1920) peregrinó por esos mismos senderos y según Álvaro Cunqueiro las distancias idiomáticas no fueron obstáculo para que compartiera sus versos.

Y hablando de tantos y tantos peregrinos de Santiago, llegamos a un poeta francés de este siglo, quien hizo noche, y lo contó, en Triacastela. Se llamó el poeta, que lo era alegre, imaginativo y sentimental, Germain Nouveau. Le gustaba mendigar a las puertas de las iglesias de Provenza, y su parva lo era de pan, queso y aceitunas. Antes de beber el vino de allá, se solazaba con su color, haciendo pasar el sol por él. Y de vez en cuando se ponía en camino, y peregrinaba a los santuarios marianos de Francia, a Rocamador y a Sainte-Foi de Conques, y a Orleans, que está en el país del Loira, como Charles Péguy. Y un año cualquiera decidió acercarse a Compostela, y un día, muriendo septiembre, llegó, en medio de la lluvia y del viento, a dormir a Triacastela, y halló posada en una casa de labriegos. Sentado, al fuego, tras la cena de caldo y tocino con cachelos, bebiendo a pocos una copita de aguardiente de Portomarín –el más bravo de los gallegos, porque las vides nacen donde están enterrados los caballeros del Temple y de Malta-, y viendo amistad en los ojos azules de aquella gente gótica, comenzó a recitar versos suyos en lengua francesa, y Germain Nouveau aseguró que aquellos labriegos, que solamente hablaban gallego, le entendieron todo. Parte del mérito corresponderá a la poesía humana y musical de Germain Nouveau, y parte a que el camino de Santiago tiene -podía servidor dar varios ejemplos- el don de lenguas.

Cunqueiro no dice cuáles fueron esos versos; quizás hayan sido algunos en los que se refiere al amor

No temo a los reveses del destino,
a nada temo, ni a la tortura,
ni a las mordeduras de serpiente,
ni a los cálices de veneno,
ni a los ladrones que huyen del día
o a sus subordinados cómplices,
si amo.

Dios los crea y el camino los junta por lo que no puede sorprender a nadie que San Benito Labre se haya convertido en inspiración y modelo de vida para el poeta Germain Nouveau.

Tal vez sea hora de oficializar el nombramiento de San Benito Labre como protector de los vagabundos, que de tan carenciados parece que ni patrono tienen.

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