Desde siempre los mandos intermedios han
buscado que los poderosos en turno desconozcan las condiciones reales en que
viven los sectores populares. De tal manera que antes de que el Rey, Papa, Presidente,
Ministro, etc. concurra a algún lugar en que pueda ponerse de manifiesto el
descontento popular, los funcionarios hacen todo lo posible para que el
dignatario no lo vea (en el supuesto de que quisieran verlo). Algunos pocos mandatarios
se revelaban contra esto por medio de diversos procedimientos. Se cuenta que
hubo monarcas que se disfrazaron de pordioseros para llegar a estar de manera
inadvertida en lugares marginados y de esa manera conocer de primera mano las
verdaderas condiciones de vida de la población. Otros designaron personas de
toda confianza que, convertidos en los ojos y oídos del gobernante, recorrían
todos los rincones del territorio y luego informaban a su superior.
Pero en la mayoría de los casos no
sucede así y antes de la llegada del gobernante se realizan transformaciones de
consideración. Han existido verdaderos maestros en este arte de la simulación a
los poderosos, como lo es el caso que describe
Gregorio Doval.
Se cuenta que en 1787 el general ruso
Grigori Alexandrovich Potemkin (1739-1791), a la sazón gobernador de Crimea y
el resto de las provincias meridionales de la Gran Rusia , con motivo
de una visita de la zarina Catalina II a la región, mandó remozar urgentemente
todas las calles y los parajes que iba a recorrer la comitiva real. Para ello,
dispuso no sólo el adecentamiento de fachadas y caminos, sino incluso la
construcción de una serie de aldeas fantasmas, del más próspero aspecto que
fuera posible improvisar, en cuyas falsas calles obligó a que se agolpara el
pueblo, vestido con sus mejores galas y que, a golpes de órdenes militares,
vitorease a la soberana a su paso con el mayor fervor. Estas poblaciones,
compuestas únicamente por fachadas falsas (sin casas detrás), cumplieron su
cometido, y la zarina “comprobó” con su mayor agrado la prosperidad económica y
el altísimo grado de adhesión con la corona de las gentes de esta región recién
incorporada a su imperio.
En relación a esta misma situación, Noel
Clarasó añade que fue así que “la emperatriz encontró aldeas prósperas y gente
feliz, que la recibía con músicas y bailes. Y no se dio cuenta de que toda la
gente era siempre la misma, que iban de un sitio a otro con todo el montaje de
alegría y prosperidad.”
Más allá del jolgorio que ello
significa, no vaya a creerse que las autoridades locales siempre están
contentas con la visita de los primeros mandatarios. Por el contrario, en
ocasiones procuran evitarlo por todos los medios dado los altos costos que
implicaría tamaña escenografía; a ello se refiere Clarasó
Hemos leído que los viajes de la reina
Isabel de Inglaterra salen caros al país, precisamente por el montaje de
engaños parecidos. Y si la reina se detiene, al paso, en algún lugar poco
importante, ve allí hermosos jardines públicos y todo muy limpio y en el mejor
estado, aunque todo es improvisado, construido y arreglado rápidamente a última
hora; hasta el punto de que se ha dado el caso de que algunos municipios han
rogado a la “organización de los viajes reales” que la reina no pasara por
allí, pues, dado que el municipio tenía que pagar el embellecimiento y
presentación, le salía demasiado caro.
Las aldeas de Potemkin han quedado en el
pasado, pero no es así con los procedimientos empleados en aquella ocasión que,
con ligeras modificaciones, siguen gozando de muy buena salud. Es por ello que,
según Gregorio Doval, “desde entonces, se acuñó la expresión (…) ‘aldeas de
Potemkin’ para designar cualquier maniobra política que trata de ocultar o
disfrazar la realidad social a ojos de los dirigentes (…)”
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