Por
lo general todo grupo (étnico, religioso, nacional, regional, familiar) tiene
un relato que genera identidad y adhesión en sus integrantes. Esto se hace posible
con la narración de lo acontecido en situaciones y coyunturas particularmente
relevantes.
El
proceso se inicia desde la niñez y al paso de los años el resultado puede ser
la integración (total o parcial al grupo) o el distanciamiento.
En
esta pedagogía de la identidad es usual que se resalten los logros y hazañas
propias así como que se omitan las flaquezas, traiciones e injusticias que
protagonizó. De esta manera se va imponiendo la historia oficial.
Ahora
bien, hay ocasiones en que la pertenencia a diversos grupos conlleva a tener
que asimilar historias diferentes que no siempre son fácilmente conciliables. Sabido
es que para los niños esto no representa ningún problema. Un notable ejemplo de
ello lo proporciona Sabina Berman (“La Tierra Prometida”, Nexos, agosto de 2011).
Viajamos en mi Mustang negro, de líneas
supersónicas y tracción de cacharro antiguo. Modelo 75, hoy es 1993. Viajamos
dentro mi sobrina Karla de cuatro años y yo, al volante. Karla hincada en el
asiento negro de cuero, las manitas en el borde de la ventanilla, mirándolo
todo, esa avenida Juárez, ese mundo tan distante de donde vive ella, en Lomas
de Frondoso.
En esas estaban cuando de entre la
Alameda hace su aparición el enorme Hemiciclo que llamó la atención de la niña.
Karla se gira sobre las rodillas y
señala hacia mi nariz, pero en realidad está mirando por mi ventanilla el
hemiciclo marmóreo con Juárez sentado al centro y siendo coronado con una U de
laureles por dos ángeles alados.
-¡Es Benito! –grita Karla-. ¡Es don
Benito y sus secretarias!
-¡Eso es Karlita: es don Benito!
También yo estoy emocionada. En el
kínder del Colegio Israelita de México le enseñan muy bien historia a mi
sobrina.
Pero seguramente Sabina Berman no
esperaba la síntesis integradora que Karla había realizado a partir de su
identidad judeo-mexicana.
Karla se reacomoda feliz en el asiento,
las piernitas repantigadas. Y su excitación se desborda en un relato:
-Don Benito, el que nos sacó de Mitzraim
al pueblo elegido hace millones de años.
-¿El pueblo elegido? –pregunto-. ¿Y cuál
es ese pueblo?
Karlita duda en contestar. Mejor
pregunta, con cautela:
-¿Tú no eres del pueblo elegido?
-Pues no sé. Cuéntame qué es el pueblo
elegido y te digo.
Pasamos frente al Palacio de Bellas
Artes, pero Karla ya está en Egipto, es decir: Mitzraim, en hebreo.
-Pues el pueblo elegido somos esos que
éramos esclavos en Mitzraim. Y entonces este don Benito nos sacó y caminamos
por el desierto y llegamos a un lago y en medio del lago había un nopal y
encima un águila comiéndose a una serpiente y don Benito va y nos dice: Pues ya llegamos a la tierra
prometida, pueblo elegido.
Con esta novedosa síntesis
historiográfica los dos relatos que le fueran trasmitidos a la pequeña Karla
entraron en armónica convivencia, tal como queda de manifiesto en aquella
vivencia que comparte Berman.
El Mustang ruge al doblar a la avenida
que bordea la plancha de cemento del Zócalo y yo digo:
-Acá estaba ese lago, Karlita.
-¡¿De veras?! ¡¿Dónde?!, ¡¿dónde?!
Explico:
-Le pusieron cemento encima, los del
pueblo elegido.
Karla se aferra al borde de su
ventanilla y con ojos grandes observa la plancha de cemento, la gente caminando
sobre la plancha, y en ese momento las campanas de Catedral empiezan a sonar.
Ton. Ton. Ton. Ton.
Diez minutos después la llevo de la mano
por la plancha del Zócalo, hacia el asta donde la bandera tricolor ondea.
Miramos largo la bandera, que cambia sus
ondulaciones con el pequeño viento que sopla, hasta que Karla verifica que sí,
como le dije, en efecto en el color blanco está el retrato del águila parada en
un nopal y comiéndose a la serpiente.
Sabina Berman pone punto final a este
maravilloso relato: “Karla sonríe muy satisfecha. Es lindo saberse del pueblo
elegido y estar pisando el centro mismo de la Tierra Prometida.”
No cabe duda: la convivencia entre las
naciones sería mucho más armónica si viviéramos la identidad con la sabiduría
propia de los niños.
No hay comentarios:
Publicar un comentario