martes, 26 de abril de 2016

La construcción de la identidad


Por lo general todo grupo (étnico, religioso, nacional, regional, familiar) tiene un relato que genera identidad y adhesión en sus integrantes. Esto se hace posible con la narración de lo acontecido en situaciones y coyunturas particularmente relevantes.

El proceso se inicia desde la niñez y al paso de los años el resultado puede ser la integración (total o parcial al grupo) o el distanciamiento.

En esta pedagogía de la identidad es usual que se resalten los logros y hazañas propias así como que se omitan las flaquezas, traiciones e injusticias que protagonizó. De esta manera se va imponiendo la historia oficial.

Ahora bien, hay ocasiones en que la pertenencia a diversos grupos conlleva a tener que asimilar historias diferentes que no siempre son fácilmente conciliables. Sabido es que para los niños esto no representa ningún problema. Un notable ejemplo de ello lo proporciona Sabina Berman (“La Tierra Prometida”, Nexos, agosto de 2011).

Viajamos en mi Mustang negro, de líneas supersónicas y tracción de cacharro antiguo. Modelo 75, hoy es 1993. Viajamos dentro mi sobrina Karla de cuatro años y yo, al volante. Karla hincada en el asiento negro de cuero, las manitas en el borde de la ventanilla, mirándolo todo, esa avenida Juárez, ese mundo tan distante de donde vive ella, en Lomas de Frondoso.

En esas estaban cuando de entre la Alameda hace su aparición el enorme Hemiciclo que llamó la atención de la niña.

Karla se gira sobre las rodillas y señala hacia mi nariz, pero en realidad está mirando por mi ventanilla el hemiciclo marmóreo con Juárez sentado al centro y siendo coronado con una U de laureles por dos ángeles alados.
-¡Es Benito! –grita Karla-. ¡Es don Benito y sus secretarias!
-¡Eso es Karlita: es don Benito!
También yo estoy emocionada. En el kínder del Colegio Israelita de México le enseñan muy bien historia a mi sobrina.

Pero seguramente Sabina Berman no esperaba la síntesis integradora que Karla había realizado a partir de su identidad judeo-mexicana.

Karla se reacomoda feliz en el asiento, las piernitas repantigadas. Y su excitación se desborda en un relato:
-Don Benito, el que nos sacó de Mitzraim al pueblo elegido hace millones de años.
-¿El pueblo elegido? –pregunto-. ¿Y cuál es ese pueblo?
Karlita duda en contestar. Mejor pregunta, con cautela:
-¿Tú no eres del pueblo elegido?
-Pues no sé. Cuéntame qué es el pueblo elegido y te digo.
Pasamos frente al Palacio de Bellas Artes, pero Karla ya está en Egipto, es decir: Mitzraim, en hebreo.
-Pues el pueblo elegido somos esos que éramos esclavos en Mitzraim. Y entonces este don Benito nos sacó y caminamos por el desierto y llegamos a un lago y en medio del lago había un nopal y encima un águila comiéndose a una serpiente y don Benito va  y nos dice: Pues ya llegamos a la tierra prometida, pueblo elegido.

Con esta novedosa síntesis historiográfica los dos relatos que le fueran trasmitidos a la pequeña Karla entraron en armónica convivencia, tal como queda de manifiesto en aquella vivencia que comparte Berman.

El Mustang ruge al doblar a la avenida que bordea la plancha de cemento del Zócalo y yo digo:
-Acá estaba ese lago, Karlita.
-¡¿De veras?! ¡¿Dónde?!, ¡¿dónde?!
Explico:
-Le pusieron cemento encima, los del pueblo elegido.
Karla se aferra al borde de su ventanilla y con ojos grandes observa la plancha de cemento, la gente caminando sobre la plancha, y en ese momento las campanas de Catedral empiezan a sonar.
Ton. Ton. Ton. Ton.
Diez minutos después la llevo de la mano por la plancha del Zócalo, hacia el asta donde la bandera tricolor ondea.
Miramos largo la bandera, que cambia sus ondulaciones con el pequeño viento que sopla, hasta que Karla verifica que sí, como le dije, en efecto en el color blanco está el retrato del águila parada en un nopal y comiéndose a la serpiente.

Sabina Berman pone punto final a este maravilloso relato: “Karla sonríe muy satisfecha. Es lindo saberse del pueblo elegido y estar pisando el centro mismo de la Tierra Prometida.”

No cabe duda: la convivencia entre las naciones sería mucho más armónica si viviéramos la identidad con la sabiduría propia de los niños.

No hay comentarios: