Comenta Fernando Fernán Gómez que en
tiempos de su adolescencia durante la Guerra Civil Española, era usual que las
personas se refirieran a ella evitando mencionar la palabra maldita.
(…) Pero a la guerra no se le llamaba la guerra, aunque ya lo era. No se le
llamaba de ningún modo, nadie quería saber lo que estaba sucediendo. Se la
llamaba esto, simplemente.
-Cuando esto acabe…
-Cuando empezó esto… (…)
Los bombardeos de Madrid cada vez son
más intensos, más frecuentes. Estamos refugiados en el sótano de la casa. Hay
allí picos y palas, por si una bomba derriba la escalera, obstruye la puerta.
También hay imágenes de santos en escayola, aún sin policromar, porque el casero,
escultor religioso, utiliza el sótano como almacén. Cuando más cercano es el
sonido de las explosiones, alguien dice algo así como:
-¡Cuándo acabará esto!
O también:
-A esto no se le ve el fin.
Fue en aquel angustioso entorno que en
una ocasión la casera hizo un comentario que acompañó a Fernán Gómez durante
muchos años y que evoca en sus memorias.
La casera, la mujer del escultor
religioso, afirma convencida:
-Esto está prácticamente terminado. Los
militares van a ganar la guerra de un momento a otro.
Al oír aquello se me paralizó la mirada
sobre el libro que estaba leyendo. Me sorprendió la seguridad con que a los
sublevados, a los nacionales, a los monárquicos, a los de derechas, a los
fascistas, a los facciosos, la casera los llamaba los militares. Aquélla podía
ser una guerra de monárquicos contra republicanos, de fascistas contra
comunistas, de ricos contra pobres, de ateos contra creyentes... Pero si se
afirmaba que la iban a ganar los militares, ¿significaba esto la aceptación de
que era una guerra de los militares contra los civiles? Los militares eran unos
hombres como los demás, que habían elegido determinada profesión. Y en un
momento histórico, los miembros de una profesión encuentran razones suficientes
para hacer la guerra a los de las demás profesiones. A los de las profesiones
inermes, podríamos decir. ¿Pensé esto entonces, cuando se detuvo mi mirada
sobre el libro al oír a la casera? ¿Lo pensé años después o lo estoy pensando
ahora?
Eran años desoladores para toda la
población y claro que para los jóvenes aquella vida –tal como lo describe el
mismo autor- no era la existencia anhelada.
La vida en el Madrid de aquellos años
fue muy distinta a la de antes de la guerra; y de ninguna manera fue la vida
real, la vida normal que los jóvenes esperábamos para lanzarnos a ella y gozarla.
Con luto en infinidad de hogares, con familiares presos o exiliados en otros
tantos, con cartillas de racionamiento, con restricciones de luz y de agua, sin
nombres extranjeros en los establecimientos, salvo los italianos y alemanes,
con militares exhibiendo sus uniformes por todas partes, con muchas cervecerías
-había una de cuatro pisos, en la plaza de Santa Ana, que se llamaba Cóndor,
como la célebre legión alemana-, Madrid era una ciudad ocupada. Durante muchos
años en ella convivieron, muy diferenciadamente, los vencedores y los vencidos.
Pero como hemos señalado en otro momento
las guerras no terminan cuando se acaban (http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.mx/2012/03/porque-las-guerras-no-terminan-cuando.html).
Y ello queda de manifiesto en un simple acontecimiento que describe Fernando
Fernán Gómez.
Meses después de acabada la guerra, al
ver que mi madre estaba fumando un cigarrillo le recordé la promesa que había
hecho a san José de estar unos meses sin fumar.
-Yo le prometí a san José -me respondió-
que estaría tres meses sin fumar cuando “esto” terminase. Pero ¿tú crees que “esto”
ha terminado?
Esto permite a Fernán Gómez llegar a una conclusión
devastadora. “Para ella no terminaría nunca. La guerra había coincidido con los
años en que perdió su juventud, y al cerrarse el paréntesis no volvería para
ella el tiempo pasado; desde entonces viviría siempre con la absurda ilusión de
que un día terminase ‘esto’.”
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