¿Cómo llegaron los cocodrilos a la industria textil?,
¿a quién se le ocurrió semejante idea? Woody Allen en “Los pergaminos” presenta
sus conjeturas al respecto.
Y vino a ocurrir que un hombre que vendía camisas fue
azotado por tiempos adversos. Ninguna de sus mercancías hallaba comprador ni él
prosperaba. Y el hombre oraba y gemía:
-Señor, ¿por qué me haces sufrir de este modo? Todos
mis enemigos venden su género menos yo. Y estamos en plena temporada. Mis
camisas son buenas. Mira la calidad de este rayón. Conseguí cuellos abrochados,
cuellos de fantasía, pero nada se vende. Y no obstante he observado tus
mandamientos. ¿Por qué no podré yo ganarme la vida cuando mi hermano menor se
está forrando con su pret-á-porter
para niños?
Y el Señor escuchó al hombre y dijo:
-Acerca de tus camisas…
-Sí, Señor –exclamó el hombre, cayendo de rodillas.
-Ponles un cocodrilo en el bolsillo.
-¿Cómo dices, Señor?
-Haz lo que te estoy diciendo. No te arrepentirás.
Y el hombre cosió en todas sus camisas un pequeño
símbolo que representaba a un cocodrilo, y he aquí, y a ojos vistas, que su
mercadería se vendió de improviso como rosquillas, y fue un gran regocijo,
mientras que entre sus enemigos todo era llanto y crujir de dientes (…)
Así fue que el cocodrilo se convirtió en un clásico de
la moda tanto para jóvenes como para personas maduras: nadie quiere ser
excluido del círculo selecto formado por quienes lo lucen con orgullo en su
pecho. Cuando el bolsillo lo permite se recurre a la prenda original, pero si
no fuera el caso habrá que recurrir a los sucedáneos porque (tal como lo mencionamos
en la habladuría de la dictadura de las marcas http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.mx/2013/03/la-dictadura-de-las-marcas.html)
si
bien con ello uno no integra el grupo privilegiado, tampoco se ubicará entre
los más excluidos (de los que ni a pirata llegan). En aquella misma ocasión
subrayábamos el hecho de que la piratería se ha ido perfeccionando dando lugar
a situaciones en que lo falso y lo auténtico se aproximan al terreno de lo
desopilante, como lo que le sucedió a Antonio Tabucchi
(...) Me
acerqué al puesto de una vieja gitana vestida de negro, con un pañuelo amarillo
en la cabeza. En su tenderete había un montón de camisetas Lacoste impecables,
a las que sólo les faltaba el cocodrilo. Gitana -la llamé- vengo a comprar.
¿Pero qué te pasa, hijo mío? -preguntó la vieja gitana al ver mi camisa-,
¿tienes la malaria o qué? No sé lo que tengo, gitana, -respondí-, estoy sudando
como un caballo, necesito una camisa limpia, o mejor dos. Luego te diré yo lo
que tienes -dijo la vieja gitana-, pero antes cómprame las camisas, hijo mío,
no puedes seguir en esas condiciones: el sudor que se seca en la espalda causa
enfermedades. ¿Qué me aconsejas -pregunté-, una camisa o una camiseta? La vieja
gitana reflexionó un instante. Te aconsejo una camiseta Lacoste, -dijo luego-,
son más fresquitas, si quieres una Lacoste falsa cuesta 500 escudos, una
auténtica cuesta 520. Caramba, dije, una Lacoste por 520 escudos me parece muy
barata, pero, ¿qué diferencia hay entre una falsa y una auténtica?
Tener una
Lacoste auténtica es muy fácil, dijo la vieja gitana, primero compras una
falsa, que cuesta 500 escudos, después compras el cocodrilo, que cuesta 20
escudos y es autoadhesivo, pegas el cocodrilo en su sitio y ya tienes una
camiseta auténtica. Me mostró una bolsa llena de cocodrilos. Además, dijo, por
20 escudos te doy cuatro cocodrilos, hijo mío, así te quedas con tres de
reserva, que muchas veces estos adhesivos son una lata porque se despegan.
Y es que siempre estará
vigente aquello de que el hombre prevenido vale por dos.
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