jueves, 6 de abril de 2017

Consejo para olvidadizos


Hay personas dotadas de gran facilidad para olvidar a la gente que conocen. En ocasiones esta desmemoria viene acompañada de cargo de conciencia porque ese rostro resulta conocido, incluso muy conocido, lo que deviene en un leve sentimiento de culpa porque sabe que está en falta: debería poder ubicar a esa persona. En otras situaciones el olvido es total, ni siquiera se tiene idea de haber conocido nunca al sujeto de que se trate. El caso más extremo (y cabe aclarar que no nos referimos a ellos) es el de quienes sufren de prosopagnosia, una enfermedad cerebral que afecta la percepción visual y dificulta el reconocimiento de rostros.

Mariana Frenk-Westheim tiene algunas consideraciones para aquellos casos en que la cuestión se limite a olvido, distracción, despiste o similares. Antes que nada subraya lo que nunca hay que hacer.

(Consejo a los que asisten a menudo a cocteles, vino de honor, etcétera.) Si no tienes la menor idea de quién es la señora que te saluda efusivamente, te tutea y demuestra en sus preguntas un conocimiento exhaustivo de tu pasado, presente y futuro, y si, absurdamente, te interesa saber quién es, no le preguntes de ninguna manera ‒ni siquiera si ella parece tener todas las características de la mujer casada‒: “Y dime, ¿cómo está tu esposo?” Porque puede suceder que la señora esa condense la frustración de su vida en una mirada gélida y, alzando las cejas, te conteste: “Yo nunca he tenido esposo.” Cosas así no son agradables.

Por lo que Frenk-Westheim se permite ofrecer a quienes se encuentren en ese difícil trance un valioso consejo. “Más vale preguntar. ‘Y tú, ¿qué has hecho en los últimos tiempos?’ Toda la gente tiene últimos tiempos. Y es probable que se suelte ella contándote muchas cosas, más de las que tú quieres saber, y que así logres establecer su identidad.”

Pero como toda situación es factible de empeorar “si te contesta: ‘Pues lo de siempre’ ‒entonces, ni modo.”

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