Hay personas dotadas de gran
facilidad para olvidar a la gente que conocen. En ocasiones esta desmemoria
viene acompañada de cargo de conciencia porque ese rostro resulta conocido,
incluso muy conocido, lo que deviene en un leve sentimiento de culpa porque
sabe que está en falta: debería poder ubicar a esa persona. En otras
situaciones el olvido es total, ni siquiera se tiene idea de haber conocido
nunca al sujeto de que se trate. El caso más extremo (y cabe aclarar que no nos
referimos a ellos) es el de quienes sufren de prosopagnosia, una enfermedad
cerebral que afecta la percepción visual y dificulta el reconocimiento de
rostros.
Mariana Frenk-Westheim tiene algunas
consideraciones para aquellos casos en que la cuestión se limite a olvido, distracción,
despiste o similares. Antes que nada subraya lo que nunca hay que hacer.
(Consejo
a los que asisten a menudo a cocteles, vino de honor, etcétera.) Si no tienes
la menor idea de quién es la señora que te saluda efusivamente, te tutea y
demuestra en sus preguntas un conocimiento exhaustivo de tu pasado, presente y
futuro, y si, absurdamente, te interesa saber quién es, no le preguntes de
ninguna manera ‒ni siquiera si ella parece tener todas las características de
la mujer casada‒: “Y dime, ¿cómo está tu esposo?” Porque puede suceder que la
señora esa condense la frustración de su vida en una mirada gélida y, alzando
las cejas, te conteste: “Yo nunca he tenido esposo.” Cosas así no son
agradables.
Por lo que Frenk-Westheim se
permite ofrecer a quienes se encuentren en ese difícil trance un valioso
consejo. “Más vale preguntar. ‘Y tú, ¿qué has hecho en los últimos tiempos?’
Toda la gente tiene últimos tiempos. Y es probable que se suelte ella
contándote muchas cosas, más de las que tú quieres saber, y que así logres
establecer su identidad.”
Pero como toda situación es
factible de empeorar “si te contesta: ‘Pues lo de siempre’ ‒entonces, ni modo.”
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