martes, 5 de septiembre de 2017

La política como espectáculo


Con insistencia, y desde muy diversas fuentes, se ha venido poniendo énfasis en el proceso mediante el cual la política ha devenido en espectáculo y entretenimiento; a ello se refiere Zygmunt Bauman.

El ciclo de mentiras, negación de las mentiras y exposición pública de estas no hace más que inyectar fuerza en el valor de entretenimiento que ya de por sí tienen la política y los políticos actuales: una virtud nada menor en un mundo obsesionado por (y adicto a) el “infotenimiento”.

Desde otra corriente de pensamiento, Mario Vargas Llosa también alude a los efectos que ello supone para la democracia.

No tengo nada contra el espectáculo, el espectáculo me parece formidable y a mí me divierte muchísimo. Pero si la cultura se vuelve solo espectáculo, creo que lo que va a prevalecer en última instancia más que el sosiego es el conformismo. Una especie de conformismo, de resignación, de actitud pasiva. Y en la sociedad moderna capitalista, la pura pasividad del individuo significa no el reforzamiento de la cultura democrática sino el desplome de las instituciones democráticas. Porque esa actitud va en contra de la participación activa, la participación creativa y crítica del individuo en la vida social y en la vida política y cívica.

Es importante acotar que este proceso no es exclusivo de nuestro tiempo. Carlos Granés –citando a Albert Camus- ilustra lo sucedido a mediados del siglo XX.

No es del todo extraño que los políticos asuman la lógica del espectáculo. Algo emana de las estrellas y las vedettes que fascina. A Camus no le cabía en la cabeza –como escribió en Combat el 22 de noviembre de 1944– que al día siguiente de la toma de Metz los periódicos dieran más importancia a Marlene Dietrich, que casualmente también andaba por ahí. Sus palabras fueron proféticas: “No pensamos que los diarios deban ser forzosamente aburridos. Simplemente no creemos que en tiempos de guerra los caprichos de una estrella sean necesariamente más interesantes que el dolor de los pueblos...”

Según Granés los propietarios de los medios sacaron sus conclusiones e hicieron los ajustes que entendieron necesarios.

Pues bien, empresarios como Rupert Murdoch, que compró News of the World en 1969, aprenderían la lección contraria: el dolor de los pueblos podía convertirse en espectáculo y entretenimiento, y los tabloides serían cualquier cosa menos aburridos. De aquella desasosegada nota de Camus también se desprendía otra lección. Si la mera presencia de una actriz le roba el titular a una batalla clave de la Segunda Guerra Mundial, ¿qué político no iba a querer contagiarse de esa aura?

Asimismo la actividad política se ha venido desprestigiando en forma acelerada a partir de la sucesión de escándalos de corrupción que han ido reduciendo las fronteras del asombro. Las consecuencias de ello no se han hecho esperar, tal como apunta con preocupación Mario Vargas Llosa.  

Uno de los fenómenos para mí más inquietantes de la sociedad contemporánea es esa desmovilización de los intelectuales, de los artistas frente a los temas cívicos, el desprecio absoluto a la vida política, considerada una actividad sucia, innoble, corrompida, a la que hay que darle la espalda, con la que no hay que de ninguna manera ensuciarse. ¿Cómo puede a la larga sobrevivir una sociedad democrática sin una participación de la gente más pensante, de la gente más sensible, de la gente más creativa, de la gente con mayor imaginación?

En muy pocas palabras Émile Zola nos dejó una severa advertencia que podemos aplicar al tema de la política en tanto espectáculo y entretenimiento: “Sigan riendo, si les gusta reír; pero tengan cuidado, porque desde este momento se están riendo de su propia ceguera.”

No hay comentarios: