Vivimos confrontados a la injusticia, la inequidad, la
pobreza. Quienes disfrutamos de privilegios que nos alejan de situaciones límites,
estamos permanentemente tentados a “pasar sin ver” (como afirma el dicho
mexicano), a hacer de cuenta que los demás son lo de menos.
En este espacio habitualmente recurrimos a sucedidos,
historias, anécdotas. En este caso se trata de una excepción porque el tema
considerado nos remite a un pequeño fragmento de un cuento cuya autoría
corresponde a Julio César da Rosa.
Cualquier individuo que estuviera necesitando un
pueblo como aquél para venderle verduras, en cualquier pueblo que estuviera
necesitando un individuo como Carmona para comprarle verduras, habría juntado
plata vendiendo verduras. Cualquier individuo, menos Juan Carmona. Años anduvo
empujando pueblo adentro aquella carretilla llena hasta los topes y empujándola
pueblo afuera sin un rábano adentro. Años. Pero Carmona no era hombre para
volver a las casas con la carretilla llena, allí donde se había encontrado con
tanta gente de barriga vacía.
Cuenta Julio César da Rosa la manera en que Carmona se
vio enfrentado a la tentación del no ver.
Le dijo una vez un cliente de allá del centro. Juan
tuvo que morderse, para no contestarle lo primero que le vino a la boca: “Pero
pasa que no los cierro, ¿y?”. Se mordió. Entonces pudo preguntarle:
-¿Y después?
-Después, ¿qué?
-¿Cómo duerme?
-Lindo no más. Usted no vio nada.
-Mire, ve igual. Hay cosas que no se ven con los ojos.
Empuñó los brazos de la carretilla y salió al tranco
largo, para cortar. No fuera cosa de perder un buen cliente por discutir
bobadas.
Ver o no ver, esa es la cuestión. O cuando menos su
inicio.
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