Sí,
sí, ya es sabido aquello de que la democracia es el menos malo de los regímenes
políticos pero… qué difícil no indignarse cuando llega el mercadeo electoral y
los ataques entre candidatos parten de la regla número uno que consiste en no
reconocer jamás –tal como lo ejemplifica Simon Leys- ningún acuerdo con el
adversario.
[François] Mitterrand era el tipo más puro de animal
político: no tenía absolutamente ninguna política. Poseía una inteligencia
brillante, pero para él las ideas no eran correctas o erróneas, eran sólo
útiles o inútiles en la búsqueda del poder. El objeto del poder no era una
posibilidad de implementar determinadas políticas; el objetivo de toda política
era simplemente alcanzar y retener poder.
[Jean-François] Revel redactó un borrador de discurso
para su propia campaña electoral, y Mitterrand le invitó a leérselo. El
discurso empezaba así: “Aunque no puedo negar algunos de los logros de mi
adversario…”. Mitterrand le interrumpió inmediatamente, gritando: “¡No! ¡Eso
nunca, nunca! En política nunca reconoces que tu adversario tenga algún mérito. Ésa es la regla básica del
juego”.
En
el periodo de campañas electorales –tal como anotábamos hace unos años en el
libro “El mundo actual y sus desafíos”- son habituales las
promesas desmesuradas que formulan los candidatos. Aun a sabiendas de que en su
gran mayoría quedarán en eso, en promesas de campaña Fernando Savater cuestiona
De todas
formas, habría que preguntarse: ¿les toleraríamos que no nos hicieran esas
promesas? ¿Realmente votaríamos a un político que confesara sin pudor sus
limitaciones, o que reconociese que las dificultades son grandes y que, a corto
plazo, no podría resolver los problemas, o que va a exigir grandes sacrificios
a la población?
Por
su parte, con ironía y sarcasmo Manuel Vázquez Montalbán se refiere al mismo
punto.
Pero ¿qué daño hacen los políticos que prometen lo que no
cumplen? Ninguno. Todos sabemos que casi nunca cumplen todo lo que prometen, y
si nos dejamos engañar es porque no se puede ir por la Vida y por la Historia
con un descreimiento continuo. Durante los quince o veinte días o años de
campaña electoral las promesas se parecen tanto a nuestros deseos y necesidades
que nos hacen pensar en la posibilidad de que la esperanza sea la expectativa
de lo que es obvio porque es evidente.
De esta manera para Savater
aquí se presenta una paradoja “por un lado no queremos ser engañados por los
políticos, pero a la vez exigimos que lo hagan”. Todo esto se ha transformado
de alguna manera en un juego pre-electoral del que dan cuenta diversos
episodios, entre ellos el que narra Eduardo Galeano.
Un candidato
de las fuerzas de izquierda llegó al pueblo de San Ignacio, en Honduras,
durante la campaña electoral de 1997.
El orador
trepó a la escalera que hacía las veces de estrado y ante el escaso público
proclamó que la izquierda no soborna al pueblo, no vende favores a cambio de
votos:
-¡Nosotros
no damos comida! ¡No damos empleos! ¡No damos dinero!
-¿Y qué
mierda dan, entonces? –preguntó un borrachito, recién despertado de su siesta
bajo un árbol de la plaza.
Ahora bien, una vez que se
llega al poder inicia lo que Joaquín Estefanía denomina el tiempo de las rebajas electorales; también Juan Gelman se
refería a ello, al señalar que “el candidato, una vez electo, pasa de la
ebriedad de las promesas a la sobriedad de su duro incumplimiento”.
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