jueves, 26 de abril de 2018

El derecho irrenunciable de llorar


De risas y lágrimas está hecha la vida pero las fronteras entre unas y otras son difusas ya que existen sonrisas tristes así como también lágrimas de alegría (de acuerdo con George Sand “Dios ha puesto el placer tan cerca del dolor, que muchas veces se llora de alegría”). 
En territorios de dolor, tristeza, sufrimiento, emoción, las manifestaciones pueden ir desde la lágrima furtiva hasta el acto de llorar en forma incontrolable; sin embargo no hay evaluación posible en cuanto a la intensidad de los sentires porque como afirma José Narosky “una lágrima puede decir más que un llanto”. En opinión de Ugo Ojetti el llanto profundo es incompatible con las palabras, dado que “aquel que describe su propio dolor, aún si llora, está a punto del consuelo”.
Difícil acompañar a quien llora además existe una especie de pudor al atestiguar el llanto ajeno. Con frecuencia lo mejor es guardar un silencio respetuoso ante el dolor ajeno porque según José Bergamín “es difícil y triste tener que hacer de paño de lágrimas cuando se es trapo viejo”. Asimismo no es buena cosa –como señala Wenceslao Varela- andar mintiendo consuelo:Al corazón no se engaña/ cuando algún dolor lo estruja/ y si una lágrima empuja,/ querer mentirle consuelo/ es como borrarle al suelo/ la sombra que el sol dibuja.”
Aun cuando existe la idea generalizada de que a las mujeres les es más fácil llorar, existen muchas dudas al respecto ya que hay fuertes implicancias educativas cuando todavía se dice a los niños: “no llores, ¡pareces niña!” (a este tema ya nos hemos referido en este espaciohttp://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.mx/2014/11/los-hombres-no-lloran.html). Por otro lado existen mujeres auto contenidas al tiempo que varones muy llorones. Algunos lo han sido toda su vida, es el caso de Alberto Salcedo Ramos quien lo reconoce sin reticencias: “Siempre he sido muy llorón. Mis hijos dicen que soy capaz de llorar hasta despidiendo un avión de carga.” Otros caso son debido a la edad y/o a alguna afección; al llegar a sus sesenta años y después de haber sido operado del corazón, Germán Dehesa aceptaba haberse convertido en incontinente emocional. Asimismo amigos del gran bandoneonista Aníbal Troilo, Pichuco, lo recuerdan como un gran llorón, lo que atribuían a la diabetes que le afectaba. 
Muchos son los autores que se han referido al daño que produce la represión de las emociones (por cierto que tan frecuente en estos tiempos en que aparece el mandato de ser feliz de tiempo completo). Según Ramón Gómez de la Serna “las lágrimas desinfectan el dolor”; tal vez por ello Alicia Molina dice que los sentimientos son húmedos y que si se guardan sin sacarlos a la luz, se descomponen dentro de uno y entonces se transforman en resentimientos. Curioso proceso en que el sentimiento sufre un triste proceso de cambio que deriva en algo tóxico como es el resentimiento. 
Hay casos en que los motivos que dan lugar al llanto son dinámicos, van cambiando, mientras que en otros se trata de causas históricas tal como cantaba José Alfredo Jiménez en “El último trago”: “Nada me han enseñado los años siempre caigo en los mismos errores, otra vez a brindar con extraños y a llorar por los mismos dolores.” Cada quien tiene sus propios motivos para llorar y aquí no hay imposición que valga; es ilustrativo el caso de Alejandro Dolina: “Mis lágrimas más sinceras han sido convocadas por viejos violinistas, vendedores de poesías y recitadores que reciben la burla de los pajarones.” 
Por otra parte no todas las formas de llorar son iguales y existen grandes diferencias tanto entre las personas como entre las naciones; en relación a ello Isaac Bashevis Singer comparte su asombro: “Es extraño, pero cada nacionalidad llora de una manera distinta.”
A veces las lágrimas nos alcanzan cuando menos lo esperábamos al estar leyendo un –aparentemente- inofensivo libro. Jesús Marchamalo da su testimonio: “Yo he llorado por ejemplo las dos veces que he leído la novela El olvido que seremos, en donde [Héctor Abad Faciolince] revive la historia de su padre, el doctor Héctor Abad Gómez, y las circunstancias de su asesinato.” Coincido con Marchamalo dado que esa misma obra me hizo llorar en muchos pasajes y el libro más reciente que me llevó a las lágrimas es “De vidas ajenas” de Emmanuel Carrère (que por cierto aprovecho a recomendar). También se llora en el cine; Thomas Mann, en una breve evocación que hoy puede resultar nostálgica, profundiza en ello:
(…) una pareja de amantes en la pantalla, un jardín auténtico con hierba que se mece al viento, dos bellos jóvenes que se despiden “para siempre”, una música de fondo compilada con los sonidos más deleitosos que hayan podido encontrarse: ¿quién es capaz de resistirse a eso? ¿A quién no se le escapan unas lagrimillas de pura emoción? El cine es materia prima, no ha pasado por ningún cedazo, vive de primera mano, una mano cálida, amistosa, y afecta como la cebolla y la raíz de eléboro, la lágrima cosquillea en la oscuridad, con digna discreción acerco la punta del dedo y la disperso por el pómulo. 
En estos días de tantos dolores sociales mantienen vigencia las preguntas que formulara León Felipe: “¿Quién no tiene una joroba y gran saco de lágrimas?/ ¿Y quién ha llorado ya bastante?”
Las familias y las escuelas deberían ayudar a expresar los sentimientos, a no tener miedo al ridículo de descomponer el rostro con la aflicción del llanto, a quitar  máscaras. 
Debemos aprender a conmovernos y compadecernos con el dolor ajeno, ello también es educación para la ciudadanía.

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