martes, 26 de febrero de 2019

Las distintas adolescencias


El transcurso de la vida suele segmentarse en etapas: infancia-adolescencia-juventud-adultez-ancianidad. Según Marcelo N. Viñar “El término ‘adolescencia’, como la problemática del tránsito entre la infancia y la vida adulta, es de aparición reciente en la historia de las ideas.”

Existen muy diversas manifestaciones de la adolescencia: urbana y rural; de sectores socioeconómicos acomodados y de los desfavorecidos (¡vaya eufemismos!); de estudiantes y de trabajadores; de ocupados y desocupados; de indígenas, migrantes, etc. Hace algunas décadas Margaret Mead, basándose en sus estudios de campo, afirmó que esta etapa no existía o bien era sumamente breve entre los pobladores de la isla de Samoa. En esta línea de análisis, para Viñar el peso del entorno cultural así como el del momento histórico que se habita, es enorme en las formas de vivir la adolescencia.

No es un objeto natural sino una construcción cultural. Su alcance y resonancia no cesan de modificarse en subordinación a las transformaciones aceleradas de la cultura. El período de transición vigente hasta el siglo XX, con un promedio de vida de entre  tres y cuatro décadas, es bien diferente al del siglo XXI en el que la expectativa de vida al nacer -en las clases acomodadas del occidente actual- se sitúa entre los setenta y ochenta años. David venció a Goliat cuando era apenas un púber; Etienne de la Boetie escribió su Discurso sobre la Servidumbre Voluntaria a los 18 años y murió a los 33; nuestras abuelas parían entre los 16 y los 20 -lo que hoy se llamaría, con alarma, embarazo adolescente-; nuestras esposas, cerca de los 25, poco antes o después de "graduarse"; y nuestros hijos arañan los treinta o más,  retardando la procreación por las exigencias de los estudios de postgrado.

Asume Marcelo N. Viñar que su mirada se encuentra determinada por el medio al que pertenece.

Si bien esta mirada es autorreferencial a mi grupo de pertenencia socio­cultural y económica, no la uso con el propósito de crear un universo autorreferido, sino para  poner de relieve –como característica nuclear del objeto que estudiamos o construimos (tal o cual  adolescencia)- que los datos se subordinan o remiten al marco histórico cultural donde se observan.

Aun reconociendo que la construcción de categorías es necesaria para llevar a cabo diversos análisis y estudios, Viñar nos advierte de los graves errores que en ocasiones ello implica: “No hay adolescencia estudiable como tal, sino inserta en el marco societario en que se desarrolla y transita. Objetivar o reificar las adolescencias es un error frecuente.”

Los conflictos entre ambas franjas etarias son clásicos y sucede que  los adultos –como alguien ha señalado- por lo general no tenemos la delicadeza de recordar que algún día fuimos adolescentes. Este choque ha ido cambiando con el transcurso del tiempo: en el pasado se manifestaba en airados choques generacionales, actualmente el conflicto no es frontal pero no por ello menos grave. Se ha señalado que antes los adolescentes eran lo contrario a sus padres por lo que los enfrentamientos y descalificaciones mutuas eran habituales. Actualmente las diferencias no son tan aparatosas, sin embargo en muchos momentos los adultos sentimos que los adolescentes se encuentran en otro espacio al que en muchos casos ni siquiera podemos acceder, por lo que no logramos comunicarnos con ellos.

Sería erróneo suponer que en el pasado el vínculo entre adolescentes y adultos fue armónico y sin diferencias de consideración. En 1933 el reconocido escritor español Enrique Jardiel Poncela se refería a “esos adolescentes con cara de besugos al horno que ahora ‘se llevan’ tanto.”

Por otra parte la tan reiterada crítica a los adultos que negándose a aceptar el paso del tiempo hacen hasta lo imposible por conservar una apariencia adolescente (la pos-adolescencia de la que han hablado diferentes autores, entre ellos Françoise Dolto), no es un problema originado en estos tiempos, tal como lo deja en claro Aldous Huxley respecto a algunos pasajeros con los que realizó un viaje de crucero en 1934

(…) son pocos los verdaderamente jóvenes. En compensación, menudea una imitación de lo juvenil, a cargo de personas de incipiente medianía de edad.

Abundan los adolescentes de cuarenta y cinco.

¿Nada nuevo bajo el sol?

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