martes, 26 de marzo de 2019

Del amor al odio: el trato de los artistas entre sí


Un frecuentado lugar común afirma que del amor al odio no existe mucha distancia. En pocos casos esto se pone tan claramente de manifiesto como en el trato entre los artistas; comencemos por el vínculo de amor según el testimonio de Groucho Marx.

Todos sabemos que Eddie [Cantor] es un cómico estupendo. Incluso él lo reconoce sin ningún inconveniente. Tenía una revista maravillosa. Cantaba Margie, Ahora es el momento de enamorarse y Si conociesen a Sussie. Mataba de risa al público con sus bromas características, y terminaba cantando Whoopee. En resumen, era un exitazo. Tenía ese algo magnético que hace destacar a una estrella del montón anónimo.
Cantor era vecino mío en Great Neck. Como era viejo amigo suyo, cuando terminó la representación fui a verle en su camerino. (…)
En el teatro existe una ley no escrita respecto a que cuando dos personas se encuentran (…) deben evitar cuidadosamente los saludos habituales entre la gente normal. En cambio, deben abrumarse mutuamente con frases se cariño que, en otros sectores de la sociedad, suelen estar reservadas para el dormitorio.
-Encanto –prosiguió Canto-, ¿qué te ha parecido mi espectáculo?
Miré hacia atrás, suponiendo que habría entrado alguna muchacha. Desdichadamente, no era así, y comprendí que se dirigía a mí. 
-Eddie, cariño –contesté con entusiasmo verdadero-, ¡has estado soberbio!
Me disponía a lanzarle unos cuantos piropos más cuando me miró afectuosamente con aquellos ojos grandes y brillantes, apoyó las manos en mis hombros y dijo:
-Precioso (…)
-Dulzura –respondí (a este juego pueden jugar dos)- (…)
Me cogió por ambas solapas y me atrajo hacia sí. Por un momento pensé que iba a besarme.

Pero dejemos de lado tanta ternura para incursionar en los espacios del odio. La información procede de una nota de prensa –por algo titulada “La guerra de las vanidades”- publicada en marzo de 2013.

El ataque fue el 17 de enero. Ese día, alguien le tiró ácido en la cara al director artístico del Bolshoi, la meca mundial del ballet. El hombre quedó desfigurado y tuvo que ser operado varias veces. Desde el primer momento sospechó que se trataba de una interna del teatro. Ayer finalmente lo comprobó. Un bailarín confesó ser el instigador de la agresión. El motivo: una venganza porque el director no le había dado el papel principal en El lago de los cisnes a una amiga suya. También confesaron otros dos atacantes, ambos miembros del mundo de la danza.
La historia del director artístico del ballet del Bolshoi en Rusia parece una mezcla de la película El cisne negro y el musical El fantasma de la Opera. El film tiene las intrigas de las compañías de danza con rivalidades extremas para conseguir los papeles que llevarían a poner la propia vida y la de otros en riesgo. En el musical, un personaje enmascarado supervisa el teatro desde la oscuridad, ya que no quiere que nadie vea su deformado rostro.
El director Serguei Filin, de 42 años, nombrado en ese puesto en 2011, fue agredido con ácido sulfúrico el 17 de enero en la entrada de su edificio, en Moscú. Herido de gravedad, con quemaduras de tercer grado, fue sometido a un injerto de piel y a varias intervenciones quirúrgicas en los ojos, ya que la córnea quedó afectada. Actualmente se encuentra en Alemania, donde sigue bajo tratamiento médico.
Inmediatamente después de ocurrido el ataque, el ex bailarín lo vinculó con su actividad profesional y declaró en una entrevista televisiva, en la que apareció con la cara vendada, que estaba absolutamente seguro de la identidad de su agresor, sin dar su nombre.
Esta hipótesis coincide con la última noticia del arresto y confesión del presunto instigador, el solista del Bolshoi Pavel Dimitrichenko, el agresor Yuri Zarutski y el chofer Andrei Lipatov, que condujo el auto hasta el lugar. El principal móvil que analizan los investigadores es una fuerte enemistad del bailarín con el director artístico.
Pavel Dimitrichenko, de 32 años, que baila en el Bolshoi desde 2002 y que interpretó a Espartaco y a Iván el terrible en los ballets de Yuri Grigorovich, no forma parte del grupo de los ocho bailarines estrella, sino que es uno de los principales solistas, un grado inferior en la jerarquía del ballet del Bolshoi.
Según la prensa local, el solista sería amigo de la bailarina Angelina Vorontsova, quien le habría transmitido su frustración porque Filin le había negado el papel de Odette/Odile en El lago de los cisnes, En tanto, el canal público Pervy Kanal afirmó el martes que “Dimitrichenko, que tiene un carácter explosivo, no podía permanecer indiferente a la suerte de su compañera Vorontsova”.
Sacha, otra bailarina del teatro, defendió a Dimitrichenko. “Nadie entre mis amigos puede creer en la culpabilidad de Pavel Dimitrichenko. Habría que estar loco para hacer eso. Esa tesis no es fiable. No es un móvil serio”, aseguró.
La joven destacó que la práctica del otorgamiento de los papeles en el Bolshoi, una de las prerrogativas de Filin, causa descontento en el grupo. “Algunos nombramientos se hacen en base a relaciones o a cambio de dinero, es lo que dicen muchos bailarines en el Bolshoi. Y por eso algunos solistas actuales, hombres o mujeres, no tienen cualidades para ocupar esos lugares”, agregó.

Existe también una tercera opción: cuando el amor y la envidia se presentan en forma simultánea; Pío Baroja propone un ejemplo de ello

Se aseguraba en el tiempo que Rafael Calvo y Antonio Vico eran muy amigos y que, a pesar de su amistad, tenían rivalidades de oficio. Al parecer, Vico era el que sentía más fuerte esta rivalidad. Una noche en que a Rafael Calvo el público le ovacionó con entusiasmo. Vico fue a abrazar a su amigo y rival y al mismo tiempo lloraba.

Ahora bien, hay quienes subrayan que el artista de alto nivel debe reunir un conjunto de bajos sentimientos que son los que pudieran conducirlo a la excelencia de su obra. Evelyn Waugh –citado por Simon Leys- es quien aclara el punto.

(…) la humildad no es una virtud propicia para el artista. Suelen serlo el orgullo, la emulación, la codicia, el rencor, todas las cualidades odiosas que llevan a un hombre a completar, elaborar, refinar, destruir y renovar su obra, hasta conseguir algo que satisfaga su orgullo, su envidia y su codicia.

Gracias a ellos tiene lugar lo que Waugh identifica como “la paradoja del éxito artístico” porque gracias a su alta carga de orgullo, envidia y codicia, el artista “enriquece al mundo más que el generoso y el bueno, aunque pierda el alma en el camino”.
                                                                    
Así pues que una vez más pareciera confirmarse aquello de que no se puede tener todo en esta vida.

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