jueves, 14 de marzo de 2019

En recuerdo de Antonio de Hoyos y Vinent


Leyendo uno de los siempre recomendables libros de José Luis Melero encontré una cruel historia -entre tantas otras a que dio lugar- ocurrida poco después del final de la Guerra Civil Española.

Seguro que cuando el escritor Diego San José fue detenido en Madrid, diez días después de que terminara la guerra, no podía imaginar que tenía por delante una condena a muerte un año más tarde, la posterior conmutación de esta por la de treinta años de presidio (gracias a la intervención del general Millán Astray, lector habitual de sus obras) y cinco años de cárcel hasta su definitiva liberación en 1944. Y no lo hubiera podido creer porque San José fue un escritor y periodista que jamás militó en partido político alguno, y cuyo mayor delito fue haber sido por poco tiempo jefe de prensa de la Dirección General de Seguridad, adonde lo llevó su amigo, el escritor gallego Ramón Fernández Mato.

Diego de San José recuperó lo vivido durante aquel periodo en un libro publicado años después con el título De cárcel en cárcel. Entre esas historias, una de las que más llamó la atención de José Luis Melero tiene que ver con la muerte de los escritores Antonio de Hoyos y Vinent y Pedro Luis de Gálvez. Siguiendo el relato de Melero, nos detendremos en el primer caso.

Con Hoyos coincidió en la enfermería de la cárcel. El escritor y aristócrata (era marqués de Vinent) estaba casi ciego y aprovechaba la poca vista que le quedaba con su ojo izquierdo para leer junto a la ventana. Leyó y leyó hasta el mismo día de su muerte.

Es estremecedora esta imagen del escritor que con su menguada vista (otras fuentes señalan que también era sordo y se entendía con los demás por medio del lenguaje de señas) leyó junto a la ventana de la prisión hasta que lo asesinaron. Defendió hasta el final su derecho a la lectura, tal vez como una forma de resistencia.

Estaba en prisión por su militancia anarquista, su homosexualidad y por haber traicionado a su clase social. Dice Melero que lo dejaron solo, muy solo. “La familia le había abandonado (nunca le perdonaron su homosexualidad, su vida desordenada y haberse posicionado contra los de su clase durante la República y la guerra) y solo una vieja ama de llaves le visitaba en la cárcel.” Lamentablemente desconocemos el nombre de esa vieja ama de llaves que seguramente fue su amparo en momentos de desolación.

José Luis Melero –siempre retomando el testimonio directo de Diego de San José- narra el final: “Cuando murió bajaron su cadáver al patio exterior y allí ‘quedó arrumbado junto a la chatarra y los desperdicios de la cárcel’.”

(Guardemos por un instante las palabras. Hagamos un minuto de silencio)

------------------------------------

Sus enemigos pensaron que habían acabado con él. Estaban muy equivocados ya que Antonio de Hoyos y Vinent al final de su libro “El secreto de la vida y de la muerte. Exploraciones” (Madrid, 1924) afirma:

Nuestro cerebro maravilloso, capaz de juzgar y percibir la aceleración mínima –algunos segundos de arco por siglo- del movimiento orbital de la Luna, no es capaz de medir el tiempo y el espacio, la eternidad y el infinito. Es decir: hay algo fuera de nuestro alcance: el absoluto. Y el prodigio de la humana inteligencia, el admirable pensamiento que tales verdades entrevió, no tiene sino que caer genuflexo ante el maravilloso secreto apenas presentido, con el confuso, pero firme presentimiento de que ha de sobrevivir.



No hay comentarios: