Lo más habitual es que los escritores quieran ser
reconocidos por su obra, famosos en la llamada república de las letras. Sin
embargo, no han faltado aquellos que juegan en otro equipo procurando estar
lejos de las luminarias. José Jiménez Lozano se refiere al punto.
Unas palabras muy duras pero muy
verdaderas de H. Melville: “Todo renombre es condescendencia”, y extrae la
lección: “Prefiero ser infame”. Esto es, no sólo “sin fama”, sino maldito. Y lo
fue; pero maldito de veras, no que perteneciese a una distinguida generación de
escritores o poetas malditos, como luego sucedería –une mondanité littéraire-, sino que cayó en la irrelevancia y el
desprecio. No le fallaron sus cálculos en este sentido. Sabía lo que elegía, al
ser fiel a sí mismo contra el público y los estereotipos sociales y culturales.
La mayoría, la gran mayoría de los escritores se han traicionado y han elegido
digamos que la gloria, y se han puesto de rodillas ante la fama y esa tiranía
del público. Incluso los más grandes según las estimaciones habituales. Es
decir, los que alcanzaron la fama y no tuvieron valor para ser “infames”, los
que “condescendieron”.
Sin embargo, y contra lo que se pudiera prever, el
trabajo de quienes buscaron permanecer en los márgenes de la farándula
literaria no necesariamente será menos conocido en el transcurso del tiempo que
el de sus colegas famosos. Prosigue Jiménez Lozano
La verdad es que, luego, sólo los
“infames” se sostienen sin apoyos y sólo ellos siguen hablando; y no porque
hayan alcanzado la inmortalidad literaria, sino porque su voz está viva, que no
es lo mismo. Esta voz se tiene o no se tiene, la inmortalidad literaria se debe
a la condescendencia de los demás, a lo que se llama el “reconocimiento”. Los
profesores de literatura, los críticos y hasta los ministros de Educación
pueden liquidar viejos reconocimientos de siglos: generaciones enteras no van a
oír hablar en delante de Antígona o del Rey Lear, ni de la Costancica, porque
ya no estarán “en los programas”; pero seguirán viviendo, como Ahah e Ismael y
otros cazadores de Moby Dick.
Pero no cualquiera está preparado –según José Jiménez
Lozano- para hacerse a un costado.
Lo que pasa, sin embargo, es que hay
que ser Melville o el señor Miguel de Cervantes o Juan de la Cruz para optar
por “la infamia”. Eso no está al alcance de cualquiera de nosotros. Seguramente
es la voz que se lleva dentro la que opta y obliga a optar por la perdición,
por la subida al Monte y el despojamiento, y sólo ella puede asistir en esa
travesía de infamia.
Para los demás, queda el cursus honorum, la carrera del “hombre
estético”, los senderos de gloria. Como para los profesionales u hombres de
negocios de cualquiera otra clase, el listín de las historias de literatura,
unos con letra grande y otros con letra pequeña, como en el listín de teléfonos
o del Anuario Financiero. No hay que
hacerse ilusiones.
Finalmente
convoquemos a Michel Tournier quien también aborda la cuestión. “Conviene
recordar (…) la idea principal de Monsieur
Teste: los hombres famosos sólo son genios de segundo orden, porque
cometieron la debilidad de darse a conocer. Los genios de primer orden mueren
sin confesar…”
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