jueves, 3 de octubre de 2019

De naufragios y libros


Sucede con mucha frecuencia. 

En un principio a alguien se le ocurre y mientras es novedad constituye un recurso atractivo. Pero al tiempo se pone de moda y lo que en un momento fue innovador ahora se convierte en algo rutinario, previsible, sin chiste. Me refiero a la pregunta: ¿Qué libro llevaría en caso de naufragio a una isla desierta?
Muy a su estilo, Enrique Vila-Matas ironiza sobre el punto.
Qué raro. Un año y medio sin que nadie me pregunte qué libros llevaría a una isla desierta. Y cinco desde que quisieron saber qué opinaba sobre la manía de preguntar por los libros que me llevaría a la isla desierta. 
Quienes saben que en razón de su trayectoria o popularidad pudieran ser acosados por enésima vez con la misma pregunta, procuran -en acto de legítima defensa- encontrar una respuesta decorosa que les permita salir del trance. Tal fue el caso del escritor Eduardo Mendoza quien, citado por Luis Chitarroni, respondió: “Preferiría ahogarme en el naufragio”.
Otra opinión al respecto es la de Rodrigo Fresán quien -mediante su personaje Rodríguez- al tiempo que reflexiona acerca de “¿cómo impedir que un libro no se moje entre lo profundo y la orilla?”, formula una repregunta: “¿No existirá la posibilidad, señores agentes de lit-turismo, de naufragar en una isla desierta, sí, pero que incluya bien nutrida biblioteca?”
Mi respuesta preferida fue la de G.K. Chesterton (¡siempre Chesterton!) quien –tal como lo narra Alberto Manguel- admitió que llegado a ese extremo “desearía tener consigo un Manual de construcción de embarcaciones.”

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