lunes, 23 de diciembre de 2019

Mensaje de Navidad de Gabriela Mistral


El 24 de diciembre de 1948 (desde Fortín de las Flores, Veracruz) Gabriela Mistral presenta sus reflexiones con motivo de la Navidad; el texto fue publicado al año siguiente en ábside. Revista de cultura mexicana.

El Nacimiento de Nuestro Señor ocurre en una ciudad pequeña, pero no en una casa –que todas se le negaron-, sino en establo arrabalero. Así Cristo echa el primer respiro cerca de majadas y entre los animales. El escándalo que dan las viejas estampas es éste de un hato de bestias despertadas, el vaho de los belfos, y un pasar y repasar de ángeles en ancho relampagueo, el coro de éstos baja vertical como una presa soltada desde las alturas. (…)
Y allí, en el lugar preciso y previsto, al medio de bueyes, y vacas, y asnos está la cosa más ligera y endeble de este mundo que es un Niñito, y hay un viejo barbado tan débil como Él mismo, y una mujer flaca como ambos en cuanto a “femina”.

Gabriela Mistral caracteriza al acontecimiento como disparatado a lo divino y por tanto difícil de comprender.

(A las gentes de la Razón con mayúscula, el cuadro les revuelve el seso. Pero todo en el Evangelio resulta una reversión del “Orden” y de la vieja Ley que va a caer en pedazos.) (…)
Celebramos eso, un Nacimiento el más absurdo y menesteroso que se haya visto. La escena de la noche (…) de rara se pasa a grotesca: hay en aquel establo el estiércol desparramado y el agua turbia, por servida, del abrevadero y brillan aquí y allá unas copas llenas de incienso, mirra y oro.
(…) Este suceso disparatado a lo divino no lo entienden mucho las ciudades; los rurales sí, y los vagabundos, en cuanto gente habituada al milagro que brota del planeta o baja de los cielos, a lo más natural y a lo más sorprendente. 
(…) Lo sobrenatural que manda en esa noche tiene un reverso natural y los asistentes aparecen asombrados pero sin miedo, y se azoran sin dar gritos. Todo en lo Cristiano se moverá dentro de esta manera parecida a la de los lagos que maravillan sin agitarnos.

Sin embargo -continúa la poetisa- hubo quienes no resultaron sorprendidos dado que estaban en espera de un quiebre de semejante trascendencia en el devenir del tiempo.

El buen lector de Historia –el no torcido- entiende que Esto tenía que llegar. Había habido ya reyes de más, capitanes de sobre, letrados greco-romanos y hasta hechiceros egipcios. Faltaba Uno que reinase sin reino, mandase sin espada y hablase recto, sin vicios ni culebreo de palabras.
Los que están allí velando esperaban a Éste, cada uno a su modo y por eso creyeron de golpe a los signos de la noche, a la estrella nueva, a los coros despeñados y al “no sé qué” del Niño tiritador.

Así fue como los convocados respondieron al llamado del nacimiento de Cristo desde la obediencia radical.

Hay una gran docilidad en este grupo nocturno, un saber y obedecer inmediatos, sin preguntar ni discutir, y en el aire delgado y la tierra gruesa ha debido haber este mismo acuerdo de aceptar y sentirse encantados. Nuestra lengua llama tal cosa, con cierto desdén, “milagrería”, pero hasta los laicismos suelen vivir por instantes tales “bodas del cielo con la tierra”, según la expresión de Blake, y esto en cierto día o cierta noche en que todo se permea de algún licor que no se probó con los labios pero que se paladea con el alma.

Gabriela Mistral considera que el acontecimiento de la Navidad no es cuestión del pasado, ni ajena a nuestras realidades.

Nos da vergüenza menor un Niño de horas, con el rocío de la noche en los cabellos, húmedo de tan tierno y de tan desnudo como Él está.
Y sin embargo, este Cuerpecillo echado en establo, sin más pañal que la intemperie, llegado y no recibido, con los animales en cuanto a hospedadores, nada tiene de sucedido fabuloso para los ojos nuestros. En donde acaban las calles enfiestadas, y se calla el tamborileo, y se corta la danza, existe un tendedero de desnuditos, semejantes, puestos en cunas que no lo son, y resobándose contra el pellejo del perro que los abriga, hambreados desde el vientre materno, mostrando su estropeo en el hueso y la carne y mirando con ojos opacos a su María y a su José que van y vienen por la pocilga oscura.
Eso de encarnar un Dios en tallo de sangre y aceptar con el vagido y el batir de la mano el aire y la Tierra y la infancia a medio pan y a medio techo, este misterio que habla con palabra directa vale en cuanto a alegato eterno y a quemante encargo sobre la infancia menesterosa y padecida. Sin palabras, con su pura cinta de imágenes, el Pesebre de Belén nos encomienda a todos y a cada uno de los niños que duermen bajo ramas de palmeras o planchas abolladas de zinc, y también al raso, como las cabras y alimañas del monte. No es mera estampa de yeso ni tarjeta de Noel lo del niño que duerme a la escarcha y a la ventisca. A lo largo del Pacífico, del Atlántico y del Caribe, yo me he visto entredormir de ese modo al chiquito indio, al mulato, al negro y al mestizo. Y pese a la Geografía, aquellos pesebres criollos se me juntaron todos en torno de la cuna judía y de aquella Madre de los albergues negados.

Finalmente, la escritora chilena convoca a vivir la Navidad respondiendo a los muchos pesebres que encontramos en el día a día.

Pongámonos a cancelar la vieja deuda no pagada y crecida que ya nos abrasa la conciencia. (…)
Allegarnos al Dios-Niño sería buscar los pesebres nuestros de Cordillera y selva adentro, por los caminos rurales y las playas no sospechadas, por todas partes de donde se escape un llanto chiquito que es el mismo de aquella Medianoche y se oiga además el rezo de la María indígena o mulata. (…) Y el lugar donde ocurre lo que digo (…) es la América nuestra de la abundancia botánica, del bosque maderero, del río amazónico y del sol más creador que conozcan los ojos humanos.

Entendemos que este texto, con muchos años en su haber, no ha perdido vigencia y es por ello que ahora nos permitimos transcribirlo.

¡Feliz Navidad!   

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