viernes, 20 de diciembre de 2019

Religiosidad popular


A lo largo y ancho de América se han ido abriendo espacios a la pluralidad religiosa al tiempo que sectores numerosos de la población no se identifican con ninguna creencia de este tipo, situándose en el espectro que va del agnosticismo al ateísmo. 

Hay casos en que esta clasificación no es tan precisa, por lo que existen algunos descreídos que se procuran apoyo de lo mismo en que descreen, como me contó mi amigo Eduardo que le sucedió en Cd. Juárez, Chihuahua. 

Se le acercó una pareja y ella le preguntó:
-¿Tú crees en Dios?
-Sí –contestó Eduardo.
-¿Le puedes pedir por nosotros?

Por estos rumbos, más allá que en años recientes -según datos que arrojan estudios en la materia- se han producido cambios muy significativos, la mayoría de la población se reconoce como católica.

El tipo de religiosidad que se vive en los diversos países -y dentro de ellos, en las diferentes localidades- tiene que ver con una serie de factores entre los que podemos ubicar: características e idiosincrasia de las poblaciones, sello propio que adquirió la evangelización en esa región, imagen que proyectan los religiosos, mayor o menor presencia de otras creencias, presencia de inmigrantes, características geográficas (como por ejemplo la proximidad o no a la costa), etc.

En los países donde la presencia indígena y/o la cultura negra es muy importante, las formas de religiosidad son muy otras que en los que carecen de ellas o son muy minoritarias. Mucho se ha estudiado los vínculos entre las creencias prehispánicas y el catolicismo, expresado en rasgos de sincretismo como la proximidad del culto a Tonantzin con la devoción a la Virgen de Guadalupe o el caso paradigmático de San Juan Chamula en Chiapas.

Aun sin que deje de ser un análisis muy esquemático, otra clasificación es la que separa a los países con una fuerte religiosidad popular de aquellos  donde existe mayor vínculo entre fe y razón. 

En México existen múltiples manifestaciones de religiosidad popular en las diversas regiones del país, aceptando que –como en tantos otros renglones culturales- norte, centro y sur constituyen realidades muy diferentes. Una paradoja de la religiosidad popular está dada porque por una parte el ritual y la liturgia suelen ser muy tradicionales, ortodoxos, pero el trato con Dios, la Virgen y los santos puede llegar a ser muy confianzudo, muy de entre casa. Al respecto sostiene el padre Joaquín Antonio Peñalosa

El mexicano se tutea con la Virgen, escoge sus santos como quien escoge a sus amigos, reza como si platicara en la intimidad del vecindario, recomienda la devoción a San Martín de Porres con el mismo desparpajo con que recomienda un remedio para el dolor de muelas, acude con éste o con otro santo según la necesidad que lo apremie, de la misma manera que va al Seguro Social a consultar al especialista ofrecido. El más allá tiene mucho de más acá. Lo invisible, en cuanto se puede, se le fuerza para hacerlo un poco visible. Dios mismo se vuelve cotidiano. El pan nuestro de cada día. 

A su vez, Carlos Castillo Peraza se refería al mismo punto descubriendo la presencia de una teología de altos vuelos en medio de manifestaciones de religiosidad popular.

Nuestro país, nuestra región y nuestra religiosidad son de lo más peculiares. Se parecen a las viejas peluquerías en cuyas paredes había un ciento de fotos de mujeres semidesnudas, alrededor de una imagen bien iluminada y floreada de la Virgen de Guadalupe. Así son también los muros de los talleres mecánicos. Así eran, aquí, las barberías de “el Cuino” y de “el Conejo”, y el solar aceitoso en que el “Mulix” reparaba automóviles. En estas materias, lo que acaba importando es qué ponemos en el centro. El pueblo lo entiende mejor que los teólogos y, a la hora de la verdad, falla menos que éstos. La gente común sabe muy bien dónde y cuándo arrodillarse. Sobre todo, ante quién. Muchos teólogos no tienen idea.

Asimismo Peñalosa ofrece otro ejemplo a este mismo respecto.

En el tablero [de un camión], una Virgen de Guadalupe iluminada con tres foquitos, el verde, el blanco, el colorado, la bandera del soldado, un encanto de foquitos que se encienden y apagan parpadeantes. Al lado una foto de Raquel Welch sin hábito talar, por supuesto, una foto cortada de algún magazín dominical, pegada con diurex codo con codo la carne y el espíritu, que al mexicano le nacen gemelos la devoción y la diversión, y detrás de la cruz está el diablo.

La educación en la fe se da principalmente a través de las mujeres dentro del ámbito familiar y además ellas suelen encargarse de la catequesis en muchas parroquias, por ello Joaquín Antonio Peñalosa afirma que en México existe un matriarcado religioso. 

Y como no podía ser de otra manera, la mujer mexicana adapta las vivencias de la fe a su propia manera de ser. En este sentido, hace ya unos cuantos años en el templo conocido como del Buen Tono en la ciudad de México, el padre Xavier González hablaba en el sermón acerca de la Pasión de Cristo. En un momento dado destacó el papel de la Virgen María, quien se limitó a permanecer junto a la cruz acompañando a Jesús. Señalaba el sacerdote que en los evangelios no se alude a que en ese difícil momento, la Virgen haya dicho algo. Simplemente María asumía su papel como madre; ahí estaba, acompañando amorosamente en silencio el dolor de su hijo.

Llegado a este punto del sermón el padre Xavier se preguntaba: ¿cómo habría sido la situación en caso de que María se hubiese conducido como una típica madre mexicana? El padre Xavier concluía. 

Sin duda allí habría estado, pero eso sí, recriminando:
-¿Para qué te metiste?, no puedes decir que no te previne, ¡te lo dije! y mira ahora por lo que estamos pasando...  

“Qué bueno –concluyó- que María no era mexicana porque de esa manera se evitó que el dolor de su hijo fuera aún más grande”.

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