Muchos han sido (y continúan
siendo) los regímenes políticos que recurrieron al espionaje para inmiscuirse
en la vida de los opositores al gobierno; el comunismo soviético fue uno de
ellos. Precisamente en estos días estoy leyendo el libro “Los que susurran” de
Orlando Figes que presenta una documentada investigación a ese respecto.
El espionaje procura sacar a
la luz aquello que se mueve en el espacio que va de la clandestinidad al
sigilo. Sucede a veces que lo hallado está muy lejos de lo buscado y Juan Forn
da cuenta de un ejemplo de ello.
[Cuando
la mujer de Sergei Dovlatov emigra con la hijita de ambos, a Estados Unidos] él
no quiere saber nada con irse, le firma los papeles de divorcio y sale a
festejar con los amigos, en un raid etílico que culmina dieciocho meses
después, frente a un coronel de la KGB, que le dice, desde el otro lado del
escritorio: “Escúcheme, Dovlatov, mire las cartas que le escribe a esta mujer,
¿no se da cuenta de que la quiere? Hágame el favor, acá tiene el pasaporte.
Deje de hacer papelones y váyase de una vez”.
Ante tal contundente
recomendación formulada por el espía devenido en consejero en materia de amor
Dovlatov
llama por teléfono a su mujer desde Leningrado para anunciarle que va para
allá. Su esposa le pregunta por qué. “Porque el coronel dice que te quiero”, le
contesta él.
No conocemos el final de la
historia pero es de suponer que ninguna acción de resistencia pudo intentarse
ante tal razón de amor.
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