lunes, 15 de junio de 2020

Isaac Bashevis Singer, su padre y la literatura

La diferencia, a veces brecha, que existe entre generaciones es tema recurrente que adquiere diferentes matices y formas de manifestarse a lo largo de la historia. En el ámbito familiar se expresa en las divergencias, polémicas y desencuentros entre padres e hijos; Isaac Bashevis Singer describe su experiencia al respecto.

Mi padre no entendía los nuevos métodos. ¿Por qué no podían los maestros seguir enseñando en sus propias casas como lo habían hecho durante generaciones? ¿Por qué razón no podía un joven con deseos de aprender,  sencillamente entrar en un Beit Hamidrash, bajar una Guemará de la estantería y ponerse a estudiar? Y ¿dónde se había oído hablar de enseñarles la Torá a las chicas? Mi padre temía que todo aquello fuese obra de Satán.                                       

Comenta el escritor que la manera tan diferente de ver las cosas entre su padre y él (así como también sucedía respecto a sus hermanos) se ponía claramente de manifiesto en el ámbito literario.

Salí a pasear con él por la calle Franciszkanska y nos pusimos a mirar los escaparates de las librerías especializadas en libros sagrados. Casi todas se encontraban desiertas. La Torá había dejado de estar de moda. ¿Quién  necesitaba tantos comentarios, interpretaciones, exégesis, libros de sermones y de moral? (…) Mi padre era plenamente consciente de que sus hijos, Israel Yehoshúa y yo, habían acabado involucrándose en la literatura laica. Mi hermano había publicado varios libros y mi nombre también había aparecido en ocasiones en alguna revista literaria o incluso en el periódico. No obstante, mi padre no hablaba del tema, y creo que ni siquiera se permitía pensar en ello. Según él, todos los libros del pensamiento ilustrado, tanto los escritos en hebreo como en yiddish, constituían un veneno para el alma. Los autores eran una banda de payasos, libertinos y sinvergüenzas. ¡Qué oprobio y qué vejación sentía por haber engendrado semejante descendencia! Mi padre culpaba de todo ello a mi madre, la hija de un misnaguid, un oponente del jasidismo. Ella era quien había plantado en nosotros las semillas de la duda y la apostasía. Sólo un consuelo le quedaba a mi padre: que no habíamos crecido ignorantes. Habíamos estudiado la Torá, y cualquiera que haya probado alguna vez el sabor de la Torá, jamás olvidará que Dios existe.

Para el padre bastaba con ver los títulos de los libros y concluir que el mundo, y en particular los jóvenes, habían perdido el rumbo.

En ocasiones, mi padre se detenía por error delante del escaparate de una librería  laica, donde se exhibían obras como Crimen y castigo, El muchacho polaco,  Anna Karenina, Los peligros del onanismo, La colonización judía en Palestina, El papel de la mujer en la sociedad moderna, La historia del socialismo, Nana. Las portadas de algunos de los libros mostraban fotografías de mujeres medio  desnudas.

Concluye Isaac Bashevis Singer: “Mi padre se encogía de hombros y yo podía leer sus pensamientos: que los gentiles se entregasen a esa basura era comprensible, al fin y al cabo habían sido idólatras y seguían siéndolo; pero ¿los judíos?...”                  

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