Cosa
difícil esta de andar contando sueños. Lo más que se logra es una pálida
aproximación a la función privada de imágenes, sonidos, aromas, texturas,
sabores, de la que fuimos espectadores, al tiempo que -cuando menos
parcialmente- directores y guionistas.
Los analistas
de sueños -sean honorarios o profesionales- abordan la compleja tarea de interpretación
a partir de pedazos y retazos que les llegan. Cabe preguntar: ¿lo que
recordamos es lo que soñamos?, ¿qué tanto el proceso de edición llega a desvirtuar
la versión original?, ¿las palabras no se quedan cortas cuando de describir
sueños se trata?
En
alguna ocasión nos referiremos con mayor detenimiento a la cuestión.
Por
ahora nos quedaremos en la sugerencia formulada por una antigua tradición
popular, que evoca Walter Benjamin, en cuanto a que no se deben contar sueños por
la mañana en ayunas dado que “en ese estado quien se ha despertado sigue
todavía en el círculo mágico del sueño”. Y entonces sucede que
En esta
situación el relato de sueños es infausto, pues la persona, aún a medias
confabulada con el mundo onírico, lo traiciona en sus palabras y no puede por
menos de esperar la venganza de este. En términos más modernos: se traiciona a
sí mismo
Según
Benjamin en esa condición se “ha dejado atrás la protección de la ingenuidad
onírica” por lo que el sujeto “queda desamparado al rozar, sin superioridad,
sus visiones oníricas”.
Para más
o menos poder contar un sueño será necesario que la persona cruce a la otra
orilla. “Pues solamente desde la otra orilla, desde el pleno día, puede
abordarse el sueño desde el superior recuerdo.” Y este cruce “solo es
alcanzable en una purificación análoga a las abluciones pero totalmente
distinta de estas” ya que “pasa por el estómago”.
En
caso de no haber hecho el cruce “quien está en ayunas -concluye Walter Benjamin-
habla de los sueños como si hablara en sueños”.
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