Hay
quienes han sido bendecidos con el don de la mirada que les permite ver lo que
otros no, traer a la superficie para poner a disposición de todos, aquello que
habitaba en las profundidades en espera de ser descubierto.
Es el
caso de Álvaro Cunqueiro.
A
manera de ejemplo alcanzan unos pocos renglones en que menciona -como no podía
ser de otra manera- un lugar de Galicia, un huerto al mediodía en el que
encuentra un limonero muy especial.
Es
mediodía en la puente Barbantiño. Es mediodía en el huerto y en el limonero: un
mediodía de oro, convertido en grandes frutos amarillos. A este limonero lo
quemó una helada y se le dio por muerto, pero lentamente vino a la vida, de
nuevo floreció, y nunca fue tanto ni tan hermoso su fruto como ahora. Sobre mi
mesa tengo ahora un limón del limonero resucitado, y quisiera saber lo que hay
en él de muerte y de resurrección, de sueño y de savia (…)
Y es
así como uno parece estar viendo a través de la mirada de Cunqueiro al limonero
resucitado.
No es
cosa fácil pero dejemos pasar la tentación de proponer libres asociaciones que,
convocadas por el tema, quieren salir a escena.
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