En
muchas ocasiones hemos recurrido en este espacio a historias que comparte el
reconocido neurólogo Oliver Sacks. Siguiendo a su maestro Alexander R. Luria,
el doctor Sacks une su pasión por la neurología con el gusto por el relato y
ello le permitió convertirse en un gran difusor de su materia de trabajo.
Uno
de los sucesos más conocido de su amplio repertorio, es el que tuvo lugar en el
hospital cuando el presidente Ronald Reagan daba un discurso que se trasmitía
por televisión.
¿Qué pasaba? Carcajadas estruendosas en el pabellón de
afasia, precisamente cuando transmitían el discurso del Presidente. Habían
mostrado todos tantos deseos de oír hablar al Presidente…
(…) De ahí la sensación que yo tengo a veces, que tenemos
todos los que trabajamos en estrecho contacto con afásicos, de que a un afásico
no se le puede mentir. El afásico no es capaz de entender las palabras, y
precisamente por eso no se le puede engañar con ellas; ahora bien; él lo que
capta lo capta con una precisión infalible y lo que capta es esa expresión que acompaña a las palabras,
esa expresividad involuntaria, espontánea, completa, que nunca se puede
deformar o falsear con tanta facilidad como las palabras (…)
“Se puede mentir con la boca”, escribe Nietzsche, “pero
la expresión que acompaña a las palabras dice la verdad”. Los afásicos son
increíblemente sensibles a esa expresión, a cualquier falsedad o impropiedad en
la actitud o la apariencia corporal. Y si no pueden verlo a uno (esto es
especialmente notorio en el caso de los afásicos ciegos) tienen un oído
infalible para todos los matices vocales, para el tono, el timbre, el ritmo,
las cadencias, la música, las entonaciones, inflexiones y modulaciones
sutilísimas que pueden dar (o quitar) verosimilitud a la voz de un ser humano.
De
esta manera Sacks profundiza en los recursos con que cuentan las personas con
afasia para poder comprender ya no la forma sino el fondo.
En eso se fundamenta, pues, su capacidad de entender…
Entender, sin palabras, lo que es auténtico y lo que no. Eran, pues, las
muecas, los histrionismos, los gestos falsos y, sobre todo, las cadencias y
tonos falsos de la voz, lo que sonaba a falsedad para aquellos pacientes sin
palabras pero inmensamente perceptivos. Mis pacientes afásicos reaccionaban
ante aquellas incorrecciones e incongruencias tan notorias, tan grotescas
incluso, porque no los engañaban ni podían engañarlos las palabras.
Por eso se reían tanto del discurso del Presidente.
Puedo
suponer que alguien ya se adelantó a mi propuesta, pero de cualquier manera
aquí va: ¿por qué no contratar a un grupo de personas con afasia como asesores
políticos? Su obligación laboral (claro está que un tanto desmesurada) sería la
de escuchar los discursos de los diversos candidatos a la presidencia y que por
medio de sus reacciones nos orientaran para lograr un ejercicio más responsable
de nuestro voto.
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