Somos
muchos quienes creemos que nos sería muy difícil, o de plano imposible, vivir
en lugares donde el sol brilla por su ausencia y es que hay regiones en las que
se hace del rogar. Aun cuando suena muy exagerado, dejo constancia del dato que
ofrece Julia Muriel Dominzain en relación a Rusia: “Es raro que (…) durante
todo el mes de diciembre de 2017 el sol haya salido seis minutos en total.”
Existe
evidencia empírica en cuanto a que su reaparición después de varios días
nublados o lluviosos (que también tienen su encanto), es celebrada con una notable
mejoría en el estado de ánimo colectivo.
De ahí
que con frecuencia quede asociado a la idea de fuerza, como dice Álvaro
Cunqueiro: “Explotó de pronto el sol tal y como viene en Hölderlin: una
fuerza irresistible armada de rayos” (…) En otras ocasiones al halago, referencia
del mismo Cunqueiro: “(…) porque eres rubia, no debes huir en la noche,
porque muchos verán el sol, escribió Al Safir al Taliq (…)” También se lo
vincula a la alegría porque según Alfredo Mario Ferreiro: “El sol se ríe a carcajadas
amarillas (…)” Y no puede faltar la celebración de la renovada sensación de asombro
y admiración que provoca, porque según Hannah Jane Parkinson:
“(…) sabemos que el sol se pone todos los días y no por
eso nos parece menos bonito verlo”.
Hubo épocas en que sus efectos en la piel ponían de
manifiesto el hábito de trabajo a la intemperie, por lo que sectores dominantes
pintaban su raya para que no se les confundiera; a ello se refiere Miguel A.
Delgado
(…) [la
historia que] llevaba a los nobles de hace siglos a presentar una tez lo más
cadavérica posible como demostración de que apenas estaban al aire libre, no
como las gentes que tenían que trabajar todo el día en el campo o yendo de aquí
para allá, sin posibilidad de ponerse a resguardo del sol.
Pero
las cosas cambian, tal como señala Delgado, a impulsos de las modas. “Como ya
sabemos, se terminó por superar esa limitación, sobre todo cuando la piel
morena se consideró bella.”
La
historia continúa y no hace mucho que los médicos en general, y los
dermatólogos en particular, han encendido las alarmas. Es la triste historia del
amigo (al que se ha llegado a identificar como “el poncho de los pobres”) que
puede devenir en adversario; nuevamente recurrimos a Miguel A. Delgado
(…) cabe
suponer que, si un mínimo de racionalidad vuelve a imponerse, ahora que conocemos
los enormes perjuicios que puede provocar en nuestra piel la exposición a la
radiación solar, más pronto que tarde el bronceado, en especial el de las
personas con una piel muy blanca, dejará de ser algo universalmente saludado
para convertirse en la señal delatora de alguien más bien poco juicioso.
Se
presentan también casos peculiares como el que narra José Jiménez Lozano de un
amigo suyo que lo veía con desagrado, sino con franca aversión.
Yo he
conocido a alguien que parecía tener algo personal con el sol (…). Creo que la
tenía tomada con el sol, porque le parecía que era quien ponía fin a sus juegas
nocturnas, y eso no se lo perdonaba. En cierta ocasión, le sorprendió de modo
singular el amanecer, y respondió a otros juerguistas como él que le invitaban
a ir a otro lugar a proseguir la diversión: “yo no voy, que ya está ahí ese”,
refiriéndose al sol.
Y dejo
a los especialistas que aclaren esa expresión tan mexicana que indica que a alguien
“lo traen asoleado”.
En lo
dicho, ni el sol se salva de ser causa de controversia
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