miércoles, 1 de febrero de 2012

La camiseta de Martín

En el aeropuerto de Montevideo, Isabel es despedida por una parte de su familia e inicia viaje para ir al encuentro de la otra parte de su familia que desde hace tiempo reside en México.  Se suceden besos, abrazos, recomendaciones, mensajes, besos, abrazos, recomendaciones, mensajes... pero lo último que escucha es la voz de Martín en un pedido que adquiere rasgos de orden rogante: “Abuela, ¡no te olvides de la camiseta!”
Con cierta dificultad encuentra su lugar en el avión, tal como lo había solicitado: pasillo, en fila de dos, lo más adelante posible. Ocupa su asiento resignada a enfrentar las largas horas sin tiempo que unen la partida con el arribo. La primera etapa la conducirá a San Pablo y después de unas horas de espera proseguirá hacia su destino final. Saluda a quien ocupa el lugar de junto, un joven –piensa- que como tantos otros inicia su camino de exilio.  ¿A dónde irá? ¿Brasil, Estados Unidos, España, México, Italia, Canadá? ¿Cuál será la historia de su vida, tan distinta y tan parecida a tantas otras? Al promediar el vuelo el capitán da algunas referencias que permiten a los pasajeros no sentirse tan perdidos en ese amplio limbo de nubes espesas alternadas con azules intensos.
“Abuela, ¡no te olvides de la camiseta!” Isabel sonríe mientras reproduce la imagen de aquel rostro tan lleno de vida, tan pleno de entusiasmo. Martín, con apenas cuatro años, es apasionado del fútbol. Conoce con todo detalle nombres de equipos, jugadores, resultados de partidos disputados. Entiende del Campeonato Uruguayo, pero también de la Copa América y de la Eurocopa, entre otras; el torneo mexicano le interesa particularmente porque allí viven sus tíos y primos. La televisión por cable le permite estar al tanto del lugar que ocupa en la tabla de posiciones su querido equipo de las Chivas del Guadalajara. Cuando comenzó a escuchar de los preparativos del viaje de la abuela, Martín se imaginaba vistiendo la camiseta de las Chivas. 
En la llegada internacional del aeropuerto Benito Juárez de la ciudad de México, Isabel se reencuentra con su hija, yerno y nietos. Los abrazos giran en sentido contrario a los que había recibido unas cuantas horas antes, que parecían años, en Montevideo. Los abrazos de las despedidas son centrífugos y los del reencuentro, centrípetos. Como para conjurar cualquier amenaza de olvido, uno de los primeros comentarios de Isabel fue acerca del pedido de Martín.
Los dos meses transcurren casi sin darse cuenta: lenta la primera semana y muy aceleradas las siguientes. Durante horas de horas cada quien ocupa su sitio en los amplios y cómodos sillones en aquella casa de por los rumbos de Coyoacán; las pláticas parecen no tener fin. En los primeros días se trata de los grandes titulares, luego poco a poco le toca el turno a los pormenores.
Toda la familia se comprometió en la búsqueda de la camiseta y aún así no fue fácil dar con ella, porque eran de tallas demasiado grandes para Martín. El tiempo pasaba, la tensión aumentaba. Un día, y cuando ya se contemplaba la posibilidad de mandarla hacer, entran a un tianguis que por fuera no despierta mayores expectativas. A poco de caminar entre sus angostas avenidas, se detienen en un puesto, se miran entre sí, no dan crédito ¡ahí está!, colgada, solitaria, como esperando.  Y no sólo eso, sino que también es posible adquirir el pantalón y las medias de las Chivas. Ahora Isabel puede estar tranquila, se quita un peso de encima. Apenas unos días antes habían llamado de Montevideo y no tuvo más remedio que mentirle a Martín diciéndole que ya tenía su camiseta.
Llegó el momento en que a los abrazos les tocó volver a girar en sentido contrario: donde había sido el reencuentro ahora llega la despedida. No cabe duda, pensó Isabel, uno se la pasa entre partidas y llegadas, entre despedidas y bienvenidas. Así en los aeropuertos como en la vida.
Nuevamente el largo viaje, el ascenso al limbo y el descenso a la tierra. La escala en San Pablo. El vecino de asiento. La historia de algún exiliado que vuelve de vacaciones con urgencia de presumir sus éxitos o el regreso de quien canceló su aventura callando frustraciones, masticando explicaciones.
Mientras Isabel espera las maletas mira a la terraza y entre todos los saludos familiares ve la cara de Martín preguntándole con aquellos ojos tan expresivos si la camiseta viene en el equipaje. Ella le sonrió y asintió con su cabeza; Martín estalla en alegría.
Primero en el hall del aeropuerto, luego en el auto ya de camino a casa, no hubo más remedio que enfrentar los berrinches de Martín que quería su camiseta ya, ahora, en ese mismo momento. De la alegría al llanto, así con la camiseta como con la vida –pensó Isabel.
Ahora sí, en la casa ya no es posible dilatar más. Isabel abre su maleta y va directo a la caja envuelta para regalo, con moño y toda la cosa. Martín no puede con tanta alegría junta y por ello la derrama, la desparrama, entre sus padres y su hermana.
Sube a toda velocidad a su recámara en donde ya tenía preparados los zapatos de fútbol sin estrenar que había guardado para la ocasión. Las risas, los gritos se escuchan hasta abajo... sin embargo y de manera súbita, aquella alegría se transforma en el más triste de los llantos, en alaridos desgarradores, en frustración sin consuelo.
Los padres suben a prisa, ¿qué pasó?, pero Martín ¿qué te pasó?
No fue fácil que pudiera hacer una tregua en su llanto para que con mucha dificultad y palabras entrecortadas, reclamara: “es que no tiene número y si no tiene número ¿cómo quieren que sepa quién soy?”

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