martes, 28 de febrero de 2012

Vicisitudes de un modelo 55

Hace ya algunos años unos compatriotas amigos llegaron de visita a México e hicieron una primera parada en el D.F., para luego seguir viaje hacia el sureste del país. Tal como se estila en estos casos propuse diversas opciones de paseos a los que podría acompañarlos. Hechas las valoraciones pertinentes llegamos a la misma conclusión de siempre: el tiempo no alcanzaba para todo por lo que habría que renunciar a varios recorridos. Por ningún motivo, advirtieron, aceptarían omitir la visita a la casa de Frida Kahlo así como al Bazar de los Sábados que se ubica en los alrededores de la Plaza de San Jacinto, por los rumbos de San Ángel.

Y allí fuimos en una hermosa mañana de sábado. Todo transcurrió en forma muy agradable mientras recorrimos puestos de artesanías en textiles, metales, madera, vidrio, etc., en las que los artistas mexicanos se pintan solos. Mis amigos no salían de su asombro de estreno ni yo del mío que, aun cuando reincidente, una vez más se hacía presente.

No están ustedes para saberlo ni yo para contarlo pero en realidad el drama comenzó en un local de venta de antigüedades en el que me descubrí contemporáneo de algunos de los objetos exhibidos y que suscitaban risueña  curiosidad en un grupo de personas de inmoderada juventud. En primer lugar la máquina de escribir igual a aquélla en la que aprendí mecanografía (armatoste de carro grande, campanita anunciadora de cambio de renglón, letras que frecuentemente se traban al ser accionadas por medio de teclas duras tarea en la que los dedos meñiques llevan la peor parte, barra espaciadora de sonido inconfundible, etc.) También llamó su atención el aparato telefónico metálico de color negro, de fuerte presencia sedentaria a diferencia de sus minúsculos y portátiles herederos. El otro objeto causante de intriga fue la máquina de moler o picar carne que allí se exhibía y que era igual a la que usara mi madre en tiempos idos.

Así, mientras los muchachos indagaban con el encargado del puesto algunos detalles de funcionamiento de tan singulares utensilios, pensé que me quedaban dos caminos: deprimirme o tomármelo en broma. Opté por éste último, de tal manera que al retirarnos comenté con mis amigos que en cualquier momento la UNESCO me podría llegar a declarar “Patrimonio Histórico de la Humanidad”.  Y es que en mi condición de cosecha 1955 el tiempo se vino encima y el modelo ya quedó un tanto descontinuado.

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