martes, 3 de julio de 2012

Descargaderos sociales


Todos requerimos de espacios que nos permitan descargar aquellas tensiones y violencias de las cuales también están hechas nuestras vidas. Y existen diversos modelos de aliviane personal. Hay quien saca su furia interior en el día a día pero también están aquellos que aparentemente no lo requieren hasta que en un momento la explosión es de consideración ante lo cual los conocidos sólo atinan decir: “sí parecía que no mataba ni a una mosca…” o “el que aparentaba no romper un plato, acabó con toda la vajilla…”
Las formas más sofisticadas para expresar el enojo son la ironía y el sarcasmo, sin embargo las más habituales son con las llamadas malas palabras que, de acuerdo con Isidro Más de Ayala, tienen como función distender el ánimo contrariado.

Son como un alivio frente a una contrariedad, y una válvula de escape que afloja nuestros nervios en instantes de cólera o fastidio. Estamos seguros que el lector reconocerá que no es necesario que presentemos ejemplos de esta función detergente de las malas palabras, escape del ánimo en tensión, válvula de seguridad frente al enojo pronto a estallar por los brazos o los pies. Si la educación es tan cuidadosa en prohibir al niño que diga malas palabras es porque se está seguro de que, de grande, las va a decir, pues no se prohíbe lo que no puede tener lugar.

En esta última afirmación se descubre que el texto anteriormente citado procede de varias décadas atrás ya que actualmente no existe tanto cuidado por el lenguaje empleado. Por otra parte, no deja de llamar la atención el descubrimiento de que las malas palabras emitidas por un boca sucia tienen una  función detergente.
También hay quienes exorcizan sus demonios en la creación artística, en el baile, en el encuentro con los amigos o bien –y es una de las formas más recurridas- asistiendo a la cancha de futbol. De ahí que Más de Ayala identificara al Estadio Centenario con un gran Insultorio.

En todas las grandes ciudades modernas existen sitios destinados para que la colectividad vaya periódicamente a ellos a descargar sus enojos. Nuestro Montevideo no podía ser la excepción y tiene su lugar destinado para tal fin: es el Estadio Centenario, donde semanalmente concurren decenas de miles de personas a cumplir aquella sana función de desahogo. Se paga una entrada, se toma asiento en una tribuna y se es libre y dueño de dirigir todos los insultos que se quieran a unas personas que, allá abajo y dentro de un alambrado, hacen algo que a veces se parece a un partido de fútbol. Es de práctica dirigir de preferencia los insultos peores y de mayor calibre al árbitro (...)
Todo un variado y rico repertorio que va desde "Cabeza de huevo" hasta "Juez del Crimen", pasando por alusiones veladas a sus progenitores más inmediatos está permitido. El empleado que ha trabajado a presión toda la semana y que tiene un patrón severo, se desquita con el árbitro o el centre-forward: chorro, animal crónico, son los dulces nombres que les prodiga con generosidad. El empleado postpuesto, el obrero mal pagado, el comerciante agobiado de impuestos, el político no votado, van al Insultorio Centenario y allí dicen todos los denuestos y blasfemias que quieran.

El mismo autor arriba a otra conclusión importante: los precios de las localidades están en función de sus propiedades insultorias.

El precio que debe pagarse por las localidades está en relación con el mejor impacto que pueda hacerse desde ellas. La platea y la tribuna América son las localidades más caras porque están cerca del túnel donde salen y entran los jueces y jugadores y al alcance así de las palabras. La Olímpica cuesta menos porque allí el pouchingball es sólo el linesman de ese lado. Y los Taludes son los más baratos porque desde ellos sólo alcanzan los insultos a la espalda de los goleros.

De esta manera, continúa su análisis,  los insultos proferidos tienen que ver con el nivel socioeconómico de sus emisores.

A las personas de las clases sociales más cultas se les ubica en una división especial llamada Palco Oficial. Los denuestos que de allí salen son de una calidad más distinguida que los que proceden de las tribunas. Así cuando a un Juez desde la Tribuna América se le grita "¡Ladrón de los caminos!", desde la Olímpica: "¡Juez del Crimen!", desde la Ámsterdam: "¡Chorro inmundo!", y desde las Taludes (tachado por la Dirección), desde el Palco Oficial se le llama "¡Arbitro venal!" A veces, es cierto, se escucha procedente del Palco Oficial alguna palabrota propia de las localidades baratas, pero es algún colado que llegó allí como los del Talud que saltan para las Tribunas.

Otro aspecto que hace notar Más de Ayala es la proximidad en que se encuentra el Estado Centenario respecto a otras instituciones asistenciales.

Teniendo en cuenta su finalidad de asistencia pública, el Insultorio ha sido construido junto a los otros bloques asistenciales de la ciudad: el Hospital de Clínicas, el Instituto Traumatológico (con el que lo une un túnel) y el de Enfermedades Infecciosas donde está a estudio el virus supertóxico extraído de la saliva del hincha rabioso. (...)
Y para aquellas personas a quienes no les alcanza el diálogo socrático y tienen necesidad de pegar un balazo se dispone allí mismo, a pocos metros, del Polígono de Tiro donde pueden realizar su deseo de ejecutar un tiro real. Como vemos, están previstas y llenadas todas las necesidades correspondientes a los saludables desahogos de la colectividad.

Y uno se pregunta que diría hoy Isidro Más de Ayala ante tanta violencia absurda e irracional dentro y fuera de las canchas de futbol; cuando imperan las barras bravas; cuando alguien es asesinado por ser partidario del cuadro rival; cuando se considera una hazaña robar y quemar la bandera del equipo contrario; cuando un clásico se transforma en problema de seguridad nacional; cuando en una tribuna ya no pueden coexistir las parcialidades contrarias; cuando… No sabemos qué diría el multicitado autor pero el texto citado a continuación podría ser una aproximación a su opinión.

Existen personas absurdas que se toman a golpes en el Insultorio, lo que equivale a tocar la pelota con la mano cuando se está jugando al fútbol. Son seres no evolucionados, que no comprenden la finalidad derivativa del espectáculo, pertenecientes al mismo grupo de inmaduros que toman en serio los insultos que se reciben cuando se maneja un auto en la ciudad. Las blasfemias lanzadas desde el volante, como los denuestos dichos en el fútbol, son derivativos, supletorios, detergentes, y quien insulta y además se pelea resulta tan ilógico como un hipertendido que se hiciera una sangría y que además después tuviera una hemorragia.
Lo repetimos, porque vemos domingo a domingo que es necesario; la finalidad del Insultorio Centenario es sólo y nada más que el insulto. Allí, cómodamente sentados, en mangas de camisa o en solera, hombres y mujeres, grandes y chicos, suegras y yernos, deudores y acreedores, blancos y colorados, árabes y judíos, están todos de acuerdo: insultar al juez y a los linesmen, mientras toman café, beben coca cola, comen pop con vitaminas acarameladas o helados con clorofilas sintéticas.

¿Qué nos aconteció?, ¿cómo fue que el Insultorio se fue volviendo insuficiente para descargar nuestra violencia?, ¿por qué concurrir al estadio deja de ser una opción para muchas familias? 

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