martes, 10 de julio de 2012

Enigma en el comedor

Mi amigo Melchor me contó la siguiente historia que sucedió en una planta maquiladora de Ciudad Juárez en la que laboraban solamente mujeres que por salarios exiguos cumplían largas jornadas laborales rutinarias, repetitivas. Cada día era parecido al siguiente por lo que era posible predecir con toda exactitud como sería la jornada de mañana, de pasado mañana, de traspasado mañana… Muchas de ellas habían llegado a la frontera ilusionadas con el sueño americano que para muchas devino en pesadilla mexicana. La gran mayoría eran madres solteras o madres solas que debían resolver el sustento de su prole. Las pocas que aún estaban en pareja compartían el presupuesto familiar con sus hombres que a su vez tenían sueldos tan mínimos como el de ellas. Las solteras esperaban la llegada del sábado para salir a divertirse gastando los pocos pesos que comenzarían a reunir nuevamente a partir del lunes siguiente. Tiempos de vergüenza en que muchas mujeres fueron brutalmente asesinadas en aquellos rumbos. Las comisiones y fiscalías especiales se sucedían, los crímenes también.

Ilustración: Margarita Nava

El director general de la maquila que era muy buena gente tuvo conocimiento que el chef de un importante hotel había quedado sin trabajo. Lo contrató y le pidió que mejorara el sabor y calidad de los alimentos que se elaboraban para las obreras. Sabido es que en los comedores de las fábricas no está permitido llevarse la comida que sobra para la casa. De ahí que por lo general en las bandejas no queda nada.

La sorpresa fue mayúscula cuando a partir del nuevo menú, las obreras no comían y las bandejas se retiraban tal como eran servidas. Aquello era muy ilógico: la comida mejoraba y sin embargo no gustaba. Para averiguar lo que sucedía, y con un accionar ético cuando menos polémico, se contrató a una psicóloga que entró a la planta camuflada como nueva obrera y con el cometido de aclarar el enigma.

Al poco tiempo se esclareció la situación. Las mujeres reconocían que la comida era muy sabrosa y de alta calidad pero no estaban dispuestas a comer aquello que luego, al llegar a su casa, no podían servir a sus hijos. Entonces, la respuesta casi unánime era no comer.

La solución fue servir dos porciones, una más aguada para comer allí y otra más seca que se autorizó llevar a las casas. Ahora sí, las obreras comían a gusto y elogiaban los diversos menús que preparaba el chef.

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