jueves, 13 de septiembre de 2012

Gente habilidosa para resolver conflictos


Hay personas que cuentan con las condiciones necesarias para complicar cualquier situación o para hacerla más grave de lo que aun es de por sí. Lamentablemente son (¿somos?) muy numerosos. Hay quien las identifica como personas “enredadas” o “complicadas”. También están quienes no cuentan (¿contamos?) con las reservas suficientes para hacerle frente a los problemas cotidianos que forman parte de la vida, son quienes se ahogan en un vaso de agua y a veces coinciden (para seguir con este objeto tan presto a las metáforas) con quienes siempre ven el vaso medio vacío.

Son menos, pero también existen aquellos que poseen los atributos necesarios para resolver cualquier problema que se les presente, para proponer sencillas soluciones que, en caso de haber sido atendidas, hubiesen podido ahorrar muchas vidas. Son personas que bien podrían ser designadas como Secretario General de la ONU o cuando menos directores de cualquier posgrado en mediación o de resolución no violenta de conflictos. Tal es el caso de la abuela del escritor Amos Oz quien nos permite conocerla al narrar la manera sencilla en que explicó a su nieto las diferencias entre judíos y cristianos.  
Hace muchos años, cuando todavía era un niño, mi sapientísima abuela me explicó con palabras muy sencillas la diferencia entre judío y cristiano, no ya entre judío y musulmán, sino entre judío y cristiano: “Mira –dijo-, los cristianos creen que el Mesías ya estuvo aquí una vez y que, desde luego, regresará algún día. Los judíos mantienen que el Mesías está todavía por llegar. (…)”
La explicación del conflicto que la abuela presenta al pequeño Amos ocupa menos de diez renglones. Y aquí viene lo más asombroso, la solución que propone no le lleva más.
Por esto –dijo mi abuela- ha habido tanta ira, tantas persecuciones, derramamiento de sangre, odio... ¿Por qué? ¿Por qué no podemos esperar todos sin más y ver qué pasa? Si el Mesías vuelve diciendo: “¡Hola, me alegro de volver a veros!”, los judíos tendrían que ceder. Si, al contrario, el Mesías llega diciendo: “¿Qué tal estáis?, me alegro de conoceros”, toda la cristiandad tendrá que disculparse con los judíos. Mientras tanto –dijo mi sabia abuela- sólo vive y deja vivir”.
Casi nada eso de “vive y deja vivir” que la abuela recetaba a su nieto; en esas pocas palabras se sostiene la convivencia en una sociedad tan diversa como la que habitamos.

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