jueves, 27 de septiembre de 2012

Modelos para desistir


La posibilidad de trazar proyectos así como desistir de los mismos, es uno de los derechos más importantes en la vida. No todos los proyectos realizados tienen un final feliz; no todas las decisiones de apartarse de ellos resultan negativas. En fin, que el asunto tiene su complejidad.

Uno de los proyectos de juventud más recurrido es el de viajar, cambiar de aires, conocer otras realidades, hacerle de Ulises durante un rato (que puede ser toda la vida). Para emprender tamaña empresa, por lo general se requiere de los amigos porque es sabido que toda travesía compartida no parece tan riesgosa.

El escritor Sergio Pitol rememora sus primeros proyectos de viaje (que luego fueran tan frecuentes en su vida).  “Mi deseo de viajar, el afán que me acuciaba de conocer lo otro, lo que siempre está más allá, me llevó a realizar un viaje a Nueva York y a Nueva Orleáns a principios de 1953, con escalas en varios puertos estadounidenses, y a planear con unos amigos un viaje sudamericano para las vacaciones durante el año de 1954.”

Pero sucedió que a medida en que se acercaba el momento de partir, uno a uno sus amigos se fueron bajando. “En el último mes, uno por uno mis amigos fueron desistiendo de la travesía”.

Llama la atención las diversas razones que, de acuerdo con el mismo Pitol, fueron presentando sus cuates. Así es como desfilan las materiales (“algunos por falta de dinero”), las físicas (“otros aludieron a enfermedades y accidentes repentinos”), las especializadas (“otro, sobrino de un almirante, insistió en que aquel viaje sería un desastre, era la época de las peores tormentas en el Atlántico y viajar en barco significaría internarse en el infierno”). También sucedió que hubo quienes propusieron bajar las miras del viaje y orientarlo hacia destinos internacionales más cercanos (“alguien propuso que mejor fuéramos unos días a Guatemala, otro que a San Antonio, Texas”). Tampoco faltó quien contra ofertara un destino más modesto (“otro más que a Pachuca, donde, según él, las barbacoas eran de primera”). En esto último sin duda le asistía razón: las barbacoas de Pachuca son las mejores.

Hay quienes al quedar solos en su proyecto, también terminan por abandonarlo. No fue el caso de Sergio Pitol: “En fin, emprendí solo el viaje.”  

Me queda la duda de si sus amigos habrán optado por llevar a cabo alguno de los planes alternativos, ya sea el recorrido por Guatemala o un fin de semana en Pachuca, la bella airosa. Respecto a lo que aconteció posteriormente en la vida del escritor, él mismo se encarga de describirlo. Lo que ya no pude saber, en mi calidad de metiche, es qué fue de la vida de sus amigos.

En lo que a mí respecta, ante algunos proyectos tuve la persistencia del maestro Pitol y frente a otros, desistí tal como lo hicieron sus amigos. En más de una ocasión opté por ir a comer barbacoa a Pachuca. Y a mucha honra.

 

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