jueves, 13 de diciembre de 2012

¿A dónde fueron a dar los ideales de ayer?


Son pocas, muy pocas, las personas a las que el poder sienta bien, siendo que por lo general sucede lo contrario. Hay quienes al ocupar puestos jerárquicos olvidan sus reivindicaciones de años atrás; están los que aceptando su cuota-parte de privilegios y canonjías, en ese mismo acto quedan imposibilitados de denunciar la corrupción de la que forman parte y pasan a alimentar los espesos silencios de la complicidad; no faltan quienes se distancian tanto de la realidad que terminan por desconocer la situación de quienes dicen servir; y la lista sería inacabable.

Y más allá de miradas ingenuas, y por supuesto que sin desconocer sus potenciales logros, los cambios revolucionarios también implican grandes riesgos. El problema de algunas revoluciones es que en determinado momento se hacen gobierno lo que les lleva a descubrir que fue más fácil hacerlas que mantenerlas fieles a sus principios. Tal vez por ello, dice S. B. Kopp, “(Albert) Camus ha señalado que el revolucionario de hoy debe transformarse en el hereje de mañana si no quiere ser el opresor del futuro”.

La Revolución Mexicana no estuvo a salvo de estos riesgos, de allí que Héctor de Mauleón aluda a los “militares que bajaban del caballo para subirse al auto; la Revolución que dejaba el aguardiente para acceder al coñac”. Seguramente esto lo intuyó el capitán Trujillo de acuerdo al relato de Leopoldo Zincunegui.

(…) el famoso capitán Trujillo, de las fuerzas del general Diéguez, en cierta ocasión se presentó a su Jefe indicándole que pensaba marcharse para su tierra.
-Pero hombre –le dijo Diéguez en tono paternal- ¿qué pasó contigo? ¿Es que no te gusta andar en la bola?
-¡No, Jefe! no es que no me guste el “borlotito”, pero la verdad es que esto no tuvo chiste... ¡Ya esta Revolución degeneró en Gobierno!

Por otra parte el paso del tiempo hace su obra por lo que  no falta quien sostenga, con buena dosis de cinismo o ironía, que ser revolucionario es una enfermedad de juventud que se cura con el paso del tiempo. Aun cuando existen notables excepciones, por lo general el pensamiento se va esclerotizando y las ideas radicales se tornan gradualistas; en este contexto, Rafael Solana pregunta en un artículo de prensa publicado en 1983:

¿Son tantos años cincuenta que no hayan podido sobrevivirlos la mayoría de aquellos jóvenes liberales, tan llenos de entusiasmo, que con fervor escuchábamos las clases de don Vicente Lombardo Toledano, las muy pocas veces que iba a dárnoslas, que leíamos a Marx, a Lenin, a Rosa de Luxemburgo, cuando Mao todavía dormía en el seno de lo que está por ser. (…) ¿Acaso nos enfriamos, o nos desencantamos, o nos desizquierdizamos?

Se escuchan ofertas.

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