martes, 18 de diciembre de 2012

¡Hágase a usted mismo!


Hay quienes se pasean por esta vida con una suficiencia propia de otra especie. Se trata de aquellos que se lo deben todo a sí mismos. Una de sus frases preferidas es “No le debo nada a nadie, todo me lo he ganado por mí mismo…” y aquí sigue un choro inacabable y autocomplaciente que admite variaciones como “gracias a mi esfuerzo”, “a mi inventiva”, “a mi tesón y perseverancia” (podrán decir en caso de ser personas mayores), etc. Germán Dehesa saca filo a las palabras cuando a ellos se refiere.

“¡A mí nadie me ha regalado nada!” Famosas y altivas palabras de esos personajes tenuemente patéticos que se sienten en la necesidad de aclarar públicamente que todo eso que han logrado en la vida (que nunca es mucho) es el exclusivo resultado de sus enormes esfuerzos, de su tenaz voluntad y de su preclara inteligencia. Hasta dan ternura estas pobrecitas almas empachadas con su ego.

Asimismo, y tomando la dirección contraria, Dehesa expone una larga lista de deudas lo que le permite pintar su raya respecto a este nutrido grupo de exitosos autohechos.

Sin ánimo de polemizar con estos “triunfadores”, (…) al filo de los sesenta años, yo con estricta justicia puedo decir que el misterio, la genética y mi país me lo han regalado todos y que mi único mérito en la vida, si alguno tengo, es haber hecho mi mejor esfuerzo para darle un buen uso a esos regalos. (…)
Recibí la vida, tan terrible y tan hermosa; recibí una nacionalidad que probablemente es la más dramática y la más divertida del planeta (es un alto honor ser  un desmadroso profesional); recibí la salud, que nos llena de luz y la enfermedad que trae mensajes desde la tiniebla; recibí una cabeza y un corazón, que rastrean tercamente los caminos de la felicidad; mi país me obsequió esa educación universitaria que hoy me permite ser gente entre la gente; recibí el amor que de tiempo en tiempo me permite disolver mi cuerpo en otro cuerpo y hace posible que mi espíritu vuele con cuatro alas; he sido regalado también con cuatro hijos que se han esforzado en darme una buena educación; reconozco igualmente el gratuito estímulo de unos cuantos enemigos que acicatean mi voluntad y mi imaginación (…)

Entre tantos regalos inmerecidos y que mueven a gratitud, Germán Dehesa se detiene en uno de ellos: la amistad.

“La amistad es lluvia de flores preciosas” dijeron los poetas tezcocanos. El resto de nuestra historia ha sido un constante aval de esta afirmación: en nuestro país de flores, la mejor flor, la más constante, la más lozana, ha sido la amistad. No en balde el español de México percibe como insuficiente la palabra “amigo” y en su habla cotidiana prefiere decir “cuate”. Cuate es una voz de origen náhuatl que significa hermano gemelo y así, entre nosotros, el amigo es un hermano, un semejante, un igual, un partícipe de nuestra sangre.

No cabe duda de que tenemos muchos motivos para estar agradecidos con Dios (podrán decir las personas de fe), la vida, la familia, los amigos, el país, las circunstancias, el azar, etc.

Por último, sería conveniente que aquellos que fueron picados por el bicho de la suficiencia no olvidaran lo señalado por Ramón Gómez de la Serna. Al oír que dice el bruto: “Yo solo me he hecho a mí mismo”, pensamos en lo mal escultor que ha sido.
                                                                                      

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