martes, 29 de enero de 2013

Con la prudencia más vale irse con prudencia

No es novedad, en la Grecia clásica ya lo tenían muy claro. Con las virtudes no hay que pasarse de rosca porque las cosas pueden terminar de muy mala manera. Tal vez este haya sido uno de los tantos motivos que dio lugar al dicho “todos los extremos son malos”.

Tomemos como ejemplo el caso de la prudencia.
 
La historia de las naciones que muchas veces se estudia a partir de las guerras entre liberales y conservadores, también puede analizarse en el antagonismo entre cobardes e imprudentes (con todos sus matices intermedios). Para el caso de México, Francisco Zarco -citado por Blanca Estela Treviño- daba cuenta de la escisión producida hacia 1850. “He aquí el motivo de división: por una parte una prudencia que los otros apellidaban cobardía, y de la otra una ansiedad de reformas que se llamaba imprudencia por sus adversarios.”
 
Una variante de lo anterior está dada por el caso de España a comienzos del siglo XX, cuando Jacinto Benavente identifica la rivalidad existente entre los atrevidos hombres de acción respecto a los temerosos y ociosos. Su perspectiva no es particularmente optimista.
 
¿Qué va a hacer ese hombre? ¿Ha visto usted qué atrevimiento? Y si alguien da con una idea original, todos se preguntarán: ¿De dónde la habrá copiado? Y cualquier atrevimiento parece desvergüenza, y cualquier resolución, osadía y falta de respeto. ¡Admirable país, en que sólo los holgazanes y los ociosos viven tranquilos y respetados!

Dejemos el ámbito de lo social y pasemos a lo personal.
 
Las conductas se vuelven imprudentes cuando las personas son capaces de decir o hacer algo en el momento menos recomendable y frente a quienes no corresponde. Existen diversos tipos de imprudentes. Por un lado quienes toman conciencia de su error y quedan sujetos a una suerte de cruda o resaca que los conduce a diversas formas de malestar si no es que de arrepentimiento. También está el caso de aquellos que jamás tomarán conciencia de su metida de pata y por más que los demás intenten hacérselo ver…, nomás no, no hay caso. Obviamente la ignorancia sobre la consecuencia de sus acciones los vuelve más felices con la contraparte de que no aprenderán nunca, por lo que tanto sus familiares como sus amigos deberán estar permanentemente en guardia para cubrirles la espalda cuando ello fuera necesario, procurando de esa manera que sus desaguisados no alcancen mayores dimensiones.
 
Asimismo, la prudencia tiene que ver con el arrojo o la mesura para emprender tales o cuales acciones y cuando ella se torna excesiva, aproxima a la persona a terrenos de inacción, de pérdida de oportunidades lo que frecuentemente está vinculado a la incapacidad de correr riesgos y también a la cobardía. En ocasiones esta actitud temerosa viene disfrazada de cordura (que a su vez es vecina de puerta de la prudencia) y siempre deja para mañana lo que no se tuvo la valentía de hacer hoy. El pronóstico no es bueno y Cavafis da cuenta de ello:
 
(...) Y piensa en cómo la Cordura le ha engañado;
y cómo se fiaba siempre de ella -¡qué locura!-,
de la mentirosa que decía:
“Mañana. Tienes mucho tiempo”.

Sus razones tendría el poeta Jaime Sabines, siempre Sabines, para definir a la prudencia como “(…) una puta vieja y flaca que baila, tentadora, delante de los ciegos.”

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