jueves, 24 de enero de 2013

Manifestaciones, marchas y plantones


La teoría dice que las izquierdas son más proclives a impulsarlas, las derechas a descalificarlas. Sin embargo hay momentos en que la brújula parece perder el norte: la derecha las impulsa (así ha acontecido con muchos caceroleos),  la izquierda las rechaza. Asimismo cambian las referencias cuando sectores identificados como progresistas dejan de ser oposición, se transforma en gobierno y proponen su reglamentación.
 
Todo inicia cuando un sector de la población se manifiesta al considerar que un justo reclamo o reivindicación no ha sido resuelto en forma conveniente por la autoridad competente y los cauces adecuados. Esta manifestación pública, al tiempo que otorga visibilidad al problema crea molestias a los automovilistas y enojo entre los comerciantes, que de esa forma demandarán la pronta intervención gubernamental, lo que a su vez conllevaría levantar el bloqueo o suspender la marcha. La ciudadanía por lo general divide sus opiniones entre quienes piden la acción represiva de las fuerzas de choque hasta aquellos que aspiran a la resolución negociada y no violenta del conflicto.
 
 
Hay momentos pico del calendario en que manifestaciones, marchas y plantones se multiplican, tal como acontece en períodos preelectorales o de discusión y asignación presupuestal. Ante ello hay medios que se hacen eco de versiones que suponen la existencia de gestores de manifestaciones, mercenarios del asfalto, que ponen precio tanto a la realización como a la supresión de movilizaciones, líderes que –en última instancia, lucran en beneficio personal o de sectores partidistas claramente identicados. El tema, de acuerdo a lo apuntado por Noel Clarasó para el caso de Estados Unidos, no es nuevo.
 
Se funda en Washington una sociedad de manifestantes (1967)
Por un precio razonable organiza actos de protesta ante la Casa Blanca. Estudiantes universitarios de Washington se han propuesto ayudar a los muchos conciudadanos que protestan por todo y contra todo, principalmente junto a la verja de la Casa Blanca.
Tres estudiantes bien dotados como organizadores, Silberman, Elias y Watson, han creado la sociedad «Proxi-Pickets», nombre que podría traducirse por “protestas por delegación” y han comenzado su campaña en busca de mercado con este aviso:
“Situada en la capital del país, Proxi-Pickets disfruta de la vecindad y fácil acceso a la Casa Blanca y al Capitolio, para las manifestaciones. Nuestro personal está bien organizado. Nos ocupamos también de todos los detalles, incluidos los trámites previos con la policía local”.
La idea se le ocurrió al actual presidente de la nueva sociedad, al retorno de una manifestación ante la Casa Blanca. El día era frío, desapacible, y pensó que a un tanto razonable por hora, cualquiera aceptaría ser sustituido por otro que le representara.
Los precios cambian según se trate de una simple manifestación silenciosa sin nada más, de manifestación con pancartas o de manifestación con gritos. Parece que en estas últimas, en el momento de firmar el contrato se establecen los textos y la frecuencia de los gritos.

 
Hay zonas especialmente valoradas por los manifestantes, por tanto quienes se ven obligados a transitar por ellas se convierten en principales damnificados. La colisión de intereses resultante no siempre deviene en lucha de clases; entre los perjudicados se encuentra el burócrata de alto nivel, el comerciante instalado, pero también el taxista (que tiene que juntar para su raya y que ve con desesperación el paso del tiempo con las consiguientes pérdidas ocasionadas), el organillero de crucero, la emergencia médica que no llega a destino, etc. Entre los comerciantes existen verdaderos expertos que a partir de una serie de variables (organizaciones convocantes, día de la semana, reivindicación de que se trate, correlación de fuerzas políticas, etc.) vaticinan con suma precisión  el nivel de violencia que puede llegar a tener una marcha. Ryszard Kapuscinski cita un ejemplo vivido en Teherán.
 
(...) En la misma calle (antes llevaba el nombre del sha Reza, ahora se llama Engelob) tiene su negocio de especias y frutos secos un armenio viejo. Como el interior de la tienda, ya de por sí pequeña, está repleto de trastos, el comerciante expone su mercancía en la calle, sobre la acera. (...) Frecuento el lugar no sólo para admirar la exposición colorista. El aspecto que cada día ofrece esta exposición es para mí, además, una fuente de información sobre lo que ocurrirá en el campo de la política. Pues la calle Engelob es el bulevar de los manifestantes. Si por la mañana no se exhibe en la acera el género, eso significa que el armenio se ha preparado para un día “caliente”: habrá manifestación.

 
No han faltado quienes proponen una solución que consideran salomónica: defensa del derecho a manifestarse y construcción de un lugar (especie de manifestódromo) o bien asignación de una zona fija autorizada para tales menesteres. Esto permitiría, según ellos, la defensa de los derechos y que no se ocasionaran daños a terceros. La alternativa está lejos de complacer a todas las partes porque precisamente, y tal como se ha señalado, los manifestantes requieren crear problemas para presionar la solución a su favor en una controversia planteada. Además surgen algunas cuestiones porque no queda claro quienes estarían obligados a concurrir a las tribunas del manifestódromo a escuchar discursos, leer pancartas y oír consignas: ¿los burócratas responsables del área relacionada con la queja?, ¿las personas que con su proceder ilegal originaron el conflicto?, ¿se crearía una nueva dependencia pública para tomar nota y dar seguimiento de los casos?

En fin, haciendo un símil con anuncios muy conocidos: “Disculpe las molestias que esto le ocasiona, ¡Democracias en construcción!” 

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