jueves, 14 de febrero de 2013

De los suplementos culturales a las páginas de sociales

Desde hace algún tiempo la separación entre ambas categorías se ha vuelto muy confusa. Existe un verdadero mercado cultural que se rige -¡faltaba más!- por los principios del consumismo y no sería raro que algunos escritores tengan a su servicio publicistas y asesores de imagen. Medios masivos, editoriales, críticos literarios, librerías y escritores suelen estar muy atentos al ranking de ventas; la competencia está en marcha. Gabriel Zaid se pregunta acerca de las bases que permite a la prensa elaborar el escalafón de escritores.
 
¿Cómo jerarquizan los periódicos a los autores? Por el espacio que les dedican los otros periódicos. Por su presencia en la radio y la televisión. Por los puestos que tienen, sobre todo en el aparato cultural. Por las solapas de los libros y los boletines de prensa. En los cielos de la buena prensa, lo que tiene resonancia sonará más (el ruido es noticia: genera ruido adicional), y lo que no hace ruido dejará de sonar (parece merecer el silencio).
 
Es tanta la presencia en los medios de ciertos autores que lo de menos es su obra, lo de más las circunstancias que rodean su vida. Y es allí en donde el periodismo cultural pierde su nombre; continúa Zaid

Pero, ¿dónde acontece la vida literaria sino en la página leída? De ese acontecimiento, casi no hay nada en las páginas culturales. No es noticia, no es chisme, no es imagen fotografiable. Además, toma tiempo. Es más rápido entrevistar a un escritor que leer sus libros. Hablar con él, grabarlo, fotografiarlo, es más interesante que pasarse horas, días y semanas leyéndolo. Publicar una entrevista es como invitar al público a las cenas íntimas de Establishment. Más aún, si el entrevistador logra colarse hasta las recámaras de lo inédito, con el periodismo Mata Hari: fingirle amor al entrevistado, hasta sacarle una declaración que lo hunda.
El periodismo cultural se ha vuelto una extensión del periodismo de espectáculos, y se administra en el mismo paquete: las soft news. Lo importante son los titulares, las fotos, las entrevistas y los chismes de las estrellas, para estar al día y tener de qué hablar como persona culta, sin necesidad de leer.
 
Difícil sabe que fue primero, si el huevo o la gallina. ¿Fue la existencia de un público interesado en los pormenores de la vida de los escritores el que determinó el surgimiento de un estilo de periodismo o fue éste último el que promovió a aquél? Mientras el tema se esclarece, vale la pena aludir a un tipo de entrevista que se ha hecho presente de un tiempo a esta parte. Con su ironía habitual es Jorge Ibargüengoitia quien lo caracteriza.

Claro que a algunos entrevistantes se les ocurren preguntas que nadie se hubiera atrevido, no a responder, sino a pensar que tuvieran respuesta. Como por ejemplo, en mi caso, una que ya varios me han hecho: ¿cuáles son los pasos que dio para alcanzar la espontaneidad?
Una señora me explicaba el otro día, al exponerle yo estas cuestiones, que una de las razones para entrevistar a escritores consistía en que a cierta clase de público le interesaba saber cómo eran ellos en la vida real. A esta clase de curiosidad se debe que ahora sepamos lo que dijo Borges al entrar en un mingitorio, acompañado de varias lumbreras; o bien, a qué horas le gustaba a Proust comer los huevos en salsa bechamel; o bien, que Hemingway escribía sus obras con lápiz y entre ocho y diez de la mañana.
Aunque esta clase de detalles se presta a la emulación, porque no ha de faltar un tonto que busque la inspiración en los huevos en salsa bechamel, hay que admitir que son infinitamente más interesantes que las preguntas que se refieren a la evolución estilística del entrevistado. "¿Cuáles son los autores que más han influido en su obra?" Éstos son asuntos que no le interesan ni al interesado.

Pero aún hay más. Las entrevistas ya no sólo son formuladas al escritor sino a personas de su ámbito familiar, de su círculo más íntimo. A ello también se refiere Ibargüengoitia
 
Una costumbre paralela a la de entrevistar escritores, pero más pintoresca y muy usada en los Estados Unidos, consiste en entrevistar a sus esposas. Se recomienda que en estos casos la entrevistante sea otra señora, para poder establecer una de esas relaciones denominadas "charlas de mujer a mujer". El resultado de estas entrevistas se puede intitular "El héroe en pantuflas".
La esposa del escritor suele aprovechar estas ocasiones para revelar al mundo cosas que su marido no se atrevería ni siquiera a sospechar. Como por ejemplo:
-A pesar de haber vivido con Alberto durante veinte años, todavía me asombra su curiosidad multifacética. Anoche, nada menos, cuando estaba quitándose los calcetines, me preguntó: "¿Cómo se llamaba aquel general que cruzó los Alpes en elefante?"
Esta clase de entrevistas está destinada, tarde o temprano, a tratar del platillo predilecto del escritor. "Le encanta el yogurt", confiesan algunas. O bien, otras: "El arroz a la mexicana con lechuga rebanada y un poco de cebollita".

Y si fuera tan solo cosa de entrevistas… pero en la actualidad tanto las escritoras como los escritores son demandados desde muy diversos frentes para: expresar sus opiniones sobre cualquier tema; integrar jurados; asistir a funciones benéficas; participar en desayunos, comidas y cenas de bienvenida y de despedida de funcionarios públicos así como de embajadores de diversos países; escribir prólogos; participar en programas televisivos, etc., etc. A todo ello Vicente Quirarte lo caracteriza como “el circo literario” que les exige ocupar su puesto “en la función del día”. “Al escritor no se le permite ser escritor. De él se espera además que profetice, dictamine, redima.”
 
Hay autores que parecen disfrutar de esta exposición mediática mientras que otros procuran por todos los medios huir de ella. Entre estos últimos hay casos emblemáticos como el de Juan Carlos Onetti y tantos otros. Vicente Quirarte cita el caso del escritor Edmund Wilson quien resolvió cortar por lo sano con aquel acoso social.

Fatigado de las constantes peticiones extraliterarias, Wilson lanzó la siguiente declaración de principios.
Edmund Wilson lamenta que le sea imposible:
1. Leer manuscritos
2. Escribir artículos o libros por encargo
3. Escribir prólogos o introducciones
4. Hacer declaraciones con fines publicitarios
5. Hacer cualquier clase de trabajo editorial
6. Ser jurado en concursos literarios
7. Conceder entrevistas
8. Coordinar cursos
9. Dictar conferencias
10. Dar pláticas o escribir discursos
11. Aparecer en programas radiofónicos o televisivos
12. Tomar parte en congresos de escritores
13. Responder cuestionarios
14. Participar en simposia o paneles de cualquier tipo
15. Donar ejemplares de sus libros a bibliotecas
16. Autografiar libros para extraños
17. Proporcionar información literaria sobre su persona
18. Proporcionar fotografías
19. Externar opiniones sobre temas literarios
20. O de otra índole

¿Así o más claro?

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