La plaza de profesor universitario es muy codiciada tanto por lo que hace
al prestigio académico que implica como por los ingresos (aun cuando magros en
la mayoría de los casos) y la estabilidad laboral que el cargo supone. Y aquí
también ocurre la ley de la oferta y la demanda ya que muy pocas son las
convocatorias que se abren. Esto en función de los recortes presupuestales a la educación por
una parte así como por las reformas en el régimen de retiro que establecen
topes en los montos jubilatorios. Es por ello que la mayoría de los docentes
prefieren seguir en su cargo aun teniendo edad como para retirarse (son los
otros ni-ni: ni trabajan, ni se
jubilan).
Así las cosas, hay circunstancias en que la lucha por los cargos asume
características épicas que incluyen sospechas de corrupción por amiguismo de los
concursantes con autoridades o comisiones dictaminadoras, por afinidades políticas,
religiosas, sindicales e incluso por relaciones de parentesco.
Bajo el falso supuesto de que todo tiempo pasado fue mejor, podría pensarse
que esta especie de lucha libre en las convocatorias es un fenómeno
contemporáneo. Nada más lejos de la realidad. En su libro Estudiantes, sopistas y pícaros J. García Mercadal nos informa de
lo que acontecía a este respecto en el pasado y a tal efecto cita al P. Alonso
Getino.
Principalmente la
elección de profesores, hecha por los estudiantes mismos, que votaban según el
número de cursos, daba margen a disgustos muy parecidos a los de nuestras
elecciones de diputados. Oposición hubo, y de ella conservamos nota curiosa, en
la que cayó al suelo un estudiante cosido a puñaladas por los del bando
opuesto. La Universidad pasaba por todo con tal de conservar emulación,
aplicación y ciencia en los maestros y doctores, que tenían que hacer alarde
muchas semanas de su saber ante el tribunal de la grey escolar. Las previsiones
que tomó para evitar sobornos, amenazas, influencias y trampas de mil formas,
eran insuficientes.
De acuerdo con el testimonio del P. Alonso Getino las confrontaciones no
sólo eran a título personal sino de las diversas órdenes y congregaciones que
entraban en pugna para cubrir las vacantes.
Las oposiciones más terribles eran, por regla general,
las de los religiosos, que convertían a veces las luchas personales en luchas
de corporación, que aunque no lidiaban por el afán del lucro, lidiaban por
conservar el crédito de colectividades de abolengo glorioso. Los Estatutos les prohibían matricular
estudiantes que no vivieran en los colegios de Salamanca, traerlos en tiempo de
la vacatura, traer predicadores famosos o frailes influyentes durante la
oposición, y hasta se prohibió a los opositores salir de sus conventos a casas
de estudiantes y aun hablarles. Pero lo que ellos no hacían, no faltaba en
ocasiones quien lo hiciese.
Figuras destacadas como la de Fray Luis de León no quedaron al margen de
dichas disputas, tal como lo señala García Mercadal.
(…) Como ocurrió en la oposición entre Fray Luis de León
y el Rector del Colegio de la Merced, Fray Francisco Zumel, para la cátedra de
Filosofía moral, en la que éste acusó al poeta de haber quebrantado la clausura
y salido de su casa para hacer visitas particulares; de haber sobornado a
muchas y diversas personas con dineros, dádivas, amenazas y persuasiones; de
haber dado dinero a muchos estudiantes para que no se marcharan y comiesen a su
costa durante el tiempo de la vacatura; de haber traído de León a un pariente
suyo influyente, el cual daba comidas, colaciones y dinero para sobornar a los
convidados y gratificarlos a favor de su deudo; de haber enviado gentes a
palear a su competidor y denunciante, etc., etc. La mayoría de los cargos no se
pudieron confirmar, y el poeta ganó la cátedra por setenta y nueve votos.
También en la segunda oposición de Fray Luis, en 1579, a
la cátedra de Biblia, que le disputaba Fray Domingo de Guzmán, hijo del poeta
Garcilaso de la Vega, la lucha revisitó formas destempladas, pleiteándose
durante dos años sobre la legitimidad de un voto decisivo, no comprobándose su
ilegalidad hasta diez años más tarde, cuando ambos opositores llevaban largo
tiempo de haber muerto.
Los intentos por -como diríamos hoy- hacer más transparente el proceso de
elección fracasaron rotundamente. De acuerdo a lo que afirma García Mercadal
aquí también se aplicó el célebre “se acata pero no se cumple”. “Esto a pesar
de que ya desde 1494 (18 de octubre) los Reyes Católicos dictan una pragmática ‘para
que no haya sobornos, ni promesas en el
votar las cátedras de Salamanca, ni impidan que cada uno vote libremente’, pero
los sobornos continuaron durante todo el siglo XVI.”
Actualmente hay quien se sorprende del atrevimiento por parte de estudiantes
que exigen espacios de participación en la designación de sus docentes. Sin
embargo es posible observar que ello viene de larga data, así como las polémicas
respecto a la conveniencia de tal participación. García Mercadal se refiere a
ello.
Hasta dióse el caso, en julio de 1513, que, vacante una
cátedra de Gramática, donde los Estatutos imponían como texto el Arte de Antonio de Nebrija, se presentó
a opositarla el propio Nebrija, y los estudiantes favorecieron a su
contrincante, un rapaz castellano.
El sistema del sufragio escolar para votar las cátedras,
que debió ser motivo a que se obtuviesen resultados imparciales, tradújose, por
el contrario, en ocasión de sobornos y trampas. Además de lo que hemos visto le
ocurrió a Nebrija, podemos citar un diálogo entablado entre Lucio Marineo y
Arias Barbosa; como aquél se extrañase de que hubiera dejado el segundo la
cátedra de Retórica para opositar a una de Gramática, inferior en categoría,
exponiéndose además a sufrir una derrota de los estudiantes, que se vendían por
castañas. Arias Barbosa le contestó: “No sólo se venden por castañas, sino
hasta por bellotas”.
El profesor García Boiza deja en claro que los procedimientos para
beneficiar a alguno de los postulantes llegaron incluso al secuestro de partidarios
del otro contrincante. “El profesor García Boiza nos refiere los medios de que
se valió en 1559 el doctor Cubillas para alcanzar la cátedra de prima de
Medicina que tuvo hasta su muerte el doctor Francisco de Cartagena, trayendo a
votar médicos rurales, mientras un cuñado suyo tenía encerrados en una bodega a
varios estudiantes que debían votar en contra.” No faltó el caso que ante la
escasa calificación de los aspirantes, se optara por la designación directa. “Tan
poca confianza había en los que intervenían en las oposiciones, que en este
mismo caso, para dar los piques en el libro de Avicena, se llamó a un aldeano
que a la sazón pasaba por la calle pregonando su mercancía.”
Nada nuevo bajo el sol.
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