Una posible clasificación de
los oficios tiene que ver con el uso del metro. Hay muchas ocupaciones para las
que se vuelve un elemento de trabajo indispensable: albañiles, vendedores de
telas así como quienes hacen mudanzas o tienen a su cargo el envío de paquetes
se encuentran entre quienes de él dependen para poder realizar en buena forma su
trabajo.
Por lo general el uso del
metro no es valorado como prueba de la superioridad de estas ocupaciones,
aunque hay excepciones como la que narra Pío Baroja
Hace
tiempo trabajaba en mi casa un carpintero madrileño, llamado Joaquín, que vivía
en la calle de Magallanes, cerca de los cementerios abandonados próximos a la Dehesa de la Villa. (…) Un día Joaquín,
en una obra, estaba discutiendo con unos cuantos cocineros, pinches, pasteleros
y confiteros acerca de la superioridad de unas profesiones sobre otras, y el
carpintero, en el caos de la discusión dijo:
-A
mí un oficio en el que no se emplea metro, no me parece oficio ni ná.
Los sastres también dependen
del metro para desempeñar su labor y lo traen consigo permanentemente con la
misma diligencia que los médicos al estetoscopio. George Bernard Shaw advierte
en ello una muestra de sensatez.
(…) Yo
era ya una nueva persona, y los que conocían la antigua se reían de mí. El
único hombre que se portó sensatamente fue mi sastre: cada vez que me veía me
tomaba las medidas, mientras que los demás siguieron usando las viejas (…)
Sin embargo, y contra lo que
podría pensarse, no todos los sastres consideran que necesitan de la cinta
métrica para la confección de sus prendas. Tal fue el caso del padre de los
hermanos Marx y es Groucho quien da cuenta de ello.
Mi
papi era sastre y a veces ganaba hasta 18 dólares a la semana. Pero no era un
sastre corriente. Su récord de sastre más inepto que Yorkville ha llegado a
producir no ha sido nunca superado. Esta fama podía llegar incluso hasta algún
lugar de Brooklyn o del Bronx. (…)
Era
el único sastre del que he oído hablar que rehusara emplear la cinta métrica.
Una cinta métrica estaba muy bien para un enterrador, sostenía él, pero no para
un sastre que tenía la vista infalible de un águila. Insistía en que una cinta
métrica era pura fanfarronería y un absurdo completo, añadiendo que si un
sastre tenía que medir a un hombre, no tenía gran cosa de sastre. Papi
alardeaba de que podía medir a un hombre con sólo mirarlo, y hacerle un traje
perfecto. (…)
Nuestro
vecindario estaba lleno de clientes de papi. Era fácil reconocerlos por la
calle, porque todos andaban con una pierna del pantalón más larga que la otra,
una manga más corta que la otra o con el cuello del abrigo indeciso acerca del
lugar donde debía apoyarse.
Si por aquellos entonces el
uso de prendas asimétricas hubiese devenido en moda el final de la historia
sería muy distinto, pero tal cosa no aconteció.
El
resultado inevitable era que mi padre nunca tenía dos veces el mismo cliente.
Esto significaba que constantemente tenía que estar a la búsqueda de nuevas
víctimas y, a medida que nuestro barrio se iba poblando de personas ataviadas
con trajes que no les sentaban bien, tenía que buscar sectores donde su
reputación no le hubiera precedido. Su campo de actividades era amplio:
Hoboken, Passaic, Nyack y más lejos. A medida que crecía su reputación, se veía
obligado a alejarse más y más de su base para cazar nuevas víctimas. Muchas
semanas, sus gastos de desplazamiento eran mayores que sus ingresos.
Es posible concluir que hay
ocasiones en que la vida se torna ingrata con quienes rebelándose contra las
normas de su oficio aportan un poco de originalidad en sus diseños.
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