martes, 26 de marzo de 2013

De sastres y medidas


Una posible clasificación de los oficios tiene que ver con el uso del metro. Hay muchas ocupaciones para las que se vuelve un elemento de trabajo indispensable: albañiles, vendedores de telas así como quienes hacen mudanzas o tienen a su cargo el envío de paquetes se encuentran entre quienes de él dependen para poder realizar en buena forma su trabajo.

Por lo general el uso del metro no es valorado como prueba de la superioridad de estas ocupaciones, aunque hay excepciones como la que narra Pío Baroja

Hace tiempo trabajaba en mi casa un carpintero madrileño, llamado Joaquín, que vivía en la calle de Magallanes, cerca de los cementerios abandonados próximos a la Dehesa de la Villa. (…) Un día Joaquín, en una obra, estaba discutiendo con unos cuantos cocineros, pinches, pasteleros y confiteros acerca de la superioridad de unas profesiones sobre otras, y el carpintero, en el caos de la discusión dijo:
-A mí un oficio en el que no se emplea metro, no me parece oficio ni .

Los sastres también dependen del metro para desempeñar su labor y lo traen consigo permanentemente con la misma diligencia que los médicos al estetoscopio. George Bernard Shaw advierte en ello una muestra de sensatez.

(…) Yo era ya una nueva persona, y los que conocían la antigua se reían de mí. El único hombre que se portó sensatamente fue mi sastre: cada vez que me veía me tomaba las medidas, mientras que los demás siguieron usando las viejas (…)

Sin embargo, y contra lo que podría pensarse, no todos los sastres consideran que necesitan de la cinta métrica para la confección de sus prendas. Tal fue el caso del padre de los hermanos Marx y es Groucho quien da cuenta de ello.

Mi papi era sastre y a veces ganaba hasta 18 dólares a la semana. Pero no era un sastre corriente. Su récord de sastre más inepto que Yorkville ha llegado a producir no ha sido nunca superado. Esta fama podía llegar incluso hasta algún lugar de Brooklyn o del Bronx. (…)
Era el único sastre del que he oído hablar que rehusara emplear la cinta métrica. Una cinta métrica estaba muy bien para un enterrador, sostenía él, pero no para un sastre que tenía la vista infalible de un águila. Insistía en que una cinta métrica era pura fanfarronería y un absurdo completo, añadiendo que si un sastre tenía que medir a un hombre, no tenía gran cosa de sastre. Papi alardeaba de que podía medir a un hombre con sólo mirarlo, y hacerle un traje perfecto. (…)
Nuestro vecindario estaba lleno de clientes de papi. Era fácil reconocerlos por la calle, porque todos andaban con una pierna del pantalón más larga que la otra, una manga más corta que la otra o con el cuello del abrigo indeciso acerca del lugar donde debía apoyarse.

Si por aquellos entonces el uso de prendas asimétricas hubiese devenido en moda el final de la historia sería muy distinto, pero tal cosa no aconteció.

El resultado inevitable era que mi padre nunca tenía dos veces el mismo cliente. Esto significaba que constantemente tenía que estar a la búsqueda de nuevas víctimas y, a medida que nuestro barrio se iba poblando de personas ataviadas con trajes que no les sentaban bien, tenía que buscar sectores donde su reputación no le hubiera precedido. Su campo de actividades era amplio: Hoboken, Passaic, Nyack y más lejos. A medida que crecía su reputación, se veía obligado a alejarse más y más de su base para cazar nuevas víctimas. Muchas semanas, sus gastos de desplazamiento eran mayores que sus ingresos.

Es posible concluir que hay ocasiones en que la vida se torna ingrata con quienes rebelándose contra las normas de su oficio aportan un poco de originalidad en sus diseños.

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