Los conflictos (ya sean étnicos, nacionales, religiosos)
suelen ser vistos con una mirada maniquea en la que los otros son los malos-malísimos
mientras que uno forma parte del bando de los buenos-buenísimos.
La solución que se desprende de ello es muy sencilla:
acabando con los otros se termina el problema. Y colorín colorado, este cuento
se ha acabado. En este escenario no es extraño que quien proponga una mirada
más compleja y menos parcial, sea identificado como traidor, mal nacido, vende
patria y otras lindezas por el estilo. Amos Oz en Contra el fanatismo (Madrid, Siruela, 2003) comenta lo que sucedió
a un amigo.
Un querido amigo y colega mío,
el maravilloso novelista israelí Sammy Michael, tuvo una vez la experiencia,
que de vez en cuando tenemos todos, de ir en taxi durante largo rato por la
ciudad con un conductor que le iba dando
la típica conferencia sobre lo importante que es para nosotros, los judíos,
matar a todos los árabes. Sammy le escuchaba y, en lugar de gritarle: “¡Qué hombre
tan terrible es usted! ¿Es usted nazi o fascista?”, decidió tomárselo de otra
forma y le preguntó: “¿Y quién cree usted que debería matar a todos los
árabes?”. El taxista dijo: “¿Qué quiere decir? ¡Nosotros! ¡Los judíos
israelíes! ¡Debemos hacerlo! No hay otra elección. ¡Y si no mire lo que nos
están haciendo todos los días!”. “¿Pero quién piensa usted exactamente que
debería llevar a cabo el trabajo? ¿La policía? ¿O tal vez el ejército? ¿El
cuerpo de bomberos o equipos médicos? ¿Quién debería hacer el trabajo?”. El
taxista se rascó la cabeza y dijo: “Pienso que deberíamos dividirlo a partes
iguales entre cada uno de nosotros, cada uno de nosotros debería matar a
algunos”. Y Sammy Michael, todavía con el mismo juego, dijo: “De acuerdo.
Suponga que a usted le toca cierto barrio residencial de su ciudad natal en
Haifa y llama usted a cada puerta o toca el timbre y dice: “Disculpe, señor, o
disculpe, señora. ¿No será usted árabe por casualidad?”. Y si la respuesta es
afirmativa le dispara. Luego termina con su barrio y se dispone a irse a casa,
pero al hacerlo –dijo Sammy al taxista- oye en alguna parte del cuarto piso del
bloque llorar a un recién nacido. ¿Volvería para disparar al recién nacido? ¿Sí
o no?”. Se produjo un momento de silencio y el taxista le dijo a Sammy: “Sabe,
es usted un hombre muy cruel”.
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