Aun
no ha sido suficientemente valorada la importancia que tiene hacer cola en
tanto aprendizaje básico en el marco de una sociedad democrática.
Y
es que desde hace mucho tiempo (difícil precisar cuánto) hacer cola forma parte
de las rutinas ciudadanas. Una de esas tantas situaciones a las que estamos
acostumbrados pero cuya institucionalización fue resultado de un largo proceso
y de la lucha de una serie de héroes anónimos dispuestos a defender sus
derechos ante la prepotencia y el avasallamiento. Isidro Más de Ayala
reflexiona sobre el punto.
Como una necesidad de la vida colectiva, hecha sobre la base del mutuo
respeto, y para que frente a las ventanillas y entradas las gentes no se
magullen, destrozándose la ropa y arrancándose los botones, surgió la cola.
Es ésta una convención en la cual cada recién llegado renuncia al empleo de su
fuerza para -armándose de paciencia y docilidad- esperar su turno, como si no
pudiera o no deseara abrirse camino por su solo empuje personal. Así, el fuerte
y poderoso forma en la cola a la par del débil, del niño y del anciano. No hay
otro derecho que el orden de llegada. (…)
Cuando se ve, en una ciudad, largas, muy largas
colas a la intemperie para tomar un ómnibus, sacar una localidad en un
espectáculo, para hablar en el teléfono público, para tener sitio en un restaurante
y aun para más menudas necesidades, se comprende qué escuelas de disciplina -esto
es, de dominio paciente de la voluntad y limado y pulido de los impulsos-
significan las colas.
Por supuesto que no es nada fácil resignarse a hacer cola (formarse o
hacer fila, como también se le llama) cuando no se está habituado a ello. De
esto saben mucho las educadoras que deben enseñar a niños muy pequeños y por lo
general con aspiraciones de hijo único (o más difícil aún: de ser el primero en
todo) a hacer cola para poder lanzarse por el tobogán o la resbaladilla. A
tales efectos también colaboran los juegos de las plazas públicas y en donde el
entretenimiento se une al entrenamiento. Tal como se podría esperar, en estos
espacios de aprendizaje y convivencia no siempre predomina la armonía sino que
también se presentan confrontaciones de grandes dimensiones épicas ante las que
los adultos desempeñan papeles de mediadores al procurar la resolución no
violenta de los conflictos.
Según Más de Ayala "las colas domestican al hombre: le vuelven
dócil, le enseñan a esperar su turno, a dominar su impaciencia, a respetar el
derecho ajeno”. Y es que en la cola también se cumple aquello (que algunos
atribuyen a Kant y otros a Benito Juárez) de que “el respeto al derecho ajeno
es la paz”. Muestra de ello es que el buen ambiente se quebranta cuando alguien
pretende incorporarse a la fila de mala manera. En ese caso las denuncias,
gritos y abucheos no se hacen esperar, de tal manera que por lo general el
“colado” opta por batirse en retirada, aunque también existe la especie de
descarados a quienes todas las manifestaciones en su contra los tienen muy sin
cuidado mientras permanecen con rostro impertérrito en el lugar usurpado.
Hay que precisar que existen colas de muy diverso tipo: la formada por
quienes tienen esperanza de que en algún momento lograrán su cometido pero
también las integradas por aquellos que anticipan que su esfuerzo será vano
porque llegarán a la taquilla o boletería luego de que se cuelgue el cartel de
“localidades agotadas” o porque el producto esperado no llegará jamás a su mano
(lo que acontece con frecuencia en tiempos de escasez o racionamiento). También
hay colas con formación muy ordenada que son las que se observa en la mayoría
de los casos, pero también están aquellas que mantienen un aparente desorden y
anarquía aun cuando en realidad se orientan por criterios muy estructurados y
de total respeto al orden de llegada. Esto acontece en Cuba, donde son toda una
institución y hasta adquieren aire de solemnidad aun cuando no se hace cola en sentido estricto. Sucede que al
llegar se pregunta “¿último?” y varios son los que señalan al unísono a la
persona indicada. A partir de allí uno permanece en cualquier lugar pero sin
dejar de guiarse con la persona que le antecede y que será su referencia para
el momento en que le esté llegando el turno.
Tener que hacer cola produce alergia en los aristócratas porque
piensan que ello no está a la altura de sus merecimientos. Es por ello que envían
a sus sirvientes para que cumplan con tales menesteres; pocas escenas más
lastimosas para ellos (para los aristócratas, no para sus sirvientes) cuando
luego de un movimiento social de consideración no les queda otra más que ir a
formarse. A la molestia compartida con casi todos (cabe aclarar que son pocas
pero existen personas que disfrutan mucho en la cola y la consideran parte de
sus entretenimientos) agregan un profundo sentimiento de vergüenza.
Y no se crea que los sectores populares siempre están contentos con
las colas aun cuando su existencia revele mejorías. Se cuenta que en la Nicaragua sandinista una
señora se quejaba que las
autoridades revolucionarias habían racionado la carne que solamente podían
comer los miércoles luego de hacer una cola larguísima. Al ser consultada
acerca de si antes comía mucha carne, su respuesta fue: “No, de ninguna manera,
era imposible comer carne”. Antes no estaba racionada, pero era inaccesible.
Por otra parte las colas son un buen lugar para
tomar el pulso al sentir ciudadano porque allí se expresan descontentos, se
comparten alegrías, aparece la consideración (con denuestos o elogios) en que
se tiene a diversas figuras públicas, se esparcen rumores, etc.
Con estas breves consideraciones queda de manifiesto el aporte
realizado por las colas para la construcción de la democracia y la ciudadanía.
Llegará el momento de reconocerlo públicamente. Deudas son deudas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario