No
tengo claro cuáles son las razones por las que el regateo forma parte de la
dinámica comercial de ciertos países mientras resulta totalmente ajeno a otros.
Debe haber explicaciones para ello. Lo cierto es que el tránsito de una a otra
zona no es nada sencillo: quien llega de visita a un país regateador termina
pagando de más debido a su falta de experiencia mientras que quien arriba a uno
en que esa práctica no es usual, puede percibir una conducta muy antipática en
los marchantes combinada con su aparente falta de interés en vender.
En México el regateo vive a sus anchas ya que
-como es frecuente decir hoy en día- lo lleva en su ADN porque tal como lo
señala Joaquín Antonio Peñalosa
No
podemos comprar sin regatear. Sólo hay alguien que aventaja al mexicano en la
lucha campal del regateo, es la mexicana.
El
comerciante señala el precio de la camisa: cien pesos. El cliente suspira:
ochenta. Entre esos límites se establece el forcejeo a cuerpo limpio. A ver
quién vence a quién. Argumentos van y vienen. Súplicas, ejemplos, historia tristes,
teorías económicas, todo es válido en el juego, menos perder. No importa que a
uno le hayan rebajado diez centavos. Cualquier rebaja es buena, porque permite
al mexicano salir de la tienda con una sensación de triunfo. Fíjate que me
rebajaron diez pesos en la compra.
Añade
Peñalosa que con el sólo nombre puesto a su tienda, hubo quienes revelaron sus escasos
atributos para el comercio.
En
San Luis Potosí, existió una tienda que nunca vendía nada, aunque exhibía
lindas telas y preciosos brocados. A las muchachas que pasaban por ahí, se les
hacía agua la boca. Pero no se atrevían a entrar. Por la sencilla razón de que
la tienda se llamaba "El precio fijo". Pero si es lo que odia el mexicano.
Si los dueños de la tienda, con un grano de psicología y mercadotecnia, le
hubieran puesto "El precio variable", no hubieran quebrado como
quebraron. Estrepitosamente.
Concluye
Peñalosa que “el precio fijo va contra la esencia misma del comprador mexicano,
que es el regateo. Sin regateo naufraga hasta la alianza para la producción, el
sistema de solidaridad y el tratado de libre comercio”.
De
lo folclórico pasaremos sin anestesia a lo doloroso.
Ermilo
Abreu Gómez rememora los días de su infancia. “Elodia era una india que mis
padres compraron, no muy cara, en la
Casa de Cuna, de México, cuando hicieron su viaje de bodas.
Pagaron por ella veinte reales, más los timbres del fisco. Hubo regateo. Era la
que zurcía y remendaba la ropa.” Así, es muy probable que también exista el
regateo en transacciones delictuosas que forman parte de ese sector creciente
que cae en el ámbito de lo que actualmente se conoce como delincuencia
organizada.
Mala
cosa cuando una sociedad no se organiza en la defensa de condiciones de vida
dignas en particular para los más necesitados. Ojalá que nos encontremos en
proceso de comprender que toda persona tiene derechos y que ello no admite
regateos de ningún tipo. Además de entenderlo debemos actuar en consecuencia.
Así
sea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario