Sabido es que son muchos los políticos que hablan y no
expresan. O que luego, y por sistema, afirman que no quisieron decir aquello
que dijeron. Tan es así que en algunos países se ha institucionalizado la
figura del portavoz o del vocero oficial que deviene en traductor oficial. Es
muy conocida la frase: “lo que el presidente quiso decir fue…”
Existen políticos a quienes se les da naturalmente este
confuso lenguaje mientras que otros debieron aprenderlo ya que forma parte del
oficio. Hay especialistas dedicados a preparar a los poderosos en lo que deben
decir y lo que deberán callar mediante diversas técnicas, entre ellas la de
escenificar ruedas de prensa con periodistas “difíciles”.
Más allá de las peculiaridades de cada quien, existen
lineamientos generales que rigen el discurso político. Ello ha sido analizado
por diversos autores, como es el caso de Álex Grijelmo.
El lenguaje político se especializa en
desviar el tiro. Como no existen el paro o el desempleo, se lucha contra la
tasa del paro o el dato del desempleo. Se lucha contra la tasa de delincuencia,
contra el saldo migratorio, contra el índice de precios. (…) Si no se
explicitan estos términos no se debe a la casualidad. Los políticos en el poder
no quieren que por nuestras mentes pasen conceptos como delincuencia, pobreza o
gente sin trabajo. Y si algún país sufre hambre (en muchos hispanohablantes la
hay), no faltará mucho para que sus políticos hablen de «la tasa de
alimentación». Suena más rico.
Hay economistas que no se quedan atrás en esto del lenguaje
(des)figurado al conducirse con una serie de conceptos imposibles de validar en
la realidad. Nuevamente Álex Grijelmo profundiza en el tema.
Parece difícil resignarse a no crecer.
El crecimiento de cualquiera de nuestras posesiones forma parte de las ideas positivas.
Han de crecer los niños, los músculos, el busto, nuestro negocio y, por
supuesto, también la economía. Pero éste parece el caso más trascendental,
porque incluso cuando la economía no crece decimos que ha crecido: porque «ha
crecido cero».
El eufemismo que entraña el «crecimiento
cero» consigue unir un concepto positivo (crecimiento)
con otro negativo (el no-crecimiento),
para neutralizar el efecto de éste (y además se acude a un número que no es
negativo exactamente: el cero).
Los economistas y los políticos se las
arreglan muy bien para contentarnos incluso cuando la economía decrece, porque
entonces hablan de «crecimiento negativo».
Veamos el lado bueno, porque es de
agradecer que la gente de ciencias haya sabido escoger tan bien las letras,
aunque sea para esconder los números.
Si todo fuera cuestión de palabras no habría mayor
dificultad, el problema está en que las realidades son muy tercas a la hora de
confrontar el discurso. Así, son muchos quienes no se dejan vencer por el
palabrerío y dan primacía a lo que viven u observan por encima de lo que
sostienen los discursos. Un ejemplo de ello lo da Clarice Lispector.
No puedo. No puedo pensar en la escena
que visualicé y que es real. El hijo está de noche dolorido por el hambre y le
dice a su madre: tengo hambre, mamá. Ella le responde con dulzura: duerme. Él
dice: pero estoy con hambre. Ella insiste: duerme. Él insiste. Ella grita
dolorida: ¡duerme, niño molesto! Los dos se quedan en silencio en la oscuridad,
inmóviles. ¿Estará dormido? –piensa ella despierta. Y él está demasiado
amedrentado para quejarse. En la negra noche los dos están despiertos. Hasta
que, por dolor y cansancio, ambos dormitan, en el nido de la resignación.
Ante escenas como estas no hay lugar para los eufemismos
por lo que la conclusión de Lispector es contundente. “Y yo no soporto la
resignación. Ay, cómo devoro con hambre el placer de la revuelta.” Al hacer
propio el dolor de los otros surgen estos testimonios que son rápidamente descalificados
desde las diversas esferas del poder; a ello se refería Mons. Helder Cámara: “Si
le doy comida a los pobres dicen que soy un santo, pero si pregunto por qué
están en esa situación, afirman que soy comunista”.
Aún cuando por todos lados suenan las alarmas sociales,
hay quienes desde el poder siguen pensando -lo que ha sido atribuido a diversos
autores- que “si la realidad no coincide con mis palabras, malo para la
realidad…”
Por algo estamos como estamos.
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