Durante mucho tiempo la muerte de una
persona se daba a conocer a través de la comunicación directa entre familiares
y conocidos. Luego fue por medio de los pregoneros, pioneros de los profesionales
de la comunicación, que gritaban las noticias que incumbían a la comunidad.
Asimismo el toque de campanas tiene, entre muchas otras, la función de comunicar
las noticias luctuosas así como la proximidad de la muerte, cuando todavía no es, pero ya estuvo que fue.
Francisco Padrón alude a estos toques que se conocen como agonías. “El ritmo
lento y melancólico de los sonidos del bronce impregna el ambiente (provinciano)
de tristeza, y la noticia de lo irremediable corre de boca en boca, como
reguero de pólvora.” A estos casos se
refieren algunos dichos populares como por ejemplo “tiene un pie en el estribo”,
“a punto de esquela”, “ya huele a café” (esto por la costumbre de consumir café
en los velorios).
Por su parte Alberto Barranco sostiene
que cuando las campanas doblaban a muerte en tiempos de la Colonia sus toques
eran regidos por estrictas ordenanzas que, como no podía ser otra manera,
respetaban jerarquía y posición social.
(...) las campanas
doblaban a muerte, digo cuando se trataba de un vecino importante, pero no
principal, tres veces: la primera al impacto de la nueva en el barrio; la
segunda al salir el cura y los acólitos en procesión por el féretro, y la
tercera al darle cristiana sepultura al difunto.
Más allá, se daban
100 tañidos de la campana mayor de Catedral, seguidos por tres golpes dobles de
las mayores y menores, secundadas luego por el sonido de todas las de las
parroquias, capillas, hospitales y escuelas religiosas, cuando el muerto era el
virrey.
El rito duraba
nueve días: media hora a las 12; media hora a las tres.
Con el paso del tiempo, y seguramente
siguiendo lo que acontecía en otro lugares, surgió la iniciativa de repartir
invitaciones para que las personas concurrieran a las honras fúnebres; de ello
da cuenta Alejandro Rosas.
En apariencia, la
idea no era nada atractiva. Sin embargo, analizándola con calma, era buena y el
negocio podía ser sumamente rentable: finalmente muertos siempre habría. El
Diario de México, en su edición del día 31 de octubre de 1807, propuso la
idea de repartir invitaciones para asistir a las honras fúnebres de algún
fallecido. Como si fuera una fiesta, una boda o un bautizo, los deudos hacían
del conocimiento de familiares y amigos el deceso de alguna persona, esperando
su asistencia al entierro. El machote de la invitación era inmejorable: “Muy
señores míos, de mi mayor veneración y respeto. La divina majestad de nuestro
redentor Jesucristo, se ha servido de llevarle el alma, a (aquí iba el nombre
del difunto), el cual es cadáver, y para darle sepulcro a su cuerpo he de
merecer de ustedes su asistencia que así espero lograrla en el día de mañana a
las nueve del día que contaremos, a once del corriente. Celebro esta ocasión
pues me franquea la de lograr sus asistencias y deseándoles la más perfecta
salud y que la divina Majestad de nuestro señor Jesucristo se las facilite
innumerables años”.
A medida que los periódicos
incrementaron su importancia comenzó a hacerse más frecuente la publicación de
necrológicas. Como todo, en sus inicios debieron hacer frente a las
resistencias que se presentaron; a ello se refiere Eulalio Ferrer estudioso del
tema y gran conocedor de las diversas formas de comunicación.
Las necrologías fueron
pocas e irregulares a lo largo del siglo XVIII y principios del XIX. ¿La razón?
La alta sociedad no veía con buenos ojos la publicación de avisos de defunción
en los periódicos. Los consideraba una vulgarización de la muerte. Pero,
¿quiénes fueron los primeros individuos que se atrevieron a publicar un aviso
mortuorio en la prensa, exponiendo el nombre del difunto a la vista de todos, a
merced de la crítica y las habladurías? La respuesta la recoge Antonio
Belmonte: los burgueses. Sedientos de encontrar un espacio para publicitarse y
legitimarse como clase social, buscaron inconscientemente un medio a través del
cual pudiesen adquirir un rostro propio, esto es, un lugar en su respectiva
historia. Irregulares, escuetos, sin la riqueza verbal ni gráfica de las
esquelas de convite, los primeros avisos de defunción fueron incongruentes y
erráticos, con faltas de redacción y no pocos barbarismos, escritos
directamente por comerciantes y burgueses que no lograban sacudirse un posible
pasado analfabeto.
Los avisos de
defunción llegaron a los diarios de Londres a principios del siglo XVIII,
instalándose en las publicaciones de acusado carácter comercial (como el City
Mercury, Daily Advertiser, The Public Adviser, etc.), con las
modificaciones indispensables para hacerlos coincidir con el estilo de vida de
los devotos anglicanos. De tal suerte que en el Reino Unido los avisos de
defunción sintonizaron bien con el sentir anglicano, austero y reservado, al
disponer el nombre de los muertos en un tapiz igualitario, con los apellidos
acomodados en estricto orden alfabético como única guía de identificación.
El estilo de las notas necrológicas
tiene que ver con el tiempo y con el espacio. Claro que, como dice Jorge
Ibargüengoitia refiriéndose al caso de México, la necrología está reservada a
los sectores sociales privilegiados porque por lo general los pobres se van a
la tumba sin derramar una gota de tinta, a menos de que su muerte sea en
circunstancias violentas, misteriosas o molestas. Subraya Ibargüengoitia que
las notas necrológicas se han estandarizado y manifiestan una gran pobreza de
estilo.
Sin embargo, hay
que admitir que el estilo necrológico se está esclerotizando y que el género se
ha empobrecido tanto que se puede establecer un patrón con el que concuerdan el
noventa y nueve por ciento de las noticias de esta índole. Es más o menos así:
el personaje murió confortado con una cantidad de auxilios espirituales que
hubieran bastado para salvar las almas de diez viciosos, y toda la parentela
-aquí se dicen los grados- participan a usted con profundo dolor.
Si el personaje es
algún millonario extranjero, se pone, después del nombre del difunto,
"natural de Villacordero, Extremadura (España)", y después de la
palabra "hermanos", se agrega la de "ausentes", entre
paréntesis. Como puede verse, es muy sencillo.
Muy sencillo y muy
poco interesante. Si no conocimos en vida al personaje, nos enteramos de que
murió en olor de santidad, que es cuestión que a nadie le importa. No nos
enteramos ni qué significó su vida, ni qué es lo que significa su muerte.
Nadie se atreve a
soltarse el pelo y hacer en la necrología un juicio certero y contundente del
difunto: "después de hacerles de cuadritos la vida a toda su familia,
murió por fin el señor don Fulano de Tal". O hacer un boceto de su
temperamento: "era terco, contaba cuentos colorados y dejó en la calle a
varios socios”. O cuando menos describir alguna de sus costumbres
características: “vivió convencido de que levantarse a las cinco de la mañana y
bañarse en agua helada era una costumbre saludable. Murió de pulmonía”.
Por su parte Joaquín Antonio Peñalosa
continúa esta línea de análisis y se detiene en el ya clásico “y demás
parientes”.
Las esquelas (...)
siempre dicen lo mismo, las mismas palabras, los mismos sustantivos, adjetivos
y verbos; la redacción jamás varía, salvo el nombre y la edad del difunto.
Todas la viudas se quedan inconsolables y todos los mexicanos se van
sacramentados, hasta los que no reciben ningún sacramento, porque se les
ocurrió cortarse la coleta sin previo aviso, doblar los remos sin decir pío,
cerrar las persianas sin testigos de cargo o dar el angelazo en la soledad de
la carretera.
El único enigma gramatical de las esquelas es esta frase estereotipada
“y demás parientes”. Mire usted. ¿Quiénes son los que participan la muerte de
cualquier mexicano por olvidado que sea? Primero la inconsolable viuda, y
detrás de ella un gigantesco desfile de padres, hijos, hermanos, abuelos, tíos,
primos, sobrinos, sobre todo sobrinos. Demasiada gente como usted ve, tal vez
un centenar de cristianos, porque “al que Dios no le da hijos, el diablo le da
sobrinos”, que siempre suelen ser cantidad. Sin embargo, como todo ese gentío
aún parece muy reducido, pues entonces vengan a hacer bulto los “demás
parientes”. No podemos prescindir de acarreados ni para los mítines políticos
ni para los duelos fúnebres.
Eulalio Ferrer tiene otra perspectiva en relación a ello al descubrir diferencias significativas en lo que denomina “lenguaje esquelario” y propone algunas interpretaciones.
Algunas veces el
lenguaje esquelario guarda silencio, dando voz sólo a lo más elemental: el
nombre del difunto y las condolencias, evitando los símbolos, las citas
literarias o cualquier otra sofisticación expresiva. En estos casos, un gran
espacio en blanco aparece como un modo de usar gráficamente el silencio como un
recurso visual más. Frente a la indignación por una tragedia o el dolor de una
muerte, muchos consideran que es mejor callar y dejar que el silencio hable, lo
cual se traduce visualmente en la inserción de grandes espacios vacíos para
decir lo inefable. Varias esquelas de condolencia de este estilo aparecieron a
raíz del asesinato de Luis Donaldo Colosio, candidato a la presidencia de
México en 1994 (...) Al día siguiente de su muerte, se publicaron espaciosos
avisos fúnebres en blanco, acompañados solamente por una escueta frase o la
imagen de un moño negro. Por lo demás, no es aventurado decir que estos
espacios vacíos representan el equivalente gráfico del "minuto de
silencio" guardado en memoria de un difunto.
Según el mismo
Ferrer hay algunos ejemplos de que la izquierda ha innovado la forma de
redactar las esquelas que, en algunos casos, tienen algo de manifiesto político
al proponer que la mejor manera de recordar al homenajeado consistirá en unirse
a la lucha que el personaje mantuvo durante su vida.
En una perspectiva
más amplia, los anuncios fúnebres de inspiración izquierdista destacan por el
uso del término "camarada" para referirse al difunto, así como por la
inserción de alguna máxima política, como el "¡Hasta la victoria
siempre!" de Ernesto Che Guevara, o el lema socialista clásico: "Proletarios
de todos los países, ¡uníos!" Por virtud de este gesto, las esquelas
adoptan las formas de un pequeño manifiesto. Dentro de esta tradición
ideológica, la nota consagrada a José Revueltas, escritor mexicano fallecido en
1976, introduce un curioso vuelco en el sentido de las expresiones fúnebres, al
sostener: "José Revueltas nunca descansará en paz. Los que pensamos como
él, continuaremos su lucha." Un ingenioso juego con el lenguaje fúnebre
transforma una frase esquelaria típica, convirtiéndola en un efectivo mensaje político.
Para los periódicos la sección
necrológica es una fuente considerable y en extremo segura de recursos
financieros (representando entre el 15 y el 20% de lo que ingresa por
publicidad) que, vaya contradicción, vive sus mejores momentos con el fallecimiento
de algún personaje importante sea del ámbito político, cultural, empresarial,
deportivo, religioso, social, etc. Eulalio Ferrer señala que las esquelas
periodísticas tienen un valor de estatus y realiza algunas mediciones al
respecto. En México 30 páginas de homenaje y recuerdo del muerto identifica a
los de alto rango social; si las páginas son 50 entonces seguramente se
refieren a un empresario del más alto nivel. Sabedores del negocio que ello
implica, continúa Ferrer, hay periódicos que se organizan para recordar año con
año a los deudos las fechas de los aniversarios luctuosos para invitarlos a
publicar una esquela. Eso se llama tener sentido de oportunidad.
Hay empresas que siguiendo las instrucciones
de los contables en cuanto a hacer un uso más efectivo de los recursos,
aprovechan la ocasión necrológica para posicionar a la marca. Eulalio Ferrer se
refiere a ello.
Desde hace algunos
años, México es un país en el que se ha generalizado una carrera desenfrenada
por la publicación de esquelas mortuorias en donde lo más relevante y destacado
es el logotipo de una compañía y su eslogan comercial, constituyendo una forma
de publicidad directa o indirecta, a menudo de diseños competitivos. Al
observar la mayoría de las esquelas de condolencia mexicanas, se da la
impresión, muchas veces, de que las grandes empresas -y también las menores-
andan a la caza de muertos distinguidos para anunciarse y promoverse. En tales
esquelas, grupos corporativos, especialmente, lamentan la muerte de algún
personaje o colaborador destacado, y al mismo tiempo suelen citarse artículos
como bienes raíces, bancos, líneas aéreas o bebidas alcohólicas. Dentro de la
visión de las esquelas contemporáneas, Guillermo Sheridan ha observado con
ironía que "una vida culmina en un cuarto de plana de papel reciclado que
al reverso anuncia sopa".
Al revisar las
esquelas aludidas, pudiera decirse que las condolencias están más relacionadas
con los intereses económicos de los vivos que con el recuerdo de los muertos.
El elemento publicitario puede radicar en una discreta referencia comercial,
como la frase: "Chrysler se une a la pena que embarga a la familia del
señor ingeniero... distribuidor autorizado de Chrysler, etc." En el género
esquelario de los anuncios comerciales encubiertos, los eslóganes asociados a
una intención publicitaria son otro elemento que parece imprescindible. Muestra
reveladora de esta práctica es la esquela que una cadena de farmacias dedicó al
animador de programas televisivos, Paco Stanley: "Farmacias Similares Lo mismo pero más barato, se une a la pena que embarga a los familiares del
señor Francisco Stanley..." En otra nota fúnebre, esta vez consagrada al
popular Cantinflas, se anuncia de modo explícito: "Bic No Sabe Fallar se une al dolor de todo el pueblo mexicano por
el sensible fallecimiento de Mario Moreno Reyes (Cantinflas)”. En estos
mensajes fúnebres, el eslogan se puede situar al comienzo de la nota, justo a
un lado del nombre de la compañía, presidiendo sin inhibiciones el carácter publicitario
de la esquela (...)
Vale la pena
señalar el gesto de algunas empresas de no incluir un logotipo en sus esquelas
de condolencia, limitándose al nombre de la razón social. La omisión podría ser
la respuesta tardía o expresa de un deseo de sobriedad y discreción en los anuncios
mortuorios, bajo la conciencia de algunos empresarios sobre lo inconveniente o
poco ético de hacerse publicidad en tan tristes circunstancias. (...)
Aunque Brendan
Behan ha advertido que "no existe la mala publicidad excepto en la nota
necrológica", algunos anunciantes temerarios no han podido resistir la
tentación de promocionar productos y servicios con anuncios publicitarios que
aparentan ser esquelas.
Aun a riesgo de caer en un lugar común podríamos concluir diciendo que la publicidad no conoce límites, aunque
tendríamos que moderar tal afirmación ya que por lo menos hasta el momento
ninguna empresa se ha endilgado el carácter de patrocinador oficial del
fallecimiento de algún personaje connotado.
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