Desconozco en qué momento el término piratería tocó puerto caracterizando la
elaboración de copias adulteradas de muy diversos productos. Hoy día es
frecuente que se aluda con la expresión pirata
a películas, cd’s, ropa, refacciones automotrices, medicamentos, programas de
computación, etc.
Sin embargo se incurre en error al
suponer que esta actividad es propia de los tiempos recientes. Su origen proviene
de larga data y Andrés Henestrosa, citado por Martha Chapa, pone un ejemplo de
ello.
Los conquistadores
odiaban a los ídolos, pero adoraban el material con que estaban hechos.
Exactamente lo contrario de nuestros antepasados.
El Padre Motolinía
cuenta que los indios fueron obligados a falsificar sus propias creaciones; se
les exigía más y más ídolos. Como se habían agotado, los falsificaron. Los
misioneros, al darse cuenta de que los ídolos que los indios compraban para
devolverlos a ellos que se los vendían eran los mismos, daban a las piezas un
golpe en el pecho para dejar una huella; así, cuando el ídolo volvía, lo podían
identificar.
Por su parte Egon Erwin Kish, cronista
procedente de Praga que visitó México y
publicó una serie de extraordinarios reportajes, comenta en 1945
Las ciudades
mexicanas están llenas de farmacias y las farmacias llenas de clientes. No
falta en ellas ninguno de los específicos patentados de Europa y de América. No
importa que la guerra, por ejemplo, impida que lleguen aquí los originales; los
húngaros residentes en México se encargan de fabricarlos con un parecido
asombroso, por lo menos en cuanto al envase.
Queda la duda acerca de si con el
término húngaros, el autor alude a los
gitanos o a húngaros piratas de manufactura nacional.
Con el paso del tiempo la piratería ha
ido sofisticando sus procedimientos y también –ello debido a emprendedores que
decidieron incursionar nuevos horizontes- incursionando en otros rubros. Prueba
de ello es lo narrado por Fabrizio Mejía Madrid.
(Los perros
callejeros) terminarán sacrificados en el antirrábico o atropellados sin cesar
hasta que ya son sólo una cáscara seca en el pavimento. Pero no en la ciudad
pirata. Ahí los cachorros tienen una oportunidad de engañar, al menos por unos
meses, a unos amorosos dueños. En las manos de un falsificador, los cachorros
son pintados con lunares y manchas de abolengo, su pelo es cortado a la justa
medida, de tal forma que, a simple vista, pase por un ejemplar de raza pura.
Los vendedores ambulantes te lo venden como una perra "akita" y, tras
unos meses, te das cuenta de que lo que tienes es una "nakita". Con
el pelo hirsuto, la cola levantada, las patas tembleques, el perro pirata libra
con el engaño lo que de otra forma hubiera sido una batalla perdida contra la
ciudad. Una vez en una casa, con niños encariñados, es imposible de devolver.
Además, ¿a quién? El vendedor ambulante, que nos lo vendió en 100 veces más de
lo que vale, ya ha huido.
Ya entrados en tema es posible suponer
la existencia de políticos, sindicalistas, empresarios, religiosos, intelectuales,
periodistas -y un largo etcétera- piratas (claro está que sin excluir a los autores
de este tipo de artículos).
Aunque ya no usen el parche
tradicional ni tengan una pata de palo.
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