martes, 6 de agosto de 2013

Piratas de tierra

Desconozco en qué momento el término piratería tocó puerto caracterizando la elaboración de copias adulteradas de muy diversos productos. Hoy día es frecuente que se aluda con la expresión pirata a películas, cd’s, ropa, refacciones automotrices, medicamentos, programas de computación, etc.
 
Sin embargo se incurre en error al suponer que esta actividad es propia de los tiempos recientes. Su origen proviene de larga data y Andrés Henestrosa, citado por Martha Chapa, pone un ejemplo de ello.

Los conquistadores odiaban a los ídolos, pero adoraban el material con que estaban hechos. Exactamente lo contrario de nuestros antepasados.
El Padre Motolinía cuenta que los indios fueron obligados a falsificar sus propias creaciones; se les exigía más y más ídolos. Como se habían agotado, los falsificaron. Los misioneros, al darse cuenta de que los ídolos que los indios compraban para devolverlos a ellos que se los vendían eran los mismos, daban a las piezas un golpe en el pecho para dejar una huella; así, cuando el ídolo volvía, lo podían identificar.
 
Por su parte Egon Erwin Kish, cronista procedente de Praga que visitó México  y publicó una serie de extraordinarios reportajes, comenta en 1945

Las ciudades mexicanas están llenas de farmacias y las farmacias llenas de clientes. No falta en ellas ninguno de los específicos patentados de Europa y de América. No importa que la guerra, por ejemplo, impida que lleguen aquí los originales; los húngaros residentes en México se encargan de fabricarlos con un parecido asombroso, por lo menos en cuanto al envase.
 
Queda la duda acerca de si con el término húngaros, el autor alude a los gitanos o a húngaros piratas de manufactura nacional.

Con el paso del tiempo la piratería ha ido sofisticando sus procedimientos y también –ello debido a emprendedores que decidieron incursionar nuevos horizontes- incursionando en otros rubros. Prueba de ello es lo narrado por Fabrizio Mejía Madrid.
 
(Los perros callejeros) terminarán sacrificados en el antirrábico o atropellados sin cesar hasta que ya son sólo una cáscara seca en el pavimento. Pero no en la ciudad pirata. Ahí los cachorros tienen una oportunidad de engañar, al menos por unos meses, a unos amorosos dueños. En las manos de un falsificador, los cachorros son pintados con lunares y manchas de abolengo, su pelo es cortado a la justa medida, de tal forma que, a simple vista, pase por un ejemplar de raza pura. Los vendedores ambulantes te lo venden como una perra "akita" y, tras unos meses, te das cuenta de que lo que tienes es una "nakita". Con el pelo hirsuto, la cola levantada, las patas tembleques, el perro pirata libra con el engaño lo que de otra forma hubiera sido una batalla perdida contra la ciudad. Una vez en una casa, con niños encariñados, es imposible de devolver. Además, ¿a quién? El vendedor ambulante, que nos lo vendió en 100 veces más de lo que vale, ya ha huido.
 
Ya entrados en tema es posible suponer la existencia de políticos, sindicalistas, empresarios, religiosos, intelectuales, periodistas -y un largo etcétera- piratas (claro está que sin excluir a los autores de este tipo de artículos).

Aunque ya no usen el parche tradicional ni tengan una pata de palo.  

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